El primer recuerdo de Alessandra García (Málaga, 1984) asociado al teatro la sitúa a ella muy niña, con bolso y tacones de su abuela, interpretando el personaje de una mujer. Aquella niña con inquietudes artísticas sigue entendiendo hoy su oficio como un juego y así lo vive cada vez que sube al escenario. La actriz, responsable de la programación en el Contenedor Cultural de la Universidad de Málaga, está nominada a tres Premios Max de las Artes Escénicas por Mujer en cinta de correr sobre fondo negro.
La versátil artista podría ganar en las categorías de mejor actriz, mejor autoría y mejor espectáculo revelación. García rinde homenaje en la pieza autoproducida al desaparecido barrio de El Bulto donde ella nació y hace una radiografía del ciudadano de a pie. También reflexiona desde la carcajada y la conciencia de clase sobre la superproducción textil, la identidad, el capitalismo, el entretenimiento, la cultura, los idiomas, el mote y el sector servicios.
La gala de entrega de los Max se celebrará el próximo seis de junio en Menorca. Mientras tanto, la gestora cultural continúa su labor en el taller de teatro y en el Contenedor Cultural de la UMA mientras prepara un spin off de la personalísima obra. "Estoy muy feliz. No nos lo esperábamos. Éramos candidatas y la lista era muy grande. Cruzábamos los dedos para ser finalistas. Conseguir tres nominaciones ha sido muy loco", cuenta en una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga.
En primer lugar, ¿cómo se siente al recibir tantas nominaciones con un proyecto hecho de forma totalmente independiente?
Es una obra producida por Violeta Niebla y por mí (Dos Bengalas), autogestionada e independiente. Se fraguó siendo una apuesta muy personal. Nos sentimos orgullosas al ver que estos premios dan la oportunidad a proyectos que no están respaldados institucionalmente. Este tipo de teatro contemporáneo también existe, y tiene público. Espero que al estar en los Max las instituciones de Málaga nos tengan en cuenta, nos respalden a nivel económico y se den cuenta de que este teatro está muy vivo.
Su espectáculo es una representación bastante fiel de la vida en los barrios. ¿Qué se aprende en ellos?
Se aprende de todo. El barrio es España. Hay más barrios que otra cosa en este país. El barrio representa al ciudadano de a pie. En él he aprendido a enorgullecerme de lo que soy, de mi identidad. He vivido un cambio de etapa en mi vida. Venía de hacer muchas performance y obras grandes para el taller de teatro de la Universidad de Granada. Esta es una autoficción. No hay ningún personaje, pero las cosas de las que hablo parten de mis vergüenzas. Me empodero mostrándolas. Me siento muy orgullosa de hablar de mi identidad.
Habla de la identidad asociada al barrio, de la comunidad que se forma y de los motes por los que se conoce la gente allí.
El mote debería ser patrimonio inmaterial de la humanidad. El mote representa la intrahistoria de cada pueblo, de cada barrio, de cada núcleo. Me parece una cosa bellísima llevar la medalla del mote, de tu antecesor. Termino la obra con una retahíla de motes de un barrio que ya no existe, que es el Bulto de Málaga. Es el homenaje al barrio donde yo nací. Ese Bulto sigue vivo porque lo nombras. El mote, al igual que un montón de cosas pequeñas que conforman un barrio, son nuestro patrimonio. Es cierto que en esta cosa de querer parecerse a algo que no somos queremos ser muy homogéneos en la arquitectura o en la forma de vestir. Queremos ser Europa y parecernos a los que están enfrente. Yo reivindico esa cosa autóctona, periférica, canalla, cañí y sobre todo única.
También parodia el lado oscuro de los barrios de moda y las operaciones de especulación urbanística. ¿Las ciudades en general, no sólo Málaga, están condenadas a la gentrificación y al turismo masivo? ¿Hay alternativas?
(Silencio). No, no hay alternativas. Me da mucha pena contestar así de tajante. Nos estamos dejando seducir por lo macro. Lo macro es una cosa horrorosa. Esa cosa que digo en la obra: "Hay mucha gente en el planeta con tu mismo chándal Fila". La identidad de los barrios se está perdiendo y la gente no está haciendo nada. Te pongo un ejemplo: el barrio de Teatinos. Tendrá unos 15 o 20 años y sigue sin tener identidad. La única identidad está ligada a una universidad que tiene enfrente, a la gente que sale de los hospitales y a los universitarios. No hay nada que distinga a los nuevos barrios que están naciendo. Eso es algo que me da mucho miedo.
¿Piensa que Málaga va camino de convertirse en una ciudad sin alma o sin identidad?
No. Eso es muy complicado. El malagueño o la malagueña son muy fuertes en sus personalidades. Somos personas muy zalameras, salerosas, alegres y campechanas que no nos podemos quedar sin alma precisamente por nuestra idiosincrasia. Tenemos esa idea de crear comunidad hablando hasta con una persona sentada en la parada de un autobús. Pero sí que creo que nos estamos vendiendo. Estamos muy asustados pensando que nuestra única industria es la hostelería y el sector servicios. Ese miedo nos está llevando a perder nuestra identidad.
Reivindica a los invisibles en su obra. ¿Qué opina de lo ocurrido en el barrio de El Perchel? ¿Y del posible desalojo de La Casa Invisible?
Lo de La Invisible me parece ridículo y de ineptos. Los políticos quieren que esta ciudad sea cosmopolita y referente, como esas que ves en los típicos cuadros espantosos donde ponen los nombres de las capitales del mundo. Si quieres que salga la palabra Málaga en ese cuadro espantoso que puedes comprar en un bazar, tú como político no puedes matar la autogestión cultural porque entonces se te queda la ciudad sin espíritu. Ciudades como Londres dejan vivas las cosas que marcan su identidad. La Invisible es igual de importante que la Fuente de las Tres Gracias o el Muelle Uno. Para ser una ciudad referente necesitas un centro autogestionado de cultura y bienestar. Programan actividades culturales, sociales y deportivas que cuestan muy poco dinero, y a las que tienen acceso gente de barrios humildes con inquietudes. Estos lugares no deben estar en la periferia, sino en el centro de la ciudad. El centro de la ciudad no puede ser todo un parque temático. Se están equivocando muchísimo en eso. Lo del Perchel me parece inevitable. Seguiría dándole cabida y apoyando económicamente a toda la parte folclórica que tiene el barrio.
Hace gala de su conciencia de clase en este montaje bastante crítico con el capitalismo. ¿Siente que falta conciencia de clase en el sector cultural?
Sí. Falta mucha. Nos equivocamos pensando que la alta cultura inevitablemente es buena cultura y la baja cultura es mala cultura. Si exponen un calcetín sucio en un edificio cultural mastodóntico que ha costado millones de euros lo veremos como una gran obra. Sin embargo, si lo exhiben en la sala de muestras de la Invisible no lo va a mirar igual. Mi clase social puede ser la que sea. De hecho, todas son necesarias. Me parece una equivocación que tú a mí me juzgues por mi clase social independientemente de mi obra. Cuando era más pequeña no era consciente de lo importante que es eso. Ahora la reivindico mucho porque detrás de mí vendrán niños y niñas de barrios humildes. Quiero que esos niños me vean a mí programando, en un escenario, y lo vean como algo normal, y se derriben tópicos tales como que si tú te dedicas a la cultura por lo menos te has tenido que criar en un bloque con ascensor.
En su montaje hay mucha crítica social desde la carcajada, la ironía. ¿Ante todo hay que pasarlo bien, no?
Eso se aprende de los barrios. El humor está muchísimo más desarrollado en la gente humilde y que se tiene que buscar la vida. Para mí, el humor es una herramienta de supervivencia, una forma de resistencia, una obra maestra como un puchero bien hecho.
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