El periodista y reportero de investigación Jon Sistiaga (Irún, 1967) ha pasado por los Balcanes, Irak, Ruanda, Irlanda del Norte o Afganistán para terminar volviendo a su Euskadi natal. Tras una vida escribiendo no ficción sobre conflictos en primera línea, su primera novela es Purgatorio, un relato sobre el conflicto interno de la culpa en los años posteriores al fin de ETA que ha presentado este martes en Málaga.
El propio título es ya una declaración de intenciones. ¿Quedan muchos pecados todavía que expiar en el País Vasco?
El purgatorio es un rincón de pensar teológico, un sitio donde expurgar tus pecados o incluso entrar a purificarse. Es un sitio donde al menos tienes que contar lo que has hecho y luego teológicamente ver si tiras para el cielo o no. Lo elegí porque era un título corto, como un puñetazo, y realmente todos los personajes que pasan por mi novela los hago pasar por una especie de purgatorio. Todos ellos tienen que pensar, o piensan, o le dan vueltas, a lo que ha sido su vida, lo que han hecho, las maldades que han cometido... Todos excepto uno de los protagonistas, que es una víctima y es la única que no eligió su condición y por tanto no debe pasar por el purgatorio. El resto son terroristas, exterroristas, asesinos, policías, torturadores... Todos pasan por el purgatorio.
Hay una lectura especialmente crítica con los ideólogos, los instigadores de la violencia, los que empujan pero no se manchan las manos.
Quería darle una vuelta a los relatos sobre el conflicto vasco a la luz de lo que yo sé como vasco, de lo que yo he conocido como periodista y de lo que yo he aprendido como corresponsal. Siempre hay alguien detrás. Quería cambiar un poco el foco y dejar de pensar siempre solo en los que están en las cárceles: que si han trasladado a otro preso, que si no sé qué... Dejar de pensar en aquellos asesinos que disparan en el último momento y que viven condenados e ir más allá: ¿por qué un joven de 18 o 20 años es capaz de decidir tirar toda su vida por la borda, sabiendo que desde el momento en que mata solo le queda la cárcel, el exilio o la muerte? ¿Quién le convence de que es un héroe, un elegido, un mártir, un soldado, un gudari? ¿Por qué esos nunca pagan por lo que han hecho?
No lo pagan porque casi nunca se les encuentra o casi nunca se puede demostrar que ellos fueron los impulsores o los ideólogos. Ninguno de estos te va a hacer un comunicado en el que se ordene un asesinato, no va a dar una orden por escrito ni hablada. Me interesa esta gente que ha retorcido la historia, que ha tergiversado las fechas o los acontecimientos, que se ha inventado narrativas y leyendas para convencer varias generaciones después que hay una amenaza existencial y la única solución final es matar al contrario para defender esa idea.
¿Son esos ideólogos los que más tienen que pasar por ese purgatorio?
Ahora mismo todavía en Euskadi se pueden exigir responsabilidades éticas a personas que organizaron la matanza de los contrarios y viven entre nosotros, coinciden con nosotros en la cola del pan o tomando un txikito en un bar o en su asiento en el estadio de Anoeta. No están tan lejos. Las personas que organizan siempre este tipo de soluciones finales trabajan desde despachos. Son profesores de Universidad, abogados, filósofos, poetas, escritores, periodistas. Con su gota fina y sus pequeñas aportaciones, generaron la idea —que luego nunca desmintieron— de que era necesario matar y que la violencia que se iba a ejercitar era buena y virtuosa. La violencia mala, horrorosa y opresora era la de los otros. Generaron la idea de un nosotros y un ellos. Estos no han dicho Lo siento todavía.
Es tu primera novela y justamente en ella tratas un tema que ya tocaste como periodista. ¿Es una manera de llegar a rincones que desde el trabajo periodístico no se pueden alcanzar del todo, pero se intuyen?
Sí hay algo de esto. Tenía tantas cosas escritas que no se pueden contar porque eran absolutamente inverosímiles, o porque no las puedes comprobar aunque sepas que son ciertas, o porque no tienes una declaración que la avale y sería simplemente una idea loca de un periodista al que todo el mundo desdeñaría, o porque tienes off the record que respetas, pero —pasado el tiempo o tras haber fallecido la persona que te lo cuenta y convenientemente enmascarado en un personaje que no tiene nada que ver— puede salir a la luz. En el País Vasco de aquellos años bárbaros sucedieron tantas cosas que no se pudieron contar, pasaron tantas situaciones que parecerían salidas de la mente de Tarantino pero que eran totalmente reales. Decidí recurrir a la ficción también en un momento dado de pandemia, de bloqueo a una serie de trabajos y viajes que tenía que hacer. Dije: Bueno, este es el momento de escribir sobre todo aquello.
¿Cómo crees que aterriza esta obra en la situación actual de Euskadi? Ya más de una década sin ETA, pero con una especie de lucha por el relato...
Yo no entro en la lucha de relatos. Me apetece que llegue como una patada en la conciencia tranquila de una sociedad que vive en una dulce amnesia colectiva ahora mismo. Nadie se pregunta qué pasó, qué ocurrió, por qué ocurrió. Hemos pasado tan rápidamente a una nueva normalidad que nos hemos olvidado de leer algunas páginas o notas a pie de página o capítulos enteros de nuestro pasado más cercano. Creo que Purgatorio tiene dos niveles de lectura: es una novela negra escrita en un formato de thriller, que creo que a un lector habitual de esas novelas le va a agradar y le va a enganchar, pero también creo que tiene una lectura mucho más profunda, que en Euskadi se está entendiendo ya. Joer, se están diciendo verdades como puños que todos conocíamos y que todos sabemos y que nos hacen trasladarnos a ciertos momentos, épocas, personas y situaciones que nos interpelan y nos dicen: ¿dónde estaba yo entonces?, ¿qué no hice?
Dada tu experiencia reportajeando en zonas de conflicto, ¿qué has notado que tienen en común y qué has notado diferente?
En todo lugar donde la violencia ha atravesado la normalidad de una comunidad hay patrones que se repiten. Hay siempre unos señores mayores que convencen a unos jovenzuelos casi adolescentes de que se lancen a matar, que si dan su vida por una causa se convertirán en héroes para ella, que es la gran mentira para no decir realmente que lo que tienen que hacer es matar. Esos patrones se han repetido en lugares en los que he trabajado: Belfast, Ruanda, el conflicto sectario en el Irak de la posguerra, Kabul, Colombia. Como se iban repitiendo algunas fórmulas, algunos comentarios, después de hablar con muchos antiguos asesinos me he dado cuenta de que no todo el que mata luego es tan valiente de reconocer su error y lo que ha hecho. Empecé a elaborar la idea de que esto se parecía sospechosamente mucho a lo que yo había vivido en mis carnes en el País Vasco. Empecé a esbozar los personajes que están construidos de retales de muchas otras personas a las que he entrevistado en cárceles, en zulos, en sus casas o en playas.