Málaga

A Justo Navarro (Granada, 1953) le pilló viviendo en Bolonia el momento más duro de la pandemia. El escritor afincado en Nerja tuvo tiempo de conocer y pasear la ciudad de las torres donde se encuentra la primera universidad del mundo occidental. También se ha convertido en un maravilloso escenario, elegido por el traductor y crítico literario, para ambientar la última entrega de las aventuras del detective Polo

Bolognia Boogie (Anagrama, 2021) sitúa al comisario granadino en la Bolonia de 1947 de entreguerras. Allí debe investigar la desaparición de un compatriota, Guillermo Sola Bosch, profesor de Derecho que se alojaba en el Colegio de España. Un católico aficionado al jazz que, según algunos, tal vez simplemente se haya marchado a un retiro espiritual, y, según la policía, es un asesino.

El autor propone en esta novela una pulcra y fascinante aproximación al género negro y las novelas de espionaje. "Escribiendo a Polo he disfrutado mucho. Es el personaje que me ha hecho más feliz y que me ha hecho ser más humano", señala Navarro sobre el protagonista de Gran Granada y Petit Paris, los primeros dos títulos de la trilogía noir que da, según algunos, para una serie de Netflix.

Portada de 'Bologna Boogie'.

Como sus antecesoras, Bologna Boogie es una narración escrita en brumoso blanco y negro en homenaje al cine noir clásico que tanto ama. De hecho, su autor pensaba en "términos cinematográficos" cuando escribía las escenas de las tres novelas. La última se trata además de un artefacto literario pop lleno de marcas, películas y música de la época. El escritor veía las etiquetas en Internet y escuchaba las canciones en Youtube mientras la confeccionaba.

"Muchas veces no vemos las cosas del presente porque las tenemos muy cerca. El pasado sirve para mirar a través de unas gafas y descubrir cosas nuevas. He leído todos los periódicos que pueblan esta novela. Siempre he descubierto un hilo que une el pasado y el presente con mis tres novelas de Polo", destaca Navarro durante la presentación del libro en Málaga esta misma semana.

A muchos no les ha inspirado nada el confinamiento. Usted ha publicado Bologna Boogie y ha mandado al comisario Polo a la Italia de 1947. ¿En ningún momento le sedujo ambientar una novela en el tiempo actual?

He ambientado mi nueva novela en Bolonia porque allí viví casi un año entre 2019 y 2020, y en 1947, otro momento de crisis mundial, entonces una coyuntura de posguerra y de preguerra a la vez, de dudas sobre los valores y los modelos de vida vigentes, cuando está iniciándose la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

¿Qué le fascina de la Italia en reconstrucción de la posguerra? 

La guerra y la posguerra son buenos paisajes históricos para una novela negra. En las guerras pueden considerarse hazañas lo que en situaciones normales se consideran crímenes brutales. Y en los años que siguen a la guerra los que se consideraban valores morales indiscutibles aparecen debilitados, negados, por los mismos hechos que se acaban de vivir. Y hay necesidades, racionamiento de productos fundamentales para subsistir. La gente se ve obligada a salirse de la norma. Como dice uno de los personajes de Bologna Boogie: "Hasta para comer hay que delinquir". Había que recurrir al contrabando, al mercado negro.

¿Cómo se ha documentado para describir tan meticulosamente el ambiente y las formas de vivir de la época?

Me he documentado en las hemerotecas de Bolonia, leyendo día por día los periódicos que se publicaban entonces en la ciudad. Los periódicos, incluso en épocas de censura, dan un testimonio fiel de la situación histórica: por la disposición de la información, la retórica que utilizan, el tipo de publicidad, las películas que anuncian, el funcionamiento de la vida en general. Quizá en los periódicos de hoy no se encuentre tanta información. En los de Bolonia de 1947 yo leía desde los horarios de los trenes y los aviones al precio del billete de tranvía, del azúcar, el arroz o la carne. Pero, claro, ahora tenemos las posibilidades de información sobre el pasado que ofrece Internet. Si yo encontraba una marca de una cerveza en el periódico del 12 de junio de 1947, por ejemplo, podía buscar en Internet cómo eran la chapa, la botella y la etiqueta de esa marca.

Delatores, espías de ambos bandos en la incipiente Guerra Fría, monárquicos y neofascistas habitan las páginas de su libro. ¿En quién se reencarnaría si pudiera?

En nadie. Estoy bien en el papel de inventor de todas esas vidas y aventuras cruzadas.

En sus novelas hace retrato bastante crítico de las fuerzas del orden y seguridad del estado. ¿Han cambiado mucho desde que existen?

Han cambiado, sí. Pero la mayoría de la novela criminal que se publica celebra el poder benefactor de la policía. Yo diría que enfatiza lo obvio: el papel de las fuerzas del orden como salvaguarda y restauradoras del orden. Otra línea de la novela criminal parece entender que la policía también dispone de la posibilidad, los medios y la fuerza necesaria para ignorar en determinadas ocasiones los límites entre el bien y el mal. El americano James Ellroy o el francés Jean-Patrick Manchette son un ejemplo. Y esa es la línea de los dos grandes clásicos de la novela negra, Dashiell Hammett y Raymond Chandler. En esa línea quisiera yo trabajar.

Hay un personaje en la novela que "había contribuido a la prosperidad de más de un periodista a cambio de que le alegrara la vida al público con reportajes sobre la Bella Italia y los milagros del Duce Mussolini". ¿Podemos decir que el cuarto poder empezó y acabó con la invención de la imprenta?

Supongo que los poderes económicos y políticos han querido siempre que quienes escriben para un público les sean favorables. Dan o quitan poder a quienes escriben, compran o silencian mediante la amenaza explícita o implícita, la censura (y existe también la autocensura, más o menos instintiva, si no obligatoria si se quiere sobrevivir), o el uso directo de la fuerza. En ese sentido, me permito un anacronismo: "el cuarto poder" ya tenía sus limitaciones antes de que lo inventaran y, en todo caso, la etiqueta define más a los propietarios de los medios que a los que escriben. 

Vuelve a criticar el papel de los periodistas, que se venden al mejor postor, en su ultima novela. ¿Cómo asiste hoy al espectáculo de los medios, que buscan muchas veces sólo el clic y encender el ambiente?

Los medios siempre han sido parte de la pelea política, aunque unos participen en ese ambiente con mayor sutileza que otros. Uno de los rasgos de las políticas extremas es el trabajar sistemáticamente el sensacionalismo, si es sentimental mejor. Y los nuevos medios digitales parecen obligados a ofrecer sin parar una sucesión continua de novedades, de flashes, algo que parece exigir que la última noticia sea más brillante o chillona que la precedente, si quiere captar la atención del público. En esas condiciones es difícil mantener cierta distancia, una actitud crítica.

Al principio de su libro aparece el Corpus, que se celebra en Granada y también en ciudades italianas. ¿En qué se parecen Granada y Bolonia?

A Bolonia la llaman 'Bologna la rossa', es decir, 'Bolonia la roja'. Los personajes afectos al antiguo régimen pertenecen a lo que podríamos llamar la Gran Bolonia, la Bolonia Bien. Lo que más une Granada a Bolonia es el peso social que tiene en ellas la universidad, mucho más notable, hablando desde un punto de vista social y económico, en el caso de Bolonia. 

Bologna Boogie es la última entrega de las aventuras del comisario Polo. ¿Qué ha aprendido de este auténtico superviviente?

Le estoy dando vueltas a una de sus frases: "Tengo menos ideología que un destornillador".

¿Lo echará de menos? ¿Cuáles son sus próximos retos a nivel literario?

No he tenido todavía tiempo de echarlo de menos. Y no me gusta hablar de lo que estoy escribiendo o quiero escribir porque creo que cuando se cuenta lo que uno escribe o piensa escribir, ya se ha puesto en palabras y se le ha ido la fuerza. Lo que uno está escribiendo o quiere escribir tiene que escribirlo, si no lo pierde. Es una superstición que tengo. 

Luis Alberto de Cuenca me dijo esta semana que le parece igual de clásico Homero que Raymond Chandler y Philip Kerr. ¿Está de acuerdo?

Luis Alberto de Cuenca es un sabio. Sabe más que yo. Pero, si admitimos que uno de los rasgos de un clásico es su sedimentación en el tiempo, el haber sido tenido por clásico en distintas épocas, ¿no tiene más tiempo, más sedimentación, Homero que Chandler o Kerr, dos novelistas a los que admiro? 

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