Fue el epicentro del periodismo español para acabar convirtiéndose en un templo olvidado de la información. Un auténtico olimpo por el que los dioses terrenales, más próximos al infierno de la exclusiva que al cielo de la moral, se deslizaban entre máquinas de escribir y humo de cigarrillos. En este santuario no había beatos, sino redactores que martirizaban su vida con tal de plasmar la firma en la primera página del papel.

Si uno le pidiera a la inteligencia artificial que recreara una redacción prototípica del siglo pasado, el resultado sería muy similar a lo que en su día fue Pueblo: "Eran muy, muy buenos; han pasado casi 40 años desde su cierre y muchos de ellos siguen en primera fila", relata Jesús Fernández Úbeda, autor de Nido de piratas (Debate, 2023) en el que se reconstruyen las últimas dos décadas de este referente de la información.

Sumergido en hemerotecas y en conversaciones interminables (algunas han superado las cuatro horas), Fernández Úbeda ha homenajeado a todos aquellos nombres ilustres cuyas crónicas y fotografías documentaron el fin de la dictadura y el principio de la democracia. Emilio Romero, Tico Medina, Julia Navarro, Raúl del Pozo, Pérez-Reverte, José María García, Manuel Marlasca, Pilar Nervión... Figuras que llevaron la España a color al día a día de los lectores. 

Esta entrevista gira en torno a aquellos años felices en los que hacer periodismo implicaba vestirse de monja para conseguir una foto del corazón trasplantado por el yerno de Franco, tener una pistola en el cajón de la mesa o vivir como inmortales con tal de tener el trabajo hecho. Aquellos tipos habían estado en todos los sitios inimaginables; incluso en la gloria, aunque de esto último hay dudas.

Cabe referir al lector que esta conversación casi arranca truncada. Minutos antes de empezar a hablar, el periodista le pide al camarero un poleo-menta; la mirada de Jesús Fernández hace que tenga que rectificar de inmediato en favor de dos vasos de vermú, de los que al final de la charla no quedan más que los hielos: "¡Que vamos a hablar de Pueblo!", espeta el escritor.

Este libro no es un manual de periodismo, aunque a muchos alumnos les pueda servir como tal; tampoco es una novela, aunque esté repleto de escenas absolutamente literarias; no es una crónica, ni una entrevista… ¿Qué es Nido de piratas?

Un híbrido de géneros. Creo que en realidad es un reportaje de 300 y pico páginas. Lo bueno de este formato es que admite elementos de la crónica, de la versión personal del que lo escribe, de la entrevista (30 conversaciones con profesionales de la época)… Además, este reportaje largo, que es cómo lo definiría, se puede tomar como un ensayo que tiene partes de novela de picaresca o aventuras; incluso como libro de historia. Es un Frankestein.

Hasta como investigación académica.

Sí, he recurrido a la bibliografía para poder asentar los orígenes del periódico porque, pese a que me encargo de los últimos 20 años de Pueblo, el diario se fundó en los 40. A esos principios son más secos, más áridos y más grises, les dedico un solo capítulo porque no es el objeto del libro. Yo quería centrarme en el periódico que arranca y muere en Huertas 73.  

En la carrera de Periodismo hablan con frecuencia de nombres históricos, algunos de ellos mencionados en este libro, como Ben Brandlee, Carl Bernstein y Bob Woodward. Sin embargo, España también está repleta de firmas icónicas sin las que no se entendería la profesión en nuestro país y que por desgracia no nos venden con la misma intensidad que los grandes norteamericanos. ¿Nos ha faltado creérnoslo más?

A mí me hablaron de Pueblo en dos párrafos mientras cursaba la asignatura de Historia del periodismo y para de contar. Y eso que reivindico a mi profesor Ángel Rubio, que además me echó un capote para hacer el libro porque fue quien me avisó de que los informes de la OJD están en el archivo de la Biblioteca de Información. De hecho, fue importante porque hay una dulcificación en la tirada y eso me ayudó a conocer el dato real de cuántos ejemplares se distribuían. 

Pero volviendo a su pregunta, no, a mí los nombres que aparecen en Pueblo no me los enseñaron en la universidad. Los conocía porque son figuras históricas como Carrascal, Hermida, José María García o, por supuesto, Pérez-Reverte. Sin embargo, mi vínculo con ellos llega gracias a Raúl del Pozo y Pérez-Reverte, que alguna vez tomando algo con ellos me han contado anécdotas de aquella redacción.

Ahí estaba otro referente, Manolo Molés, con el que algunos crecimos viendo Canal Plus toros.

Justo. Igual que yo. Molés no es uno de los personajes que más aparece en el libro, pero sí que es clave porque define con una palabra el sentimiento de esta gente: veneno. Como cantaba Bunbury, "ese no sé qué, que no sé lo que eres y es lo único que importa" lo tenía esta gente.

El nervio, el instinto, la inteligencia para encontrar el hecho informativo… Otra cosa es cómo lo contaran, pero la realidad es que lo sabían hacer y lo vendían muy bien. Es verdad que en Pueblo se hacía un periodismo populista y sensacionalista, pero también ilustrado a la hora de mostrar una entrevista o una crónica de guerra. Eran muy buenos. La prueba de ello es que han pasado casi 40 años y muchos siguen están en el candelero.

Portada 'Nido de piratas'. Cedida

En el prólogo de su libro, Pérez-Reverte habla de esa generación como “golfos, puteros, sin escrúpulos…”. ¿Pueblo desmonta la mítica frase de Kapuscinski de que para ser buen periodista hay que ser buena persona?

Absolutamente. Yo creo que un periodista puede ser tan bueno como un monaguillo del padre Ángel, o no. Aquí hay gente que se hacía pasar por policía para tener la exclusiva de la información y gracias a eso se publicaban las fotos en primera página. Eso solo lo consiguieron ellos. Lo de Kapuscinski es algo que suena muy bien, aunque eso no quita que fueran unos magníficos profesionales. Hay una escuela de periodismo internacional cojonuda, pero también tenemos que conocer a los de aquí.

Por una cuestión de idiosincrasia, un estudiante español puede empatizar más con una Julia Navarro o una Rosa Villacastín o Marisa Flórez que con un yanqui. Incluso sirve como paradigma para reivindicar el papel de la mujer, y es que se da la paradoja de que en Pueblo hubo, por primera vez desde la Guerra Civil, una adjunta al director, que era Pilar Nervión. Javier Reverte contaba, no sé si con algo de mala leche o de verdad, que Manuel Cruz era una marioneta en manos de Nervión. Me da la sensación de que en esa frase hay un componente ideológico, porque Cruz era de la UCD y Reverte entonces del PSOE.

¿Ese periodismo maldito es autóctono de España?

Creo que no. Quiero y admiro mucho a un escritor argentino que se llama Jorge Fernández Díaz y que trabaja en un diario llamado La Razón. Por lo que me contaba, los usos y maneras que empleaban allí eran bastante similares. Recuerdo una crónica de sucesos en la que relataban que habían encontrado un cadáver decapitado, con la cabeza en otro sitio, y la pieza empezaba así: “Fulano de tal es una de las pocas excepciones de la humanidad en la que un ser humano puede estar a la vez en dos sitios” (ríe).

Quizá tiene más que ver la cuestión latina, aunque fíjese en Hunter S. Thompson, que tampoco era un beato. Pero es que el periodismo gonzo es algo muy divertido. Cuando uno rebusca en las periferias geográficas y del alma humana, puede encontrar elementos más verdaderos que enriquezcan el reportaje. 

¿Qué tenía el periodismo de Pueblo para enganchar a la gente con tanta pasión, aun cuando las condiciones eran propias de un submundo?

El mundo es totalmente diferente. Nuestro periodismo es más burocrático y funcionarial. Entre otras cosas porque esta gente no conocía internet y todas sus consecuencias. Las situaciones siguen siendo difíciles, porque los becarios cobran dos duros; pero es que en aquella época, los que empezaban no tenían ningún tipo de estatus administrativo ni sabían cuándo iban a recibir el dinero. 

Yo creo que en Huertas 73 se crea una camaradería que se va retroalimentando durante los años de Emilio Romero como director. Pongo como ejemplo el caso de Arturo Pérez-Reverte, que llega jovencísimo y se encuentra trabajando con sus ídolos: a Cancio con Marlasca, a Julio Merino, a Pérez Castro… Quizá esos nombres no nos digan tanto, pero en aquella época eran la leche. ¡Auténticos maestros!

Usted se define en el libro como un milenial tardío. ¿Qué le lleva a querer revisar los papeles de un periódico con el que ni siquiera coincidió?

Había escrito un libro sobre Raúl del Pozo con Julio Valdeón. Mi parte le gustó a Pérez-Reverte y en octubre de 2021 me pidió que hiciera lo mismo con Pueblo. Dije que sí tembloroso, con vértigo y acojonado. Ahora estamos todos contentos; el libro va ya por la tercera edición. 

¿Cómo reaccionaron los entrevistados a la hora de enfrentarse a sus recuerdos?

Fue muy bonito, sobre todo con la gente que se ha quedado un poco atrás. Nombres que eran la leche en el pasado, y que ahora no los conoce ni Dios, se ven muy ilusionados cuando llega un tío de 30 y tantos que les pregunta por su trabajo. Ni uno solo me ha puesto una coma. No sé cuántas horas de grabación habrá, pero tengo entrevistas que durante 45 minutos y otras que pasan de las cuatro horas. 

¿Qué tenía Pueblo para que tanta gente tan diferente pudiera verse representada en el proyecto?

La acumulación del talento, que genera a su vez acumulación de grandes historias. Y luego el objeto. Pensaba que la labor de documentación me la iba a ventilar en 15 días, pero cuando empiezas a sumergirte en la hemeroteca ves unos reportajes preciosos, con fotos espectaculares… Estaba muy, muy bien hecho.

En el libro se recrea con detalle la atmósfera de aquella época, una suerte de lobo de Wall Street periodístico. ¿Es posible volver a ella?

No, yo creo que no. La democracia emputeció el ambiente en Pueblo; el periódico se hundía y cada uno se fue refugiando en un bote partidista para seguir a flote. El problema es que esa semilla negra se ve ahora: lo que existe hoy en día son las tribus de periodista.

Activistas.

Exacto. Se ve en Twitter como se trituran unos a otros en función del grupo al que pertenezcas. Es como lo de las familias de la mafia. Además, todos orbitan en torno a un medio de comunicación concreto. ¡Ojo! También hay periodismo libre y de calidad, pero el problema son los tertulianos. Es terrible saber lo que van a defender antes de que empiecen a hablar. 

Imagen de archivo del autor. Cedida

Los sientan juntos, ahí, en función del discurso...

Igual que en la Asamblea Nacional Francesa.

Habla de Emilio Romero como el rey sol; un tótem, un referente…

Y un infeliz. Era todopoderoso. Procurador, con buena relación con los principales gerifaltes de la dictadura, pero leal y capaz de llenar su periódico de comunistas. Quizá fue un poco iluso porque minusvaloró a Adolfo Suárez con ese artículo “¿pero quién es Suárez?”. Los dos eran de Ávila, por lo que había un pique por ver quién era el gallo primero.

Romero fue entre los 50 y 70 el periodista más importante, más conocido y más temido, pero después fue… Hay una anécdota terrible que me contó Villacastín; en un momento determinado, él le pidió trabajo a ella. ¡El gran director pidiéndole trabajo a una tía que fuera redactora suya! Lo más llamativo fue que se ofreció a mandarle el currículum. Ella le dijo que cómo iba a hacer eso, si todo el mundo le conocía, a lo que él respondió: “Ya, pero es lo que piden todos los medios”.

¿Él representaba aquella figura de director que influía en los consejos de ministros?

Él influía más, hasta con ministros de Franco. En Pueblo había un redactor que se ocupaba de temas de educación, Pedro Orive. No sé por qué, pero puso de vuelta y media a alguien del ministerio. Pidieron la cabeza de este hombre y Cristina Peña me contó como testigo que vio a Emilio Romero diciéndole al ministro que iba a seguir de redactor y que no lo iban a echar porque entonces se iba él. Era el último recurso que empleaba cuando quería que algún alto mando reculata: amenazar con dejar su cargo.

Luis Romasanta, que es una de las personas que más me ha ayudado y que fue jefe de opinión, me dice que Romero se encargó de estar bien informado de los líos de falda de las altas instancias del Régimen. Los problemas de bragueta son clave.

Habla de la sección de literatura, ¿pero se puede hablar de Pueblo como el epicentro del nuevo periodismo en España?

Sí, con Raúl del Pozo. No sé si él es el padre de esta corriente, pero sí que es una figura importantísima. El reportaje que ilustra la portada de Nido de piratas, con hippies, es nuevo periodismo puro. Igual que cosas de Reverte en el Sáhara o incluso José María García, que no escribía tan bien pero es un tipo inteligentísimo. A él lo mandaron a México a cubrir las olimpiadas y nada más llegar tuvo la corazonada de que iba a haber jaleo y llama a Madrid diciendo que no iba a ir al estadio, sino a una manifestación a la plaza de las Tres Culturas. Gracias a ese olfato, fue testigo directo de la matanza que se produjo, contándolo en primera persona con una historia extraordinaria.

Pese a la atmósfera hipersalvaje que se describe, moralmente reprochable, la gente se sentía orgullosa de formar parte de la profesión. Ahora, con más estabilidad, parece haber menos amor propio.

El CIS hizo una encuesta hace tiempo y salió el periodismo como la tercera profesión peor valorada. Sin embargo, antes entraba Tico Medina a un bar y la gente se levantaba y saludaba a don Escolástico. Hay muchos factores que influyen, pero la democratización o generalización de la información hace que se multiplique y que su valor mine. Pueblo era populista, pero también ilustrado; tenemos que defender su legado en torno a los reportajes y las exclusivas, aunque nos hemos quedado mucho con lo malo que tenía: el preclickbait.

Esta gente era periodista y no quería influir, sino firmar historias en primera página. Hoy se llama periodista a gente que solamente es agitadora social y mueve manifestaciones en redes. ¿Y esos son los páter familia de la información? ¡No jodas! Sigue habiendo buenos periodistas. EL ESPAÑOL tiene a uno de los mejores, que es Dani Ramírez; el problema es que los que priman son los vocingleros y los que no paran de dar la puta turra 24 horas en la tele. Es terrible.

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