La historia del mundo está vertebrada en torno a la capacidad que el hombre ha ido desarrollando para saber y conocer. Un ejercicio de espeleología hacia las propias raíces del ser humano que, inevitablemente, han provocado la evolución de la sociedad. El origen del pensamiento ya responde a esa necesidad patente de descartar el mito para acabar llegando al logos.
Sin embargo, esa búsqueda de la verdad no está exenta de momentos en los que discernir entre hechos y mentiras sea una tarea sencilla. Las supersticiones, los bulos y las leyendas de siglos pasados responden a la aplicación de pensamientos irracionales cuyo nexo causal, simplemente, no era tal.
No es necesario recurrir a ningún momento concreto para evidenciarlo, pero los libros están repletos de estos escenarios en los que la impureza o maldad de un pueblo han sido utilizados para explicar la llegada de catástrofes naturales. Otras veces, en cambio, tan solo bastaba el aviso de algún sabio para que la gente estuviera en alerta ante posibles desgracias, que no siempre aparecían.
Algo parecido fue lo que sucedió en Málaga en 1523, cuando los ciudadanos comenzaron a abandonar la ciudad. Poco a poco se inició un éxodo de personas que no solo afectó a la propia demografía del municipio, sino que dejó haciendas abandonadas y comercios parados. La falta de productores y de demandantes originó el estancamiento de la economía malagueña.
Debido a esta situación, el emperador Carlos V (que se había proclamado rey de España pocos años antes) envió una Real Cédula el 16 de septiembre de ese mismo extraño 1523. En ese documento se solicitaba al corregidor del territorio que se evitase la huida de los habitantes. Para ello, se prohibía expresamente abandonar Málaga y "al que insistiera en ausentarse se castigase conforme a la justicia".
En este caso, el poder religioso también desempeñó un papel fundamental. Era común que los predicadores, guardianes de la fe y de la moral, tuviera una posición relevante dentro de la sociedad. Sus homilías actuaban como centro de gravedad del comportamiento de los pueblos. Por eso, aprovechando esa situación de privilegio, se solicitó que, desde los púlpitos, se exhortara a no dar crédito a la noticia.
¿Pero cuál era realmente ese bulo que había puesto en jaque a la ciudad? Al parecer, se había publicado una fake news en la que se alertaba de que al año siguiente llegaría un gran diluvio que arrasaría con la ciudad. El rumor, al que se dio crédito entre la población, acabó esparciéndose por todas partes.
500 años después, este hecho es conocido gracias a la labor realizada por los técnicos del Archivo Municipal de Málaga. Esta historia fue publicada recientemente a través de la cuenta de Twitter del departamento (@archivomalaga), coincidiendo con las últimas lluvias que afectaron a la provincia antes de la Semana Santa. Fuentes consultadas explican que este bulo o teoría de la conspiración tuvo una gran importancia en aquella primera mitad del siglo XVI: "No se trataba de un comentario que se había hecho a viva voz, sino que fue publicado, llegó hasta Madrid, y provocó la reacción del emperador Carlos V", explican.
Paradójicamente, Málaga no fue la única provincia sobre la que orbitó esta idea de un diluvio destructor. Según recoge el historiador inglés Geoffrey Ashe en La enciclopedia de las profecías, algo similar sucedió en Londres ese mismo año. En junio de 1523, un grupo de astrólogos calcularon que la capital británica también sería devastada por unas fuertes lluvias que comenzarían a principios del próximo febrero. Según relata Ashe, los científicos avisaron de que ese episodio supondría "el primer día del juicio final". El miedo hizo que miles de personas escalaran a los terrenos más altos de los condados vecinales, esperando unas aguas torrenciales que no llegarían. Como este hecho finalmente no se produjo, los astrólogos retrasaron la fecha del final a 1624, justo un siglo después.