Los detalles del teléfono móvil indican que la fotografía ha sido tomada a las 9:57 de la mañana. En el plano aparecen trece personas, aunque alguna solo se intuye por sus manos o medio rostro cortado. Es igual, esos desperfectos no le restan valor a las protagonistas: dos mujeres que se abrazan entre lágrimas. Tienen nombre e historia, pero de ellas solo sabemos que están de celebración: los últimos desahucios que se iban a producir en su barrio acaban de ser paralizados.
Durante unos minutos ha habido voces, conversaciones cruzadas, puertas que se cerraban, segundos que no pasaban y el sonido de un videojuego con el que se entretenían dos niños, ausentes de todo lo que pasaba ahí fuera. Ahora se escucha el cumpleaños feliz de ese grupo que felicita a una de las mujeres: "El regalo que pido es una casa", comenta entre aplausos.
Esta es la crónica de un desahucio paralizado, escrita en dos tiempos, como en aquellos libros en los que había que resolver el reto para pasar al siguiente capítulo. En calle Hernando de Soto 10 se encuentra Luisa, madre de cuatro niños de 18, 11, 8 y 4 años. El penúltimo de los menores, enfermo de espina bífida y con "un montón" de operaciones a cuestas, relata su abuela.
"Llevo aquí dos años. Tuve el juicio en enero y me notificaron el desahucio hace dos meses. He estado aplazándolo, intentando una prórroga con la empresa, que es un fondo buitre, pero se niegan a todo porque quieren vender", explica Luisa. La conversación se encuentra todavía en su fase incipiente cuando llega la primera noticia de la mañana: "La operación se ha paralizado", informa una compañera de la prensa. "Sí, pero más arriba hay otro. ¡Vamos para allá!", añade la coportavoz de Verdes EQUO Málaga y activista de los movimientos antidesahucios, Rosa Galindo.
A pocos metros, en el número 30 de una calle perpendicular a Virgen de la Fuensanta, la Comisión Judicial ultima los trámites para efectuarlo. Dentro de la vivienda está María José Martín, embarazada de seis meses y madre de dos niños (no más de 6 años) que juegan con el teléfono móvil mientras la negociación se produce en el descansillo. "Si estuviera en mi mano, lo paralizaría, pero tengo órdenes de que siga adelante. No me cargues con la responsabilidad", le dice el procurador a Galindo.
La conversación se transforma en un cruce de intervenciones, a veces amontonadas e irreproducibles en el audio de la grabadora, que se intensifica cuando la Comisión Judicial intenta expulsar a la prensa del inmueble (que entra dentro de la vivienda junto a otros activistas).
Todo parece indicar que el desalojo es inminente. En el salón apenas quedan baldosas sin ocupar y entre el bullicio se escucha a miembros de la plataforma alertar de que pueden tirar la puerta abajo si llega la policía: "Los niños deberían irse al cuarto. Venid, todo está bien", les dicen a los pequeños. Pero lo que se oye desde fuera no son los golpes del ariete, sino un ligero toc, toc que antecede a la segunda buena noticia del día: el juez lo ha aplazado hasta el 29 de junio. Faltaban 10 minutos para la hora marcada.
"Buscábamos ganar tiempo hasta el verano, para que los niños pudieran acabar el colegio", relata Mónica, miembro de la Plataforma Antidesahucio en Málaga. En la calle, los vecinos aguardan con una pancarta verde desplegada. Hay aplausos y algunos llantos, pero esta vez son de alegría. Al menos, por ahora.