¿Quién no asocia hoy día Wuhan con imágenes distópicas de la pandemia? La megaurbe china con 11 millones de habitantes alcanzó fama mundial al convertirse en el primer epicentro del virus a principios de 2020. Allí se detectó el primer foco de SARS-CoV-2. Mike Jorquera (O Porriño, Pontevedra, 1972) retrató una ciudad "completamente distinta" durante su estancia de 2007 a 2016.
El fotógrafo pasó casi una década tomando imágenes de la capital de la provincia de Hubei, un lugar "con mucha vida y llena de estudiantes". El artista publicó, fruto de aquella experiencia, un libro de instantáneas titulado Wuhan before Wuhan (La Fábrica). El artista presentará el proyecto tan personal este viernes en la escuela Apertura, en Málaga, dentro de su gira andaluza.
"Llevaba una vida normal y no la de la ascensión de una pandemia que cambia radicalmente la imagen del sitio. Espero que mi libro les ayude a descubrir cómo es esa ciudad de la que han oído hablar y que en cierta forma ha cambiado la vida de todos. No tiene nada con esa imagen distópica", reconoce. Desde sus clases de chino, la floración de los cerezos o su propia boda de Jorquera con una mujer wuhanesa: el álbum recoge un testimonio fiel de la ciudad china.
-¿Es muy diferente esa Wuham a la que apareció en las noticias tras convertirse en el epicentro mundial del coronavirus?
-No he podido ir a la ciudad después ni comprobar las diferencias. Llevo casi seis años en Madrid. He vuelto un par de veces antes de la pandemia. La ciudad será ahora muy distinta, pero no exactamente por la pandemia sino porque las ciudades chinas cambian mucho y muy rápido. No paran de construir y destruir día y noche.
-¿Se plantea volver pronto?
-La cuarentena allí todavía es muy estricta: son cuatro semanas. Cualquiera que quiera volver debe estar cuatro semanas encerrado. Dos semanas en un hotel pagado por ti y dos semanas en casa con una cámara de vigilancia en la puerta para asegurarse de que no sales de casa. Mi mujer es de Wuham. Volver a visitar a nuestra familia y a nuestros amigos ahora es impensable. Esperamos que el año que viene sea posible ir. La echamos mucho de menos.
"Nunca vi murciélagos"
El profesional gallego pudo visitar mercados de la megaurbe, pero no estuvo donde se originó exactamente la pandemia. "Piensa que Wuhan es una ciudad muy grande de 12 o 15 millones de habitantes. Hay muchísimos mercados y hay zonas que prácticamente no conozco. He estado en algún mercado donde vendían especies exóticas como serpientes. Nunca vi murciélagos", señala.
La falta de referentes y la incomunicación le llevaron al aislamiento algún tiempo. Eso se ve reflejado en algunas de las fotografías. "Eso ocurría al principio cuando empecé a viajar por China en 2002. En aquel momento no hablaba mandarín. Para romper esa barrera que me separaba de la gente empecé a estudiar su idioma. Para aprenderlo definitivamente me fui a Wuhan. Una de las metas de mi proyecto era entrar en las vidas de las personas que viven allí", cuenta.
De estar perdido a ser uno más
El libro reúne su visión personal de la ciudad y su experiencia allí, que acabaría por transformarle para siempre. "Cuando me planteé sacar este álbum que quería que estuviera todo: el aislamiento, las fotos en blanco y negro más oscuras y confusas donde me sentía perdido en la ciudad; esa parte en color con mucha más vida y luz que refleja mi día a día como un extranjero en la ciudad que se casa allí, tiene una familia y que ve cosas completamente distintas", explica.
Wuhan before Wuhan incluye 11 desplegables con ocho historias personales del autor: desde su estancia en la primera casa donde vivió en Wuhan a las clases de inglés en la universidad, su boda, o la primera vez que su mujer fue a visitar España por primera vez un verano.
El fotógrafo se marchó a la megaurbe china con una beca en 2007. "Iba para estar un año. Me dije: "Estoy aquí, hago mis fotos y me vuelvo a Madrid en 12 meses". Cómo me iba a imaginar que iba a estar nueve años y que me iba a casar allí. Ha cambiado completamente mi vida", relata emocionado.
Según Jorquera, el choque entre la cultura occidental y la oriental es muy bestia. "Lo noté cuando quise casarme con mi mujer. Hay un choque cultural en las costumbres y en las reglas. Tienes que aceptarlas y adaptarte a ellas. No puedes ir a imponer tus formas de comportamiento porque te vas a estrellar contra un muro. En cuanto estás allí te haces a ellas", asegura.
Esa búsqueda de su identidad en forma de álbum fotográfico le llevó por "un camino completamente inesperado". "Nunca pensé que iba a ser tan feliz en ese sitio. Me llevo por unos derroteros que nunca esperaba. Me he sorprendido a mí mismo. A veces me cuesta reconocerme al ver ahora esas fotos. Ahora parezco otro yo. Es como si viera las fotografías de otra persona. Es una ciudad tan distinta y tan lejana a Madrid", explica.
Este diario vital y artístico también recoge toda la transformación del medio fotográfico. "Fui allí con cámaras analógicas. Años después vendí todas estas cámaras, me deshice de ellas y me puse con la fotografía digital", cuenta. Todas las imágenes en blanco y negro fueron tomadas con analógicas mientras que las que hay en color se hicieron con cámaras réflex.
El artista ha trabajado con Luis Asín y como positivador de blanco y negro en el laboratorio de Juan Manuel Castro Prieto. "También hay muchas influencias de la fotografía japonesa, y de algunos fotógrafos franceses y norteamericanos. Esos trabajan mucho el blanco y negro. Al incluir estas fotohistorias en color que cuentan mi experiencia personal me he separado de esos referentes y he hecho algo diferente", subraya.
Entre las instantáneas que reflejan la esencia del proyecto hay una de unos pescados colgados de un alambre y de fondo el lago más importante de la ciudad, nevado al fondo. "Antes del año nuevo chino, un mes antes aproximadamente, las calles se llenan de pescados y carne, que cuelgan para secarlos. Se lo comen todo entre enero y febrero. Las familias se encerraban, igual que nosotros en Navidad, en el año nuevo chino", recuerda.
Su primer recuerdo asociado a la fotografía lo sitúa en Disney World en el año 1982. Sus padres tenían una nikon de carrete. "Me la colgaron al cuello y me pidieron que hiciera las fotos. Como no sabía usarla bien salieron movidas. Es curioso. He seguido haciendo fotos movidas. Sin saberlo estaba iniciando un camino de fotografías imperfectas y desenfocadas", rememora entre risas. Un camino que le ha llevado a vivir y fotografiar una ciudad que quedará en el recuerdo de todos para siempre.