Málaga

La pandemia avivó el debate sobre las políticas de conciliación y visibilizó el trabajo invisible de tantas mujeres al mando de los cuidados (ya sea en el hogar, las residencias y los domicilios de particulares con personas dependientes). Victoria Camps (Barcelona, 1941) plantea en su nuevo libro una ética del cuidado como un deber más del estado de bienestar, además de ser una obligación familiar y personal. 

La filósofa y escritora, consejera permanente del Consejo de Estado, propone en Tiempo de cuidados (Arpa Editores) acallar las voces que aún se resisten a colocar el cuidado en un lugar prominente contraponiéndolo a la justicia. "Ambos son valores complementarios, pues las categorías anejas al cuidado rompen la concepción binaria del género que el feminismo aún no ha conseguido sustituir", señala. 

La catedrática emérita de Filosofía Moral y Política en la Universidad Autónoma de Barcelona ha participado este mes en el Festival de Filosofía organizado por el centro cultural La Malagueta. La pensadora analizó junto a José Carlos Ruiz en qué medida, para mermar su impulso se precisa ir más allá del conocimiento del mal hacia un gobierno de las emociones.

En primer lugar, ¿qué tal estos dos años de crisis sanitaria?

Ha habido de todo. Desconcierto, tristeza, incertidumbre. A toro pasado, lo malo pierde fuerza y se olvida. Han sido dos años que dejarán huella, una experiencia que no pasará en vano. Por lo menos a nivel particular. Por lo que a mí respecta, los confinamientos y las restricciones no me han hecho sufrir tanto como a otros. Mi trabajo siempre ha sido intelectual y, gracias a que me he visto libre de actividades durante un tiempo largo, he podido arañar horas para leer y escribir. Si no hubiera sido por la pandemia, no sé si hubiera escrito mi último libro Tiempo de cuidados

¿Cree que esta pandemia ha hecho que muchos se cuestionen su moda de vida y su forma de cuidar a los otros?

Durante la pandemia, sin duda. A partir de ahora en que todo vuelve a ser como antes, veremos si el cuestionamiento produce cambios significativos. 

Usted plantea en su ensayo una ética del cuidado. ¿Cuáles son sus pilares?

El pilar fundamental es que la necesidad de cuidados se ha hecho visible y se ha potenciado. Cuidar ha sido siempre una tarea de mujeres y ahora vemos que no puede ni debe seguir siendo así. Es deber de todos, mujeres y hombres, hacerse cargo de los dependientes que tienen cerca. Por otra parte, los cuidados deben ser no sólo una obligación familiar o personal, sino pública; el estado tiene que colaborar y responsabilizarse también de la necesidad de cuidados. Es un deber más del estado de bienestar. 

En su libro menciona a la psicóloga Carol Gilligan. Ella dice: "En un contexto patriarcal, el cuidado es una ética femenina; en un contexto democrático, el cuidado es una ética humana". ¿Cuándo dejaremos de asociar los cuidados a las madres, las mujeres?

Hemos empezado a hacerlo, pero todavía la responsabilidad del cuidado descansa mayormente sobre las mujeres. Tiene que cambiar la mentalidad y los gobiernos han de priorizar las políticas de cuidados directamente o, por ejemplo, con políticas de conciliación, permisos para cuidar remunerados que faciliten las obligaciones familiares. 

"No es casualidad que una de las reivindicaciones aportadas por la última ola del feminismo sea la de la conciliación de la vida laboral y familiar", asegura. ¿La ética laboral de las empresas está lejos de permitir una conciliación real? ¿Qué consecuencias trae esto?

Está lejos, pero es un proyecto que creo que no tiene vuelta atrás. Muchas empresas se comprometen con planes de igualdad porque la ley se lo exige y porque saben que esas políticas finalmente son beneficiosas para la propia empresa, contribuyen a darle prestigio, a generar confianza y a tener una rentabilidad económica y social mayor. 

España ha aprobado una ley del teletrabajo a raíz del coronavirus. Se habla mucho de conciliación, corresponsabilidad e incluso desconexión laboral. ¿Qué ventajas y desventajas le ve al teletrabajo?

Bien repartido y con flexibilidad, porque no todos los trabajos admiten la versión telemática ni pueden adaptarse a ella de la misma manera, no cabe duda de que es una ventaja. Hablando de conciliación, puede ayudar a conciliar pero también puede entorpecerla. Hay que ir probando y evaluando a medida que el modo de trabajar vaya cambiando.  

No debemos olvidar que sólo el 8% de los hombres se reducen la jornada mientras que las mujeres ven frustrados sus horizontes laborales. ¿Cuándo cambiará esta situación?

Cuando queramos todos. Siempre he dicho que las leyes sirven sólo hasta cierto punto para las grandes transformaciones. Las costumbres cambian lentamente porque requieren la colaboración de todos y no es fácil. 

La salud mental ya es un tema que se aborda en el Congreso de los Diputados. ¿Qué opinión le merece que un diputado del PP le increpara a Errejón cuando sacó el tema a relucir?

Que se equivocó, sencillamente. Poder ocuparse y preocuparse de la salud mental es un lujo de países ricos. No es fácil abordarla con sensatez y mesura, pero hay que hacerlo sobre todo yendo a las causas que producen enfermos mentales y sin convertir en causa de enfermedad mental cualquier adversidad. 

En su último libro señala que una de las asignaturas pendientes son las residencias geriátricas. ¿Le aterra que para la sociedad-mercado algunas residencias se hayan convertido en contenedores de viejos?

En el libro les llamo "internados". Las estadísticas dicen que sólo un 4% de los viejos que están en residencias están ahí voluntariamente. Hay que repensar cómo tratar la dependencia, a mi juicio, en el sentido de no privar a los dependientes de todo aquello que les proporciona el hogar. 

Le dedica un espacio al tema del envejecimiento. ¿Por qué nos da tanto miedo hablar del tema? Incluso la filosofía lo ha evitado…

Si, pero no ha habido más remedio que empezar a hablar de la cuestión. Uno de los temas recurrentes ahora es la soledad como un fenómeno de nuestro tiempo. La soledad no querida y que se vive como abandono. 

También habla de que debemos cuidarnos a nosotros mismos y al planeta. ¿Cómo de fundamental es entender esto por el bien de la humanidad?

El cuidado debe extenderse a todo: humanos, animales y naturaleza en general. Somos conscientes de que hay que frenar el cambio climático y hay que ponerse a ello sí o sí. 

Ha llegado a cargar contra los antivacunas junto a otros filósofos. ¿Poner en práctica la libertad individual en este caso supone un gran riesgo para todos, no?

Entiendo que la posición antivacuna no es una defensa de la libertad porque es cierto que somos libres y que ser libre significa poder elegir, pero también lo es que vivimos en sociedad y el modo de ejercer la libertad no es algo estrictamente privado, lo que hacemos o dejemos de hacer afecta a los demás. Los antivacunas por principio no piensan en eso. 

A finales de los 60 dio clases de lengua en Baltimore. Hace poco vi la serie The Wire ambientada en allí a principios de los 2000. ¿Cómo fue esa experiencia?

Mi experiencia fue universitaria. Baltimore no era entonces, creo, la ciudad dura que refleja The Wire, pero sí era una ciudad muy proclive a los conflictos raciales, los riots, que en los años 60 fueron frecuentes y violentos, en plena lucha por la reivindicación de los derechos civiles para los negros. 

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