"Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado". La frase con la que Fiódor Dostoyevsky arranca Memorias del subsuelo le corona como uno de los grandes exploradores de la psicología humana. Un espeleólogo de la degradación moral y la conducta del hombre.
Recientemente, escuchaba al escritor de culto Mauricio Wiesenthal en el podcast Hotel Jorge Juan de Javier Aznar (catalogable con el mismo título) hablar de otra de las sentencias icónicas del literato ruso. La cita venía a defender que el alma tiende a tomar la dimensión de la habitación donde nos encontramos.
"Si a uno lo encierran en un zulo, va a acabar loco, como es lógico", subraya el intelectual barcelonés. Wiesenthal aprovecha este punto de partida para sustentar uno de los alegatos más finos en favor de la belleza de los entornos. Durante la conversación, en la que habla de su europeísmo construido en cientos de viajes por el viejo continente, asegura que, de ser un pobre pidiendo caridad, se iría a ejercer su derecho de misericordia a la iglesia más bonita, con un bello claustro como hacía los pedigüeños en el Evangelio: "En el atrio de los gentiles, a las afueras del templo de Jerusalén", recuerda.
Ante la búsqueda de lugares cochambrosos, Wiesenthal afirma: "Es terrible que un mundo racista o excluyente condene a vivir en un lugar difícil y triste a los pobres, porque es el martirio más cruel e inhumano, que no tiene perdón posible".
El diagnóstico es claro: a un ser que le falta algo, hay que darle belleza: ágoras, estanques, luz... lugares en los que los indigentes vean jardines y no basura. Todo esto forma parte del mundo que busca la estética. Aunque la correlación no implica causalidad, las evidencias constatan la tesis. La gente elige Florencia, Capri o Viena (con su museo de la escarcha y sus mil ventanas) antes que Luanda o Detroit por algo.
Pese la ciudad de Málaga se ha convertido en un exponente del paraíso (Qué ala fresca para la sangre, entumecida de soñar, escribió José Luis Cano), siguen existiendo rincones que fracturan la capital. Y no es necesario ir al extrarradio. El Guadalmedina es el ejemplo más evidente. No se puede hablar de cicatriz porque la herida todavía no está cerrada. En este caso no emana ni agua, ni sangre, sino cemento, grafitis y suciedad.
Esta realidad sigue vigente mientras el municipio pelea por acoger la EXPO27 "La era urbana: hacia la ciudad sostenible”. El encuentro internacional persigue un objetivo claro: encontrar la manera de hacer compatibles el crecimiento demográfico y el desarrollo urbanístico con la protección del medioambiente y la adopción de soluciones innovadoras que garanticen una mejora de la calidad de vida de los residentes en las ciudades. Estos puntos de partida encajan a la perfección con la tarea de encontrar una solución a uno de los problemas históricos de la urbe.
Como decía Wellington: "Se puede haber nacido en un pesebre y no ser un caballo". O lo que es lo mismo, se puede tener un río sin agua sin necesidad de que sea una brecha para la capital.