Mientras algunos analistas se preguntan si el crecimiento desmesurado de todo lo relacionado con la inteligencia artificial es sostenible y si la capitalización bursátil de Nvidia puede llegar a los cuatro billones de dólares, primera compañía de la historia en alcanzar ese valor, me parece interesante estudiar el contexto y las razones que acompañan a esa evolución.

Las cotizaciones bursátiles no son causa, sino consecuencia. La última vez que los analistas se enfrentaron a un cambio de era tuvo lugar a finales de los años '90, con la popularización del uso de internet. Internet llevaba entre nosotros varias décadas, pero la irrupción de la web, desarrollada por Tim Berners-Lee, proporcionó una interfaz gráfica que cualquiera podía utilizar fácilmente.

Eso, unido a la aparición de navegadores como Mosaic, al principio, y Netscape después, propulsó un crecimiento muy rápido, y el fenómeno que todos conocimos como el dot.com.

Muchos asocian el “momento de la verdad” del dot.com con la entrada de Yahoo!, la compañía para muchos señera de aquel momento, en el S&P 500, el 30 de noviembre de 1999.

El dot.com, como es bien sabido, tuvo sus correcciones y sus caídas, pero sus consecuencias son bien conocidas: todas las compañías se convirtieron, de una u otra manera, en “compañías internet”. Hoy, si internet no funciona, hay muchísima gente que directamente no va a trabajar, porque no podría hacer nada productivo.

Las cotizaciones bursátiles no son causa, sino consecuencia

El dot.com, como sabemos todos, entronizó a una serie de compañías que terminaron por convertirse en las más valiosas del mundo. ¿Cómo lo hicieron? Simplemente, aprendiendo a apalancar esa novedad, internet, para hacer cosas como ayudarnos a buscar y a orientarnos en el enorme océano de información generado, a comprar de una forma muy rápida y conveniente, a ofrecernos herramientas de trabajo desde dispositivos atractivos a programas de software, o a crear redes sociales para que nos comunicásemos y nos pudieran espiar y abrasar con anuncios intrusivos.

De una u otra manera, esas compañías se subieron a esa ola, reinterpretaron nuestras necesidades ante un cambio de contexto, y se hicieron literalmente de oro con ello.

Ahora, los paralelismos son evidentes. Tras varias décadas utilizando inteligencia artificial con las limitaciones intrínsecas a la tecnología de la época, en 2022, una compañía, OpenAI, que había logrado capitalizarse muy por encima de lo que lo hacían sus competidoras en ese ámbito gracias al expertise levantando capital de Sam Altman, puso en el mercado ChatGPT. Incluso la fecha elegida, el 30 de noviembre, sugiere un cambio de era.

Las características de ChatGPT, con una interfaz en modo chat que absolutamente cualquiera puede utilizar cómodamente, y con una potencia que sorprendió a todo el mundo, hizo que se convirtiese en un fenómeno de difusión imparable.

Nvidia es el vendedor de palas y tamices en plena fiebre del oro de la inteligencia artificial

Por supuesto, surgieron competidores, bien de compañías que ya los tenían anteriormente pero que no los habían puesto en el mercado por miedo a la canibalización de sus productos, como Google, o de nuevos competidores en ese ámbito como Anthropic, Perplexity, Microsoft y otros.

Sobre ellos, surgieron una gran cantidad de compañías dedicadas a explotar la potencia de esos algoritmos generativos mediante formas más o menos sofisticadas de lanzarles los prompts adecuados. Los tokens se convirtieron en una nueva moneda, y muchas compañías tuvieron que destinar buena parte de sus ingresos a pagar por ellos, mientras intentaban desesperadamente aprender a optimizar su uso.

Pronto, en cada industria, habrá una compañía que haya aprendido a apalancar adecuadamente las posibilidades de esos algoritmos generativos, y que desarrolle su actividad de manera ventajosa gracias a ellos, con propuestas de valor renovadas que le permitirán convertirse en líder.

La inmensa mayoría de todo ese proceso se desarrolla sobre servidores con microprocesadores de Nvidia, y de ahí la fastuosa apreciación de su valor.

Nvidia no es ni más ni menos que, como decía en una columna anterior, el vendedor de palas y tamices en plena fiebre del oro de la inteligencia artificial, algo relativamente fácil de entender. Por supuesto, esto implica más gasto energético, como también lo implicó el desarrollo de internet, pero esos son cheques que escribimos con los fondos de los ahorros energéticos que posibilitará más adelante.

A Nvidia, ahora mismo, le falta la siguiente fase: la incorporación de sus chips ya no únicamente a enormes centros de datos en los que se mastican nuestros prompts, sino a otros dispositivos más cercanos que también ejecutarán inteligencia artificial. Y notablemente, a unos especialmente importantes: los robots.

Hablar de techo para el valor de las acciones de Nvidia resulta, como mínimo, prematuro

La diferencia entre un robot “tradicional” y un generativo es evidente: en los de antes, un ingeniero tenía que programar todos y cada uno de sus movimientos. ¿Te gustaba ver a los robots de Boston Dynamics haciendo parkour o bailando? Pues piensa en la de horas que tuvieron que pasarse los ingenieros de software programando cada paso.

Con la algoritmia generativa, puedes simplemente mostrar a un robot un vídeo de un humano trabajando, decirle que lo imite, e ir mejorando ese entrenamiento. Algunos predicen que pronto habrá más robots que humanos… y la gran mayoría estarán provistos de chips fabricados por Nvidia.

Independientemente de las demandas anti-monopolio, de la aparición de competidores o de posibles correcciones, hablar de techo para el valor de sus acciones resulta, como mínimo, prematuro.

Estamos ante un cambio de era. Pronto empezarán a aparecer los nuevos líderes, las compañías que, en cada industria, aprenden a desarrollar su actividad en este nuevo contexto. Si tú o tu compañía no os habéis enterado aún, harás bien en ir reflexionando sobre ello.

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.