"La selección natural es una fuerza siempre dispuesta a la acción", dice Darwin. Y si no que se lo digan al protagonista de la nueva novela de Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974). El señor Königsberg sobrevive a una invasión alienígena, entre otros desafíos, siendo un señor hermético y arisco. El personaje no piensa como los demás ni falta que le hace y no suele caer bien ni tampoco es el hombre más atractivo.
Ni siquiera los cambios de género del último libro del malagueño, que mutará de la novela-Bartleby a la fantasía, la ciencia ficción, la literatura postapocalíptica o la utopía feminista, serán capaces de alterarlo. Ninguno de esos cataclismos. Porque no es posible encontrar un protagonista más a prueba de bombas. El escritor, uno de los autores españoles más interesantes de los últimos tiempo, firma una divertida y disparatada distopía muy apta para estos tiempos de crispación.
En La capacidad de amar del señor Königsberg (Alianza de Novelas), cuya presentación tendrá lugar este sábado en la Feria del Libro de Málaga, aborda las crisis del presente: desde la lacra de la soledad, la capacidad alienante del trabajo y el acoso escolar hasta la filosofía del sálvese quien pueda o las complicadas relaciones familiares.
"Quería escribir de forma desprejuiciada y he hecho lo que me ha dado la gana. Ahora nos encontramos con un escenario en el que hay mucho título serio. Hacía falta que desde una literatura más cuidada se abriera esa ventana. Deseaba que el lector pasara un buen rato", explica el novelista en una charla con EL ESPAÑOL de Málaga antes de presentar su nuevo libro este sábado a las 18:00 en la sala Isabel Oyarzabal. Después, firmará ejemplares en la caseta de la Librería Luces a partir de las 19:30.
En primer lugar, ¿cómo ha pasado este año y medio de pandemia?
Lo he pasado muy mal. La semana previa al confinamiento enfermé de coronavirus. Me tuve que encerrar en casa. Mi mujer y mi hija también lo pillaron aunque me aislé. No podía nadie a ayudarnos. La niña es muy pequeña. Me atendían por teléfono, ni siquiera venía el médico. Mantuve online la escuela de escritura que tengo en Madrid. Incluso ganamos alumnos.
Leyendo La capacidad de amar del señor Königsberg he pensado mucho en la pandemia. Los personajes vivían situaciones calcadas. Sé que la idea la tuvo hace ya tres años. ¿La realidad supera siempre la ficción?
Sí (ríe). Con esta novela es difícil que la realidad supere la ficción porque he metido muchos giros disparatados. Hay muchas cosas que se parecen y que incluso no estaban previstas. Que de un día para otro se encerrara toda la humanidad dentro de sus casas es algo que nadie vio venir. En mi novela aparecen alienígenas y después, cuando uno cree que ya no puede haber nada más, de repente hay otro giro. Hay una mutación dentro de la historia que a los lectores les va a sorprender, y que vuelve a suponer otro peligro mundial. La novela pretende escapar de todo esto gracias al sentido del humor. Vivimos unos tiempos de mucho miedo. Después de la pandemia, la gente cae muy rápido en todos los cebos: desde un apagón mundial a una crisis económica. Esta novela invita a relajarnos.
Precisamente, el humor y lo disparatado están muy presentes en su nueva novela. ¿Se ha puesto alguna vez límites a la hora de escribir ficción?
Con esta en concreto no me he puesto ninguno. Siempre he intentado fundir géneros y ver qué salía de ahí. He mezclado el género negro con el humor o la novela histórica con ciencia ficción y realismo mágico. En este caso, quería que no hubiera ningún tipo de límites en el disparate, es decir, que la trama fuera tan loca que pudiera ir dejando atrás los géneros. Todo esto surge porque como mi protagonista no iba a cambiar, su esencia es el no-cambio, tenía que contar algún cambio. El personaje no va a cambiar, pero lo voy a someter a todas las tensiones posibles.
El protagonista me recuerda mucho al de Bartleby, el escribiente de Melville. ¿Lo valiente en estos tiempos tan cambiantes es tener un criterio férreo?
No podemos empatizar con este personaje porque es un tipo muy singular. Hay muchas cosas que hace con las que no podemos estar de acuerdo. Cuesta ser él. Quería señalar justo lo que acabas de decir. Tiene algo bueno. El protagonista cree en sus principios y los mantiene. Eso hoy día es muy raro. Él sobrevive ante las circunstancias que le toca vivir por puro azar gracias a que siempre mantiene aquello en lo que cree: sus rutinas, sus costumbres, sus manías, sus ideales. Lo demás van cayendo como moscas. Él tiene algo de kantiano: sigue su principio rector y de ahí no se mueve. La novela refleja el caos que vivimos hoy, pero al mismo tiempo tiene un punto de partida firme.
Él protagonista desde luego es muy coherente. La mayoría no lo somos.
Lo común es el cambio de opinión y el no saber donde estamos. Hay un relativismo absoluto. No es malo. Nos acerca a una teoría de la realidad más cierta, pero por otro lado se utiliza muchas veces para el todo vale. Lo mismo nos dicen que nos están metiendo un chip con las vacunas que cualquier otra cosa. Como todo es mentira, todo está equiparado, pero no porque hay distintos grados de mentira. Hay cosas que se acercan más a la realidad y hay otras que son una auténtica locura. Quería premiar al personaje. Todo es posible en un momento donde se vive una catástrofe mundial. Todas las especies tienen individuos altos, bajos, fuertes, débiles, guapos, feos y de todo tipo. La selección natural dictará.
¿Abrazamos la mentira con más frecuencia que la verdad por pura supervivencia?
Vivimos en la época del relato. Ya no hay un dueño de la verdad, sino un dueño del relato. El que mejor lo cuente, gana. Eso lo entendieron hace mucho tiempo los políticos y los empresarios. ¿Qué es la verdad? Es algo mucho más inasible que se nos escapa y con lo que abriríamos un debate muy profundo. Lo cierto es que eso hoy da igual. Lo que importa es 'esto a lo mejor es menos verdad que esto otro, pero yo lo voy a contar mejor'. Es lo único que importa. Al final es muy fácil manipular todo. Por eso en la literatura tenemos mucho que hacer y que decir. Los escritores somos los que sabemos contar. La literatura transmite mucho más que cualquier dato frío. Cuando articulas una historia, el lector se introduce dentro y lo comprende mejor. Incluso la ciencia se entiende mejor divulgándola y no a través de un puñado de datos. Mi obligación en este momento quitarle un poco de importancia a determinadas cosas. Por eso he utilizado tanto el sentido del humor.
En la historia también aparecen unas mutantes. ¿Junto al ecologismo, el feminismo es una de las mayores revoluciones de este siglo?
Sin lugar a dudas. Está por encima de la ecología, que es un deber de cara al presente y al futuro. El feminismo es una cosa de justicia y que todavía le queda mucho recorrido. Por suerte ha avanzado mucho en poco tiempo. Ya era hora. Es tan de cajón que no deberíamos ni cuestionárnoslo. Al mismo tiempo, oyes gente que no se ha enterado de nada. Hay muchas personas que están muy fuera de lo que estamos hablando ahora y que viven instaladas en ese machismo. De una forma irreverente, esa transformación, esa mutación, pretende ser icono del cambio.
Me parece que en su novela hay una crítica velada a esta sociedad entregada por completo al trabajo. ¿Estoy en lo cierto?
Sí. Hay un hilo conductor que tiene que ver con lo laboral. De alguna forma, este personaje trabaja tanto que ni siquiera su jefe está contento con él. Le da la vuelta al sistema y es como si estuviera haciendo una huelga a la japonesa (ríe). A él no le gusta su trabajo y lo hace muy bien por obsesión. Todo eso lo hago para facilitar una mirada distinta sobre lo que hacemos. Una mirada desde el extrañamiento. Y tuviéramos esa mirada extrañada sobre el propio trabajo, que a veces es tan alienante y tan ajeno a nosotros. Cuando llegan los extraterrestres y empiezan a trabajar en su mismo edificio, el protagonista no entiende que están haciendo. Hoy día hay muchísima gente que tendría verdaderos problemas para explicar cuál en su función en su empresa. Estamos generando un sistema complicado donde al final hay muchos que se preguntarán en sus últimas días: ¿Qué he hecho en la vida? Existen trabajos muy absurdos.
En su novela no alberga muchas esperanzas sobre el ser humano. ¿Es positivo ante esta crisis de valores, del mundo?
Soy de los optimistas. Coincido en que hay una crisis de valores brutal. Hay muchas cosas que cambiar. El mundo va muy mal. Estamos en manos del capital. También hay mejoras por mucho que pongamos el acento en todo lo malo que está por venir. En general, vivimos mejor. Hay en el mundo más creatividad, más arte y más entretenimiento. Eso demuestra que hay mayor grado de felicidad. Tampoco que todas esas hecatombes que se anuncian vayan a consumarse. Hay que cambiar ciertas conductas. Hay algunas que nos llevan a la autoaniquilación. Espero que rectifiquemos a tiempo.
Antonio Soler dijo el otro día en una entrevista que al situar sus novelas en Málaga lucha "contra ese complejo que nos dice que lo importante ocurre en la Quinta Avenida". ¿Qué opina?
Estoy de acuerdo. Tengo novelas que se desarrollan en ciudades españolas localizables y volveré a tenerlas en el futuro. En este caso, como la novela no deja de ser paródica, me parecía que para significar una invasión alienígena y llenar los edificios de baba y de todo tipo de cosas, necesitaba un sitio icónico como Manhattan. También necesitaba que el personaje cambiara una y otra vez de ruta. Hay una paradoja matemática llamada los puentes de Königsberg y al mismo tiempo el apellido es el nombre de la ciudad natal de Kant. Todos esos guiños me llevaban a pensar en una ciudad con puentes. La isla de Manhattan los tenía todos. En Málaga puede pasar cualquier cosa. Lo hemos visto estos años con la pandemia. Aquí hemos tenido grandes avenidas vacías y ha sido sobrecogedor.