Dentro de un bosque, la línea que separa la belleza del horror es muy delgada. Puede tener, por ejemplo, el tamaño de una rama. Hay árboles que regalan su mejor perfil cuando la muerte les alcanza. Otros lo hacen cuando cumplen siglos ajenos a la enfermedad.
El Retiro arroja esta mañana decenas de esas postales caracterizadas por un atractivo negro, hijo del desastre: miles de árboles mutilados por la nevada. Torcidos, en equilibrio, como si la mano de un gigante los sostuviera en esa extraña posición. Y es sobrecogedoramente bello.
Filomena ha permitido que, en menos de un año, pueda escribirse la segunda parte de un hecho que se antojaba irrepetible: el vaciamiento del jardín más famoso de Madrid. Esta vez, el paseo no es bucólico, sino selvático. Periodista y fotógrafo recorren la ruta del desastre como en un safari, refugiados en dos coches eléctricos y techados. Comandan la expedición Santiago Soria -subdirector general de parques del Ayuntamiento- y Caridad Melgarejo -directora conservadora de los jardines de El Retiro-.
El dato es más eficaz que cualquier adjetivo: de los 17.400 árboles que habitan en este lugar, 10.000 fueron castigados por la nevada. Antes de que el cronista se lleve las manos a la cabeza, los guías avisan: "Por afectado se entiende todo ejemplar con un daño netamente visible". Hablando en plata: cuando el profano lo mira y se da cuenta desde su pequeñez.
El Retiro tardará en abrir. Hasta mediados de marzo. Quizá principios de abril. Los trabajadores municipales y de Acciona -empresa contratada para la gestión- repiten la palabra "desastre" para describir lo que encontraron tras la tormenta. Árboles derribados, ramas que caían con violencia, senderos bloqueados...
Santiago Soria -jefe de jardines en Madrid desde hace veinte años- corrió angustiado en busca del ahuehuete, el árbol más anciano del parque. No está clara su fecha de nacimiento, pero los especialistas le echan entre trescientos y cuatrocientos años. El arzobispo de Oaxaca le regaló las semillas al Rey de España. Debían de ser bastante buenas. La borrasca apenas le dejó rasguños.
No es ese el caso de otros árboles centenarios que yacen en el suelo. Algunos ya troceados por la motosierra y a punto de ser amontonados en el camión. Otros en pie, pero a duras penas.
Los árboles salvados tienen una fisonomía parecida: los muñones blanquecinos delatan las extremidades extirpadas. El símil es macabro, pero refleja lo que sucede aquí dentro: igual que en los hospitales durante los peores días de la pandemia, los jardineros deciden qué árboles pueden salvarse.
-¿Y cuál es el criterio para efectuar ese triaje?
-La posibilidad biológica de sobrevivir. La pérdida absoluta de estética sólo influirá si está en un emplazamiento principal, pero eso sucede en muy raras ocasiones. Salvamos a todos los que podemos.
10.000 heridos
A muy pocos metros, posa un árbol que respalda la explicación de Santiago Soria. Delgaducho, feo, castigado. Pero ahí está. En pie tras recibir su tratamiento. Pese a figurar 10.000 heridos en el parte de enfermería, está previsto que -como mucho- 1.000 fallezcan o sean sacrificados.
En ese instante, y pese a su carácter jovial, Santiago Soria y Caridad Melgarejo callan. Miran y callan. Como en esos minutos de silencio antes de los partidos de fútbol. "Esto es muy impactante, pero imaginad cómo estaba cuando entramos", dice ella.
"Siempre pasa eso con las nevadas. Primero son muy bonitas. Incluso divertidas, pero luego...", apostilla él. Luego son como la nevada en el relato de James Joyce, vinculada a la muerte con tanta potencia como a la vida.
Los muertos, previo paso por la compostadora, regresarán a El Retiro. Y se convertirán en abono para la tierra. Son árboles que, desde hace años, nacen, mueren y desaparecen en el mismo lugar.
El Retiro -así se ve desde el safari- está lleno de máquinas con las que los podadores escalan hasta las ramas más altas, activan su motosierra y echan abajo los restos de Filomena. Precisamente, un "¡¡¡abajo!!!" suele rasgar el silencio. Es el operario que avisa a su compañero antes de lanzar la rama muerta desde las alturas.
No obstante el impacto que causan estas fotografías, el aspecto de El Retiro no variará demasiado. Como una especie de prestidigitador, Santiago Soria descubre cicatrices a priori imperceptibles de catástrofes anteriores: "Cuando abramos, la gente lo encontrará como siempre".
Habla este reportaje de árboles porque los animales no han sufrido estragos. Como bien indica Soria, los gatos y las aves que aquí viven son "semisalvajes": "Saben buscarse la vida. Nosotros les ayudamos en lo que podemos".
Antes de despedirse, Caridad, que ha brindado junto a Santiago el inventario de las catástrofes, señala a lo lejos: "Volverá la primavera. Eso de ahí es un almendro en flor".