Era un día como hoy, solo que del año 2003. Las puertas del Palacio de Buenavista volvían a abrirse. Como si fuera la primera vez; como si nunca hubiera dejado de ser. Las paredes del inmueble que un día albergó la vida de José Francisco Guerrero y Chavarino y Antonia Coronado no tenían restos de cualquier cosa que pudiera asociarse con la vida de una familia del siglo XVI. En esta ocasión, lo que la gente se encontró fue el día 1 de la vida del Museo Picasso de Málaga.
Pero el origen de esta historia no se remonta a comienzos del milenio. Para situarnos en el principio hace falta viajar varias décadas al pasado. Juan Temboury, que por entonces era delegado provincial de Bellas Artes en Málaga, se puso en contacto con Pablo Ruiz Picasso solicitando comenzar algún tipo de colaboración. El objetivo no era otro que tratar de enriquecer la apuesta cultural de una ciudad de tranvías y pescadores en las que ya se había plantado la semilla de una gran revolución socioeconómica.
La providencia quiso que Christine Ruiz Picasso (por aquel entonces pareja de Paul, el hijo primogénito de Pablo y nacido de su matrimonio con Olga Kokhlova) viajara al sur para recibir un homenaje. Todo hacía indicar que había llegado el momento perfecto para que la iniciativa pudiera desembarcar en buen puerto… Pero lo cierto es que las conversaciones se diluyeron en unas carreteras infinitas.
Hubo que esperar a los años 90 para que Andalucía pudiera encontrarse por primera vez con el hombre detrás del Guernica o de Las señoritas de Avignon: “Estamos hablando de unos años de gran efervescencia en el movimiento cultural e internacional. Veníamos de celebrar una Expo, por lo que esa euforia se despierta en este contexto”, explica a EL ESPAÑOL de Málaga José Lebrero, director artístico del Museo Picasso de Málaga durante los últimos 14 años.
Así, a comienzos de esta década, aquella vieja aspiración que se había enrolado en carreteras comarcales empieza a dar sus frutos. El Palacio Episcopal acogió en 1992 y 1994 las exposiciones Picasso clásico y Picasso, primera mirada. No solo fue un hito por el nivel de la muestra, sino porque gracias al tesón y esfuerzo de mucha gente, en 1996 Christine Ruiz Picasso pudo retomar el proyecto.
Las mujeres que resucitaron a Picasso en Málaga
Hablar de los orígenes de este templo es hablar de tres mujeres. Lebrero vuelve a defender el papel determinante que tuvieron Christine (de quien destaca su generosidad a la hora de ceder las piezas); Carmen Calvo, como ejecutora política del proyecto durante su etapa como consejera de Cultura en la Junta de Andalucía; y Carmen Giménez, primera directora del museo y una de las mayores conocedoras del artista malagueño. “Sin ellas, no podría haber sido”, apunta.
En mayo de este año, coincidiendo con la exposición Picasso escultor. Materia y cuerpo, Lebrero se refirió a Giménez como el "puntal del feliz triunvirato". El currículum de esta experta en el pintor y escultor malagueño está avalado por sus labores como consejera del Ministerio de Cultura y en el Museo Guggenheim de Nueva York, entre la larga ristra.
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Uno oye hablar de estos lugares y podría pensar en salones, oficinas, despachos, trajes y formalismos. Esta imagen se difuminó rápidamente al ver a Giménez deslizándose entre las más de 60 obras que conformaron la muestra. Danzaba entre ellas, se mimetizaba con los cementos, bronces y maderas y se convertía sutilmente en el foco de atracción de la visita guiada, en la que los cargos institucionales abandonaban su puesto para convertirse en meros espectadores.
El museo, un antídoto contra el olvido
Durante el primer año del siglo XX se forma un nuevo gobierno presidido por Práxedes Mateo Sagasta, Theodore Roosevelt asume la presidencia tras el asesinato de William McKinley y Estados Unidos establece un protectorado de hecho sobre Cuba. Pero en este caso que nos concierne, el 1901 ha pasado a la historia por ser el último año en el que Pablo Ruiz Picasso pisó Málaga.
“Él no vuelve nunca más; la ciudad era algo diferente y se pierde en la memoria de aquel joven que quería descubrir mundo, hablar, y compartir. Era la fantasía que él tenía”, explica el director artístico del MPM. El “salto en el tiempo” entre su adiós y su retorno, ya de manera póstuma en forma de obras de arte, es tan grande que se diferencia mucho de lo que Picasso llegó a conocer en vida. “Málaga no había sabido nada más de Picasso, pero las exposiciones de los años 90 resucitan la alegría de los ciudadanos”, destaca Lebrero.
Con todos estos ingredientes, no se puede llegar a afirmar que la inauguración del museo, hace hoy 20 años, responda a ningún antiguo anhelo del propio Pablo Picasso. Sin vínculos son los que son, a la libre interpretación del que quiera entender. Lo que adquiere rango de objetividad es la añoranza que el artista comenzó a sentir por el sur de España cuando cumplió los 50 años.
La exposición El gabinete de las palabras y las cosas (visitable en el centro cultural de la Fundación Unicaja hasta el 10 de diciembre) busca poner la atención en la identidad del malagueño con su lugar de origen. El mismo punto de partida que “marcó algunas facetas” de su modo de ser.
Así, Lebrero explica las cartas y poemas que escribe, casi de forma compulsiva al cumplir el medio siglo de vida, lleva a pensar en un Picasso que añora, que tiene nostalgia. Un Picasso en el que florecen los recuerdos de una patria abandonada. “El ejemplo más evidente lo encontramos en la gastronomía: habla de las pasas, los borrachuelos o los tejeringos. Pero también de lugares como la catedral, las barcas, los ojos fenicios que llevaban las jábegas. Los temas taurinos, la forma de jugar con la iglesia, los mendigos… Todo es un glosario que nos indica que se acuerda”, relata.
El momento en el que esta morriña se expone con mayor claridad fue al cumplir los 80: “Llegó un periodista y le preguntó si se sentía español, a lo que le respondió: cada vez más. Porque él no es solo de él, sino de muchos. Su identidad es universal, pero nosotros reivindicamos ese sur de Picasso”.
20 años del museo… Y reto por delante
Lebrero terminará este 2023 su etapa al frente del Museo Picasso tras 14 años como director artístico. La noticia se conoció el pasado mes de marzo y preguntado por el motivo de la decisión, explica que era algo que tenía asumido desde hacía tiempo: “Me quería haber ido antes porque el ciclo está acabado. Hay que dar un paso al futuro. Voy a seguir vinculado al arte porque no nos podemos separar, pero cuando acabe el año, tal y como me pidieron porque era un momento complejo, dejaré la dirección”, explica.
Entre esa suma de retos a los que deberá enfrentarse el nuevo director está la negociación entre la gerencia y los trabajadores del museo; unas conversaciones que comenzaron hace un año y que todavía no han desembocado en un nuevo convenio, algo que ha llevado a los empleados a la huelga en momentos tan reseñables como el Día Mundial del Turismo.
Sobre esta cuestión, Lebrero se pronuncia: “Un director artístico tiene que centrarse en su trabajo, pero como profesional de este lugar no puede dejar de ser sensible (con el problema que hay). Lo que espero es que el conflicto se resuelva pronto y bien porque hay espacio para que eso suceda”, zanja.
Un revitalizador de la ciudad
Las dos décadas del Museo Picasso han servido para transformar la ciudad. No solo por las más de 2.000 personas que cada día pasan por sus instalaciones (en términos globales hablamos de casi 9 millones de personas en 20 años y una hegemonía de franceses, ingleses y alemanes con influencias de los países del este de Europa), sino por la aportación urbanística al Centro de Málaga.
“Hay que valorar el empeño y tesón de Christine para conseguirlo, al igual que el de la Junta con el Palacio de Buenavista. No así con el Ayuntamiento, que entonces no se involucró”, matiza Lebrero.
Este lugar que alberga las 300 obras comenzó su nueva vida gracias al trabajo del arquitecto Richard Gluckman y la paisajista María Medina, líderes en el proyecto de rehabilitación de un inmueble consagrado como templo del picassianismo.
Con respecto a su gestión, una de sus principales preocupaciones cuando asumió el cargo en 2009 era que el MPM no fuera un “mausoleo”, sino una “institución abierta y plena de curiosidad”.
Casi tres lustros después, Lebrero hace balance: “Hemos intentado una mayor inscripción en el territorio. La ciudad no tiene una gran tradición de compromiso cultural, pero hemos intentado que el museo se volviera más poroso, más sensible al lugar en el que se encuentra... Han pasado cientos de miles de personas en programas de formación, en líneas de inclusión social y proyectos para que sea una referencia. Porque un museo hermético es un museo muerto. Se trata de recoger el pulso sin convertirse en un parque temático”, subraya.
Y aunque las cifras hayan llevado a este lugar a convertirse en el espacio cultural más visitado de Málaga, Lebrero no duda en afirmar que la mayor satisfacción en estos años la sigue encontrando cada vez que alguien, en cualquier parte del mundo, escucha el nombre del Museo Picasso y se le acerca para expresar admiración por esta galería.
Durante el fin de semana, el orden de los factores cambiará considerablemente. No hará falta ir a la calle San Agustín para tener un momento de intimidad con el genio malagueño, sino que muchos rincones de la ciudad tendrán su homenaje al cubismo, a los arlequines, a las palomas a través del programa 20 veces Pablo, impulsado por el MPM. Se celebran así las dos décadas de Pablo, que también sirven para festejar toda una vida de Picasso.