En ocasiones, la Historia da luz a ciertas personalidades para que el resto de la sociedad pueda dedicar su vida a descifrarlos. Nombres propios que se fraguan al ADN de un país y que requieren décadas de estudio para poder entender el porqué de su legado. Personajes pertenecientes a ese selecto grupo que coquetea entre la élite y el misterio. Felipe González es uno de ellos.
En esa fina línea ha deambulado siempre el primer presidente socialista de la democracia española. Su firma está impresa en un olimpo conformado por hombres y mujeres que forjaron el proyecto político más importante del siglo XX y, posiblemente, de todos los anteriores. González continuó construyendo unos cimientos que han llegado hasta nuestros días en forma de sociedad del Bienestar.
14 años en la Moncloa son imposibles de condensar en la entradilla de una entrevista, pero ese pasado, con sus aciertos y con sus errores, sí que tiene espacio en otros formatos, como el último trabajo realizado por Sergio del Molino (Madrid, 1979).
El escritor, periodista y voz inconfundible de la radio española llegó a Málaga para presentar Un tal González (Alfaguara); un libro que no es histórico, ni biográfico, ni crónica, ni ensayo. Un libro que va de Felipe, sin más apellido porque el nombre no da lugar a error, por mucho que pueda echarse a pelear con el de al menos seis reyes.
373 páginas en las que el autor trata de desentrañar una cuestión trascendental: cómo alguien, tan expuesto a la opinión pública, ha sido capaz de mantener oculta su esfera privada a la luz del día durante tanto tiempo: "Sus familiares han leído el libro y reconocen al personaje que les es tan cercano", reconoce.
Más allá del aniversario de la primera victoria socialista, ¿por qué ha decidido escribir Un tal González?
Porque creo que no hay que esperar a que todas las cosas que cuento en el libro sean lugares comunes. Cuando se asiente el relato histórico y quede claro el alcance de su figura, es decir, que lleve un tiempo muerto, será muy fácil hacerlo. Ahora es más complicado porque solo se puede intervenir desde la literatura. Se trata de un personaje que despierta muchas pasiones, con una opinión, yo creo, negativa acerca de él; hay bastante olvido sobre su figura, especialmente en las generaciones que siguen a la mía.
Es cierto que Felipe González se ve muy lejano, pero creo que el momento adecuado es ahora que está vivo y se puede acceder a él. Eso permite contar el relato desde una perspectiva más cercana y con implicación directa. Sin que suene a historia desaparecida, pero siendo historia.
Reflexiona al principio sobre la técnica empleada para construir la obra. No es una crónica, ni un reportaje, ni un perfil. Recuerda en cierta medida a la narrativa de Éric Vuillard.
Busco lo que siempre busca la literatura, que no es nada novedoso. Ahora está muy codificada en la ficción, por eso llama la atención (adentrarse en la historia). Pretendo restañar un tipo de verdad que solo se obtiene mediante la literatura y técnicas literarias, construyendo un personaje para ver su importancia y dimensión. Eso solo lo puedes hacer con las armas que te ofrece esta disciplina. Pretendo motivar la reflexión de una época y un país. No es diferente a lo que ya se ha hecho cuando se ha intentado adaptar o medir episodios históricos.
Ha citado a Vuillard, que me alucina. Me parece una virguería lo que hace. Me gusta mucho cada vez que me relacionan porque no es tan obvio. Éric Vuillard hace unos libros muy distintos, pero que van un poco en esa línea. Es algo que los franceses hacen muy bien: mezclar las herramientas de la ficción para intervenir sobre la realidad. Creo que consiguen que la literatura esté viva y presente en el debate, un asunto que me preocupa mucho. No me gusta que esté siempre mirándose a sí misma, al ombligo. Como decía Sánchez Ferlosio, faloscópica. Tiene que estar en la vida, participando en el debate público, interviniendo e incordiando a los lectores. Creo que estos libros lo consiguen.
Para eso hay que tocar ciertos temas.
Y escribir sin miedo.
¿Ha encontrado alguna línea roja? ¿Algún tema sobre el que no haya querido indagar?
No. Me propuse contarlo todo. Las líneas rojas han sido más bien líneas rosas. No quería que el relato fuera excesivamente hipersentimentalizado ni que la turbulenta vida privada enturbiara su imagen política. Quería que la historia quedara reducida al ámbito político y público. Entendí que no iba a escribir ciertas cosas que, aunque son sabidas, forman parte de la intimidad. Sobre la actuación pública está todo contado y me meto en todos ellos.
Dice al principio del libro que Felipe González es un agujero negro. ¿Qué color ha encontrado en el expresidente?
Negro más negro todavía que el que creía (ríe). Es mucho más difícil llegar a él. Su gran misterio, o uno de ellos, está en cómo ha conseguido permanecer oculto a la luz del día durante tantísimos años. Eso es algo que no he logrado desentrañar. No sé cómo lo hace. Intuyo que se debe a su enorme firmeza, por eso repito tanto el estribillo de si te aflojas, te aflojan. Creo que es un caso extremo de autodisciplina para poder separar lo público y privado y mantener unas esferas a salvo del escrutinio de la población. Muy poca gente lo ha conseguido. De hecho, nadie con su grado de proyección.
Da la sensación de que Felipe entendía la presidencia de una forma mucho más trascendental que la mera gestión de una administración. Algo así como un monje o ermitaño que vive en la Moncloa.
Diría que es un artista de la política. Cuando le escuchas hablar del poder, interrogar sobre lo que piensa del poder, se parece mucho a lo que Picasso podría decir de su disciplina. Habla de su estilo en términos pictóricos: “Tiene unas pinceladas de Olof Palme…”. Va mezclando cosas y se interpreta como un artista del poder. Es muy distinto al resto de presidentes, a los que vinieron antes y después. Tiene una concepción del poder metafísica y física; lo ejerce con todo el cuerpo, con la presencia, con la voz, golpeando… Se impone y sabe que si no te impones, estás perdido. El poder es algo casi animal y corporal. Lo entiende muy bien y así lo ejerce.
Sin embargo, hay una imagen de él caricaturizada que lo reduce al puro, yate, chaqueta de pana y bonsái. ¿Ha sido injusta la historia con él o realmente su legado es ese?
Creo que mezclamos ahí su historia política con su historia pospolítica. El problema de Felipe es que se retira a los 54 años. España tiene muchos presidentes jóvenes, somos un país raro en eso, pero esa edad sigue suponiendo la cumbre. Para un tipo que ha estado inmerso en una actividad constante, es muy difícil que se calle. Su intervención constante en el partido y en los medios hace que de la impresión de que no ha abandonado del todo el poder. Se le reprocha y se le juzga como si estuviera, pero su legado acaba en 1997 (cuando abandona la secretaría general del PSOE) y no deberíamos hablar de su política más allá de ese año. Se convierte en un personaje, en otra cosa, pero más allá de lo que nos parezca su conversión en una especie de aristócrata, no es relevante para su legado, no influye en España.
Cuenta que en 1997 usted que era algo así como un marxista alejado y desencantado con la gestión del primer presidente socialista. En cambio, uno termina el libro deseando ser un hijo de Felipe. ¿A qué se debe esa dicotomía perceptiva?
Porque era un crío de barrio que no había crecido en un ambiente especialmente felipista. Más bien al contrario, más hacia la izquierda. Familiarmente vengo de los desencantados o de gente que nunca llegó a encantarse. Siempre he tenido una distancia muy cínica con él y eso es un gusto adquirido. Para mí, Felipe es algo que he aprendido a apreciar con la dimensión histórica. Pero en ese momento era difícil. Si hubiera tenido 10 años más, hubiera tenido otra perspectiva. Con 15 o 16 años es imposible.
¿Qué hay del embelesamiento?
He intentado ser ecuánime, pero no he trabajado la distancia. Incluso he intentado dejarme seducir por él porque era importante que el libro tuviera un punto de vista claro: el de Felipe. Para ello necesito entenderlo muy bien. Distancia ninguna, y aun así no me he acercado todo lo que quisiera. Me hubiera gustado sentir la fascinación que sentía la gente en sus mítines en el 82. Pero es imposible, no se puede recrear. Aun así, esto no es un trabajo periodístico, por lo que no me siento obligado a ello. Creo que el libro pecaría de frialdad y cinismo si estuviera siempre poniendo distancia.
¿Le ha dicho algo Felipe González?
Ni una palabra.
¿Y eso cómo se interpreta?
Bien. Pero gente de su entorno muy cercana, muy cercana, lo más cerca que se puede estar, lo ha leído. Tengo relación estrecha con familiares suyos y todos están… bien. Reconocen al personaje que les es tan cercano.