Ha sacado Quevedo (el de las LPGC you know, el socio de Linton, el de Quédate —parece que todo hay que decirlo—) nuevo disco hace unos días. En pocas horas, se ganó el certificado oficial de palazo, que es la forma en la que la chavalería cataloga aquellos temas creados para el éxito. Coincidido en la valoración. El muyayo (topicazo al acecho) ha recopilado una serie de temas que le consagran como referente dentro de lo suyo, que es a lo que realmente aspira cualquiera que quiera trabajar.
16 temas (no los he escuchado todos), pero dos piedras angulares sobre las que sostener la producción reguetoneratraperapoperarapera: las trompetas (menudo subidón, ojalá tener un pódcast para arrancar así) y Ahora qué. Esta segunda pieza es un homenaje cantado a los clásicos latinos. Al carpe diem, tempus fugit, il dolce far niente y la filosofía romana que, en un momento de la historia, pasó de los textos escritos a la música urbana. Esto último creo que no aparece en El infinito en un junco.
Quevedo también recurre al homeoteleutón para explicar una idea que, espero, haya quedado guardada para la posteridad: "Tenemos pa' coger. Ya no intenten hablar con Félix, él tampoco va a coger. 2021 sembrar; 2022 recoger; 2023 coronar; 2024 desaparecer". Suena bien; se oye mejor.
Pero la grandeza de este tema no reside en el despliegue recursivo de la letra, sino en una de las frases que suenan al principio de la canción: "Si un día muero, quiero que Wos y Soat hablen en mi documental". El artista pone en duda la temporalidad humana; todos somos eternos hasta que se demuestre lo contrario.
Admiro la seguridad con la que habla de su devenir. La muerte es pura conjetura, pura posibilidad. Una probabilidad factible, pero pendiente de demostración. Una hipótesis. En cierta medida, es una respuesta a aquellos que un día tiraron por tierra su trabajo por ser de una generación distinta a los que ahora firman las crónicas musicales. Con esa cita, con esa condicionalidad, Quevedo te está diciendo que vosotros sí, pero que lo de él ya se verá.
Él es el ser y por tanto el resto son la nada. Ahora solo se ve la punta del iceberg, pero habrá que jurar que debajo del agua también hay hielo. Mientras tanto, el éxito sigue flotando sobre un océano que se llama futuro. Y eso, con 20 y pocos años vista, resulta infinto.
Salman Rushdie ya escribió sobre la insoportable necesidad de renovación generacional en Los versos satánicos: "Si lo viejo se resiste a morir, lo nuevo no podrá nacer". Y esta idea, a su vez, también está en el pensamiento de Gramsci: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos".
Esto de ser joven, creo, no deja de ser un proceso de aprendizaje y adaptación al entorno, buscando la grieta del asfalto para que el romero florezca, que decía Canales. Por ejemplo, a mí nunca se me dieron bien los trucos de magia, pero ahora estoy aprendiendo a hacer juegos de cartas para, llegado el momento, poder tocar el violín igual que Juan Tamariz. Chiananana.