Hacia la economía del propósito
Ante la incapacidad del capitalismo de dar respuestas a nuestros mayores desafíos, van emergiendo nuevos modelos que democratizan la economía.
La crisis financiera iniciada en 2008 reveló toda una serie de fallos del modelo económico capitalista. Se puso en duda el sistema de control y regulación financiera, e incluso desde posiciones ideológicas conservadoras hubo pronunciamientos, como el del entonces presidente francés Nicolas Sarkozy, sobre “la necesidad de refundar el capitalismo sobre bases éticas”.
Han pasado más de 15 años, y este debate aún está por resolver. Durante muchas décadas, la economía se ha regido por la primacía de los accionistas, que pone el foco de la gestión empresarial en la maximización de los beneficios a corto plazo. Pero además de crear valor económico, las empresas también pueden crear, o en el peor de los casos destruir, valor social y medioambiental.
En agosto de 2019, Business Roundtable, una asociación conformada por las 200 empresas más grandes de los Estados Unidos, elaboró una declaración que promovía una economía que cree valor para los clientes, invierta en los empleados, fomente la diversidad y la inclusión, apoye la justicia social y proteja el medio ambiente. Ese mismo año el Foro Económico Mundial establecía que “el propósito de una empresa es involucrar a todos sus stakeholders (grupos de interés) en la creación de valor compartido y sostenido”.
Más recientemente, en enero de este año, un grupo de 250 empresarios y millonarios pidieron a los jefes de Estado y de Gobierno participantes en el Foro Económico Mundial de Davos que adoptasen políticas fiscales para que los más ricos paguen más impuestos. Advirtieron de las consecuencias "catastróficas para la humanidad" y las democracias de la injusticia fiscal, por el “terrible aumento de las desigualdades”.
Y es que el modelo productivo actual se ha mostrado incapaz de afrontar algunos de los grandes desafíos de nuestros tiempos. Durante la crisis de la Covid, desplegó su enorme potencial de innovación, desarrollando una vacuna en tiempo récord, al tiempo que se evidenció la desigualdad en su reparto. También se hizo patente que las actividades esenciales que sostienen la vida de las personas no coinciden necesariamente con la economía productiva.
La pandemia ha actuado como un acelerador de iniciativas para cambiar la forma en la que se debe hacer economía, para que haya colaboración entre las organizaciones y para que no se piense solo en el 10% de la población.
Este cambio de las reglas de juego que rigen el funcionamiento de la economía pasa por la democratización económica, nivelando los desequilibrios de poder existentes en el ámbito del mercado y las instituciones. Por ejemplo, garantizando que el éxito económico y empresarial no dependa de los contactos o recursos que se tengan, sino de la capacidad, la creatividad y el esfuerzo.
Democratizar la economía es derribar barreras a la competencia entre empresas, para facilitar el derecho a emprender, haciendo que las empresas que quieran mejorar su cuota de mercado tengan que innovar constantemente. También, derribar barreras que impiden a las pequeñas empresas acceder a grandes políticas públicas, como las de apoyo al I+D. Y facilitar la igualdad de oportunidades en el mercado laboral, acabando con la trampa de la temporalidad para miles de jóvenes. Asimismo, trabajar por los derechos de los consumidores, con más transparencia sobre las condiciones de producción de los bienes de consumo y mejor servicio.
La economía también se democratiza estimulando un equilibrio de fuerzas entre trabajadores y empresarios, fomentando la participación de los trabajadores en la gestión y decisiones de las empresas. Las empresas deben ser capaces de servir a sus distintos grupos de interés y no solo a sus accionistas.
Los stakeholders de una empresa incluyen, entre muchos otros, a los empleados, los proveedores o la sociedad. Cobra relevancia la cogestión empresarial, promoviendo la participación de los empleados y la consideración de objetivos más amplios que simplemente la maximización de beneficios.
El modelo de cogestión es precisamente una de las claves del éxito económico alemán, con instrumentos ya muy consolidados como son los consejos de vigilancia. La incorporación de los trabajadores a los procesos y órganos de decisión favorece modelos empresariales sostenibles a largo plazo en lugar de enfoques a corto plazo centrados únicamente en resultados financieros trimestrales.
La economía del propósito – a purpose-driven capitalism- replantea además el del papel del Estado en la economía. Es necesario un Estado emprendedor, como lo plantea Mariana Mazzucato, repensando el papel de los Estados en la economía y la sociedad, para orientar los presupuestos al largo plazo y recuperar el sentido del interés público.
Este planteamiento de la economía del propósito no desafía el statu quo del sistema capitalista, sino que propone reformar el modelo desde dentro. Si bien, hay posiciones más radicales que critican este planteamiento al considerarlo un “propósito lavado” –purpose washing- y van más allá.
En este sentido, Nancy Fraser considera que no es realmente posible un sistema capitalista orientado hacia un propósito social, ni tampoco reeditar o dar un nuevo impulso al estado del bienestar. Esperemos que la economía del propósito no sea finalmente una estrategia más, de las diversas bien intencionadas que ya han ido surgiendo, y logre realmente replantear las estructuras fundamentales del capitalismo, alineándolas con los objetivos de nuestras sociedades.
*** Mónica Melle Hernández es profesora de Economía de la UCM.