Voy a comenzar diciendo una obviedad: la mejor feria del mundo es, sin lugar a dudas, la feria de Mijas Pueblo. No hay discusión posible. Y no la hay porque es la feria con la que he crecido. No hay más. Cada cual, que lo sienta como le venga.
Porque todo esto, queridos míos, las fiestas y juergas tradicionales de cualquier índole, va, precisamente, de eso: de cómo lo sentimos. Ni más ni menos. A nadie se le escapa, aunque a veces una perspectiva de fuera nos viene más que fetén.
Una posición con la que quiero llegar a un punto clave: la Feria de Málaga es siempre la misma, no ha cambiado, a pesar de que el malagueño medio (a partir de la mediana edad, vamos) cree que sí.
De igual modo que los boquerones no se ven con el fenotipo claro que poseen, tal y como lo tienen, cada uno el suyo, los vecinos de cualquier otra localidad de la provincia, y que les hace valedores de su propia idiosincrasia, diferenciando, por ejemplo, a un coíno de un marbellero o de un alhaurino; de igual modo, escribía, que los malagueños capitalinos no se ven sus propias características definitorias, estos no son capaces de juzgar con distancia sus festejos mayores. O así ha sido mi experiencia durante más de dos décadas viviendo en la ciudad. (Un rasgo, el de no ser capaces de juzgarnos a nosotros mismos, que, por otro lado, no posee nadie).
La Feria de Málaga es una gran juerga con proporciones pantagruélicas. Con una cantidad inhumana de días festivos y dividida en dos, hay que rogar que, al malagueño que viene al mundo, le guarde Dios, pues una de las dos ferias ha de helarle el corazón (normalmente la del Centro); (o no, porque hay quien es capaz de sacar el máximo provecho a ambas modalidades).
El caso es que la Feria de Málaga ha sido como es para cada uno de nosotros: de jóvenes se vive de una manera y de mayores de otra. Solteros o en familia. La variación que le damos es propia. Hay quien dirá que, efectivamente, las fiestas han cambiado, pero para los que la viven la primera vez, la feria ya es como es, por lo que, cuando cambia, cambia en su propia medida, mientras que los nuevos, los que vienen detrás, la conocen como es en ese momento.
Por tanto, la feria cambia y no cambia, la feria es, desde este punto de vista, la misma Feria de Málaga de siempre, la de toda la vida, la que configura cada recuerdo en cada mente de una manera parecida y cuya evolución es la evolución personal de cada uno de nosotros. La prueba: sólo hay que pensar en nuestros padres diciendo que la feria de su infancia no es la de ahora... algo que algunos ya nos sorprendemos gritando a voz en cuello en una caseta con la música tan alta que las entrañas nos duelen.
O tal vez no, quizás seré yo, mi alma, que esté más que equivocado y puede que, como dice F. J. Cristòfol, “la feria, como la ciudad, ha evolucionado, ha cambiado, se ha convertido en un fenómeno de masas”.
No obstante, Cristòfol es más malagueño que una biznaga, por lo que su visión está limitada por los parámetros de lo local. Como la mía con respecto a la feria de Mijas. Así que lo personal en este caso no es que sea político, es que es vital y como todo lo vital es efímero. Sólo lo que es eterno mantiene su gravedad inmutable y eso es la Feria de Málaga: una fiesta que cuanto más cambia, más sigue igual. La feria perpetua; lo que también significa que en ella viviremos todos para siempre.