Joaquín Sorolla visitó por primera vez el municipio costero de Jávea en 1896 (cuando aún no se vislumbraba ni por asomo el boom turístico de la zona). A su esposa, Clotilde García del Castillo, le dijo en una de sus cartas: "Jávea, sublime, inmensa, lo mejor que conozco para pintar. Estaré unos días. Éste es el sitio que soñé siempre, mar y montaña, pero ¡qué mar!".
La localidad alicantina se encuentra a unos 90 kilómetros de Ibiza, siendo posible en los días claros, observar el perfil de la isla desde los dos cabos importantes del lugar. De ellos habló también el pintor valenciano en su correspondencia: "El cabo de San Antonio es otra maravilla; monumento de color rojizo, enorme, inmenso y su color en las aguas de una limpieza y un verde brillante puro, una esmeralda colosal".
El artista regresa a este paraíso, ahora instalado en el Museo Carmen Thyssen de Málaga. La pinacoteca exhibirá 30 obras del pintor, realizadas durante sus escapadas a Jávea, hasta el 16 de enero en su Sala Noble. Comisariada por Enrique Varela Agüí, director del Museo Sorolla, la muestra recorre la evolución del estilo del creador al contacto con el paisaje y la luz.
El Thyssen vuelve así a abrir sus puertas al arte colorista y vibrante de Sorolla. Si en 2016 fue una selección de gouaches y dibujos, expuesta en la Sala Noble, la que dio testimonio de su segundo encuentro, en 1911, con un entorno nuevo y fascinante, la ciudad de Nueva York, ahora es la localidad alicantina, donde el pintor encontró un paraíso pictórico, la protagonista de la nueva exposición.
El pintor regresaría a Jávea de nuevo solo en 1898 y con su familia en 1900 y 1905. En año escribió a su gran amigo y coleccionista Pedro Gil: "Pronto comenzaré mi campaña de verano, estoy ilusionado como un chico. Estamos bien instalados, gozando de un mar tan azul y violento que alegra el alma. [...] Aquí, aun con tanta miseria, lo que se recoge es salud, pues el sol todo lo embellece y purifica".
Aunque se recogen algunos de los trabajos realizados por Sorolla en Jávea en los años 1898 y 1900, la exposición, compuesta por casi una treintena de obras, entre lienzos y notas de color, se centra especialmente en el año 1905, fecha en la que pinta también el cuadro Rocas de Jávea y el bote blanco, de la Colección permanente del Museo y en el que se ilustra a la perfección la transformación del lenguaje de Sorolla a través de su contacto con el paisaje de Jávea.
Esta obra, resultado de su última campaña pictórica en este espacio paradisiaco, en un verano de grandes logros artísticos, es el origen de este proyecto expositivo. Con él se contextualiza una de las obras maestras de la colección del Museo, explicando con detalle el entorno en que surgió y el camino de transformación que llevó a Sorolla a su maestría como pintor de la luz que Rocas de Jávea y el bote blanco demuestra.
Las estancias estivales de Sorolla en esta localidad alicantina, en 1896, 1898, 1900 y, sobre todo, 1905, supusieron un catalizador para que el pintor alcanzase la madurez de su estilo más reconocido.
En Jávea, se interesa por el paisaje, con el cabo de San Antonio como protagonista de varios de sus lienzos y apuntes, por los colores y reflejos en el mar y el cielo, que pinta una y otra vez buscando captar su luz efímera, y por los juegos del agua y la vibración de sus colores sobre figuras de bañistas en el mar, como el extraordinario lienzo Nadadores que es la imagen principal para la difusión de la exposición.
Incluso su propia familia, su esposa Clotilde García del Castillo y sus hijos, protagonizan algunos apuntes rápidos, muy abocetados, mientras disfrutan del entorno que cautivó al pintor.
En la producción de esta época, se descubre, asimismo, a un Sorolla exquisito, que domina la luz y el color con extraordinaria maestría. Un pintor en plenitud creativa inmediatamente antes de su gran exposición en 1906 en la galería Georges Petit de París, que marcó el inicio de una carrera internacional que le convertiría en el pintor español más exitoso de su tiempo.