Tal vez la pregunta no sea por qué deberían ser Patrimonio Mundial el monte Gibralfaro, con la Alcazaba y el castillo, y la calle Alcazabilla; quizá la pregunta correcta es por qué la Unesco no lo ha declarado ya Patrimonio Mundial.
Lo cierto es que la pretensión es una apuesta muy elevada, pero ya saben que quien no llora no mama, y que por preguntar que no quede. Pues algo así han pensado en la Casona del Parque donde este pasado jueves se aprobó por unanimidad una iniciativa institucional en la que se acuerda poner en marcha esta candidatura.
Pero ¿tienen lo que hay que tener el monte Gibralfaro y Alcazabilla? Pues en EL ESPAÑOL de Málaga creemos que sí y vamos a repasar algunos de sus puntos fuertes.
Milenios de historia
Para empezar, el pasado de Málaga como ciudad arranca en este punto. Situado a unos 130 metros sobre el nivel del mar, esta atalaya natural se convirtió en el enclave estratégico en torno al cual los fenicios, tras llegar en sus embarcaciones, fundaron la ciudad de Malaka hace ya cerca de 3.000 años.
Los fenicios, que trajeron todo lo bueno que hay por esta tierra, sólo fueron los primeros de una larga serie de civilizaciones que han paseado sus palmitos por esta tierra: desde los árabes, pasando por los romanos y los judíos, hasta la llegada de los Reyes Católicos y su famosa Reconquista que cambió la realidad de una ciudad en la que aún están muy presentes las huellas de todas las culturas que se han aposentado en ella. Y todo esto teniendo como centro este accidente geográfico.
La Alcazaba y el Castillo de Gibralfaro
Dejando en un espinoso aparte que puede que Gibralfaro tuviera más posibilidades ante el jurado de la Unesco si todavía existiera el barrio de La Coracha, tampoco están mal sus dos grandes infraestructuras.
La Alcazaba fue edificada durante la época islámica inicialmente como fortificación para después convertirse en un palacio fortaleza, sede del gobierno de la ciudad.
Más tarde, el castillo de Gibralfaro se construyó durante el siglo XIV por Yusuf I de Granada para albergar a las tropas y proteger la Alcazaba. Construido sobre un antiguo recinto fenicio, la fortaleza primigenia también poseía un faro, que es precisamente lo que da nombre al monte de Gibralfaro (Jbel-Faro, Jabal-Faruk o monte del faro).
Su mayor fama proviene del hecho de que los Reyes Católicos realizaron sobre él un fuerte asedio en 1487. Tras romper el bloqueo, Fernando de Aragón lo tomó como segunda residencia, mientras que Isabel I de Castilla, más campechana ella, se quedó a vivir en la ciudad.
Parador de Gibralfaro
Debido a que el monte se encuentra en una situación privilegiada, no es de extrañar que en 1948 Málaga capital inaugurara su primer Parador en este enclave.
Construido de tal forma que se mimetiza con el entorno rodeado de pinos que lo alberga, este edificio se encuentra frente a la Alcazaba y regala unas impresionantes vistas de la bahía y de la ciudad donde el azul será el auténtico protagonista.
Un lugar idóneo donde hacerse fuerte y desde donde descender y explorar las calles y monumentos malagueños. Eso sí, para la vuelta lo mejor es alquilar un coche o pedir un taxi o un Uber porque la cuesta es bastante pronunciada como para hacerla a pie yendo contentillo de Pajarete.
Calle Alcazabilla
Y a sus pies, el Teatro Romano de Málaga, ejemplo de que los humanos somos capaces de perder cualquier cosa. Enclavado en mitad de la capital malagueña nos tropezamos con este hito de cómo recuperar vestigios del pasado para dotarlos otra vez de vida.
Oculto durante siglos, cayó en el olvido bajo las viviendas que se levantaron en la ladera del monte, aunque en 1951, durante unas obras en el Palacio de Archivos, Bibliotecas y Museos de Málaga, salió a la luz. Así, durante varias décadas se practicaron trabajos de excavación y consolidación que terminaron con el derribo del Palacio y la puesta del yacimiento arqueológico bajo el sol que ya lo alumbrara hacía cerca de dos milenios.
Lugar de peregrinación
No es de extrañar que, cada día, suban a disfrutar de las vistas de este monte cientos de turistas y vecinos. Pero es que no es para menos: el esfuerzo merece realmente la pena cuando al ascender te topas con un paisaje que no te corta la respiración, porque sin aliento ya llegas.
Descubrir la ciudad desde su mirador es una experiencia inolvidable: desde esta atalaya se contempla una de las imágenes más tradicionales de la capital malaguita, con la plaza de toros de la Malagueta, el Ayuntamiento, el puerto y el Paseo del Parque en primer plano.
Además, durante la progresivas desescaladas de la pandemia el monte se transformó en lugar de peregrinación por parte de miles de malagueños que encontraron de esta forma una excusa para girar sus miradas hacia la propia ciudad y visitar lugares que por hache o por be nunca habían visitado.
De hecho, hay numerosas rutas y sendas que recorren el monte de Gibralfaro, un lugar que en ocasiones no echamos en cuenta y que dentro de poco podría ser oficialmente reconocido como lo que ya es: un Patrimonio Mundial.