Cuidado con lo que sueñas. Durante varios meses, la comunidad española interesada en Asia Oriental anduvo pidiendo públicamente que los políticos explicaran al electorado cuál es su propuesta de posición de país ante el auge de China, probablemente el mayor reto geopolítico para el Occidente actual. El deseo se cumplió, y apareció Santiago Abascal a decir racistadas sobre el virus chino, los comunistas y que una vez le tangaron en el bazar Chun. No se ha vuelto a escuchar ruegos de que el asunto entre en la arena política: mejor que se lo queden los especialistas.
Algo parecido puede haberle pasado a Málaga: quizás será mejor que se hable de ella en la City de Londres o en Shanghái que en las comidillas nacionales; pero tanto mentar la bicha de que la ciudad se va a convertir en la nueva Barcelona, ya sea primero por su auge museístico o luego por su boom tecnológico, que al final han tenido que enterarse en la capital catalana del asunto.
El artífice de la llegada del Centro de Ciberseguridad de Google a la ciudad, el axárquico Bernardo Quintero, tuiteó este martes un artículo del diario Ara titulado Barcelona y Madrid, los obstáculos del 'Málaga Valley', al que respondió con elegancia:
Desde Barcelona, curioso y sintomático artículo sobre la Málaga tecnológica. Una lástima posicionarse como obstáculo en vez de ver las oportunidades de cooperación. https://t.co/zjivHFgZY2
— Bernardo Quintero (@bquintero) September 7, 2021
El cuerpo del texto no menciona en absoluto esos presumibles obstáculos que supondrían las dos grandes urbes españolas al desarrollo tecnológico de Málaga, pero no deja de preguntarse si el crecimiento de la ciudad andaluza es un estorbo para que Barcelona mantenga su statu quo. Profesores universitarios explican en el reportaje que la Ciudad Condal sigue llevando mucha ventaja a Málaga, que el rival es Madrid, que en la Costa del Sol no tenemos tradición en el sector, que ellos están más cerca de Francia, que su sistema universitario es más sofisticado, que su engranaje institucional es más atractivo y sus inversores, más educados. "Por lo tanto, ¿Málaga hará sombra a Barcelona? Rotundamente no", concluye la publicación.
Tras el texto, el comentario de un lector: "El municipio andaluz se quiere convertir en la referencia europea del mundo tecnológico. Isabel Pantoja, Rectora Magnífica de la Universidad", un apunte bastante estúpido porque, como todo el mundo sabe, la Pantoja es más de Marbella.
Para ellos la perra gorda. Partimos de la base obvia de que esta no es ni la posición oficial de la ciudad de Barcelona ni, probablemente, siquiera la mayoritaria entre sus ciudadanos. Pero habrá quien piense desde Málaga que el tamaño de tus rivales te engrandece y que el mero hecho de que desde una ciudad tan bendecida como Barcelona -con el triple de población, sede de unas Olimpiadas, capital de la durante décadas locomotora económica del país- te señalen como hipotética amenaza ya es motivo de orgullo.
En parte sí, pero sería comprar un marco mental limitadísimo y obsoleto; como si la prosperidad fuera un juego de suma cero en el que o estás por encima o estás por debajo, como si el desarrollo tecnológico fuera patrimonio de alguien, como si el mundo fuera una línea recta, como si las posibilidades de colaboración entre dos ciudades primas hermanas con intereses limítrofes no fueran ingentes.
No es la primera vez que Málaga se encuentra con la tentación de pensar así. Con la apuesta por el turismo cultural, a más de uno ya se le llenó la boca con esa comparación innecesaria de la nueva Barcelona, cuando seguramente buscar ganarles en sus propios parámetros no es ni factible ni deseable. Lo explicaba estupendamente hace un mes el tuitero @Paseante44: Málaga ha empezado a funcionar cuando ha creído en sí misma y se ha dejado de comparaciones. No hay otro camino.
"Si te han dado una buena mano, juégala, pero no con la de otro", aseguró en un reportaje a este periódico el coordinador general del Polo de Contenidos Digitales, Antonio Quirós. Para una ciudad como la nuestra, que basa parte de su polo de atracción en el tamaño mediano, la escala humana, la seguridad o los precios competitivos, aspirar a la capital catalana supone comprar demasiadas papeletas para morir de éxito.
El modelo de Barcelona nos señala justamente algunos de los grandes retos del futuro de este auge: mantener el consenso, sobrevivir al pospartido, convertir el boom en una realidad habitable, sostener el crecimiento sin llegar al pelotazo, trabajar honradamente por convertirnos en todo lo bueno que podemos llegar a ser sin perdernos en megalomanías, rivalidades o batallas absurdas. En medio del mundanal ruido, seguir siendo un outsider, un oasis. A fin de cuentas, las propias empresas que llegan aquí señalan que el aspecto fundamental que les trae es la colaboración que se encuentran en el ecosistema, la unidad y las facilidades para sacar adelante proyectos.
¿Entrar en la jaula de grillos del debate nacional, donde todo es munición para lanzar al rival, donde la prosperidad se subasta como argumento, donde cada asunto es solo un medio para Dios sabe qué? Ni mihita.