En este mundo de Dios hay infinidad de tipos de personas. Pero, si debiéramos dividir a la humanidad en dos, lo tendríamos fácil si la separamos entre los carnavaleros y el resto. El carnavalero es una clase de humano que, en Málaga, adquiere unas características propias muy curiosas, de entre las cuales destaca que es capaz de reírse de todo, de tomarse en broma cualquier cosa excepto una: el propio carnaval. Búrlate de lo que quieras, haz mofa y chanza de lo más sagrado, pero, ¡ay, como se te ocurra reírte del carnaval delante de un carnavalero!
Por ello decir que los grandes bailes de máscaras son el auténtico y olvidado Carnaval de Málaga es arriesgado, pero esto hemos venido a escribir aquí. Antes, no obstante, debemos contextualizar una fiesta por la que tantos sienten tanta devoción, con el fin de colocar las mascaradas, que durante años fueron parte protagonista, en el lugar que les corresponde.
El germen de los carnavales se encuentra muy lejano en el tiempo y se enraíza, como casi cualquier cosa que merece la pena hoy en día, en la época del esplendor de las civilizaciones egipcia, griega y romana. La cosa viene tan de antiguo que ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo de dónde surge la propia palabra carnaval.
Una de las teorías más conocidas es que la tradición se deriva de la fiesta que los romanos celebraban cada 5 de marzo en honor del dios Momo, la deidad de los escritores y poetas, la personificación del sarcasmo, las burlas y la ironía. Pero no era la única celebración de estas características, sino que existían diversos festejos que ponían el mundo patas arriba: calendas, bacanales, brumales, lupercales, saturnales... Fiestas que se actualizaban partiendo de otras más antiguas y, a su vez, evolucionaron con el paso de los siglos, fagocitadas por las sucesivas religiones que iban arribando a nuestras costas, incluido el cristianismo.
Resumiendo mucho y saltándonos océanos de tiempo: todas estas costumbres se van destilando, en la provincia de Málaga, hacia la Fiesta del Obispillo.
Fiesta del Obispillo
En algunas localidades ya se celebraba esta pantomima eclesiástica, vestigio del carnaval malagueño, en el siglo XV, pero es en la capital donde adquirió mayor fama tras festejarse por primera vez en marzo de 1504.
La fiesta, que tenía lugar el día de los Santos Inocentes o el día de San Nicolás, giraba en torno al Obispillo, un monaguillo que ese día estaba autorizado a dar la misa ante unos parroquianos que acudían disfrazados a la homilía, intercambiando en una comedia personajes y clases sociales. El Obispillo era elegido entre los chiquillos con más picardía y su papel se basaba en invertir el orden social.
La fiesta se mantuvo hasta mediados del XVI, cuando, ante el temor de ver lo sagrado demasiado relacionado con lo profano, los representantes eclesiásticos prohibieron, primero, la asistencia de los clérigos y, más tarde, condenando los disfraces, las máscaras y la algarabía que se derivaban.
No obstante, como bien se sabe, las tradiciones son más fuertes que la oposición de la Iglesia y, aunque durante el siglo XVII los espectáculos carnavalescos callejeros se vieron empobrecidos, el carnaval no desaparece por completo, sino que, tal y como está codificado en su ADN, evoluciona y muta una vez más, saltando de una clase social a otra.
Comienzan los Bailes de Máscaras
El nuevo rostro con el que se disfrazó el carnaval se lo puso el rey Felipe IV en 1637, cuando organizó una gran fiesta en El Retiro, destinada a acoger a miles de personas que debían acudir con caretas, incluida la corte con lujosos trajes de máscaras. Se entiende que Felipe IV era un juerguista de cuidado, porque con él España disfrutó de un carnaval de esplendor y las costumbres carnavalescas fueron arropadas por las clases altas, donde sobrevivió con gran pompa en los palacios durante las fiestas de santos señaladas como el día de san Antón y los Santos Inocentes.
Luego, un metafórico y literal baile de máscaras: primero llegó Felipe V y, para demostrar que los Borbones eran decididamente más siesos, prohibió el festejo. Más tarde, Carlos III volvería a restablecerlo en 1767 bajo la figura de un Baile de Máscaras en los teatros. Después, Fernando VII lo volvió a prohibir de modo que el carnaval sufriría otra vez grandes cambios y las mascaradas sólo se podrían celebrar en casos muy puntuales. Y, tras la muerte de este monarca, la reina regente María Cristina hizo lo que cualquier viuda hace después del fallecimiento de su esposo: justo lo contrario de lo que hubiera querido el marido, esto es, levantar la prohibición al carnaval.
Bailes de Máscaras en Málaga
Las clases obreras y la incipiente burguesía malagueñas marcaron con su espontaneidad los festejos carnavaleros de la provincia de Málaga en el siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Crónicas de la época como la recogida por el autor Francis Carter en su libro Viaje de Gibraltar a Málaga (1772) hablan de la transformación que sufría la urbe en los días que se celebraban estas juergas.
Así, los vecinos cambiaban sus tristes ropajes por vestimentas coloridas, confeccionadas para los más pudientes con telas de Francia e Italia. Y, aunque posiblemente vigilado, el carnaval en las calles era una fuerza popular que, como en otras épocas, nunca llega a desaparecer del todo, sino que adquiere otras formas como los bailes de máscaras que se organizaban en el interior del antiguo Teatro Principal.
Esta celebración, que en un principio fue exclusiva, se fue popularizando y tuvo momentos de auge como en 1833, cuando se organizaron festejos por la proclamación de la futura Isabel II como Princesa de Asturias, o en 1857 tras el nacimiento del príncipe Alfonso, autorizándose mascaradas en las plazas más céntricas de la capital.
De este modo, el carnaval muta durante este período hacia formas menos rompedoras, transformándose en una festividad menos trasgresora debido al influjo de la burguesía, aunque las actividades social y cultural malagueñas se verán enriquecidas con el nacimiento de las primeras Sociedades Corales, que se entremezclarán poderosamente con el festejo más irreverente, siendo el inicio de las comparsas y las murgas.
El Baile de la Prensa: un carnaval más fino
Todo esto se concentra entre los años 1880 y 1930, cuando el Carnaval de Málaga alcanza grandes momentos, al romperse la dualidad de la fiesta entre popular y burgués, e integrándose en sus hilos la totalidad de la sociedad malagueña: desde el pueblo llano a las autoridades, pasando por la burguesía, los artistas y un gremio que siempre está dispuesto al disfrute, la jarana, el embrollo, el cotilleo y la burla sin piedad: el de los periodistas.
Así, gracias a algunas asociaciones y espacios culturales, la organización de actos carnavalescos se multiplica año tras año, con bailes y concursos de máscaras en el Liceo, El Delirio, la Unión Mercantil, los Teatros Principal y Cervantes, incorporándose además los cafés como El Universal, La Loba, Independencia, Butibamba… y germinando unos carnavales de salón que consiguieron una gran notoriedad ya que mezclaban a lo loco diferentes estratos sociales en un libre batiburrillo cultural.
El Carnaval de Málaga ya destacaba, pero a partir de estos años la asociación de la prensa también organizó su propio baile de máscaras en el Teatro Cervantes que pasaría a ser el Baile de la Prensa y se acogería en el Palacio Príncipe de Asturias, hoy Gran Hotel Miramar, con la colaboración de los medios de la época: el Diario de Málaga, El popular, Vida Gráfica y Radio Málaga.
Debido a que en la calle el carnaval provocaba escenas, escribamos, demasiado vulgares, se intentó refinar con concursos de carrozas y potenciando las fiestas de disfraces en los salones. Surgen, siguiendo esta estela, encuentros como la Batalla de Flores y Serpentinas, celebrada en el Paseo del Parque por primera vez en 1901, o una cita en Muelle de Heredia a la cual acudían carrozas acompañadas de jinetes, caballistas y niños enmascarados, y que representaban a Momo, a Baco o al dios Carnaval.
En este época, el Carnaval de Málaga se encuentra tanto en salones privados como en su calles: Larios y la Alameda se transforma en lugar de encuentro de vecinos que lucen disfraces, pero no de cualquier modo, sino convirtiendo el festejo popular en una celebración de buen gusto y originalidad. Además, tenían gran protagonismo las murgas, las comparsas y los coros callejeros, que llegaron a uno de sus mejores momentos en las llamadas Fiestas de Invierno.
El Teatro Principal
Como ejemplo de la festividad del Baile de Máscaras que se celebraba en Málaga escribiremos sobre el testimonio del artista Manuel Blasco Alarcón, pintor y escritor primo de Picasso que fue testigo de la Málaga de principios del siglo XX y dejó constancia de ello.
Entre sus obras figura la representación del Carnaval de Máscaras malagueño celebrado en el ya mencionado Teatro Principal, que se encontraba en la plaza de la capital a la que procuró nombre. Como recuerda la estudiosa María Pepa Lara García este espacio escénico fue inaugurado en 1793 y se convirtió en el epicentro cultural de la ciudad durante muchos años, permaneciendo abierto, tras numerosas transformaciones, hasta 1968.
Lo más sonado de este teatro, según relataba Manuel Blasco, eran los bailes de máscaras en los que, en sus palcos y plateas confidenciales, la algazara se veía desenfrenada. "Las caras tapadas, batiburrillo de trajes, colorines, músicas estridentes y taponazos de Champagne, terminando como era preceptivo en orgía e incapaces de poner orden, los sufridos guindillas".
Así, el cuadro que pintó el artista malagueño, que abre este reportaje, "representa la plaza en plena efervescencia del Carnaval. En esos tres días, incluso el domingo de Piñata, las calles desde la mañana sin parar, se llenaban de comparsas, murgas y máscaras. Las comparsas no tenían nada de académicas y en sus canciones la ordinariez y la verdulería se juntaban para contar hechos y sucedidos con gracia desgarrada; el último escándalo, el mercado, la política, eran los temas preferidos".
"Esto eran los días bulliciosos de Carnaval que el pueblo esperaba ansioso de disfrute y borrachera para gozarlo a su antojo", continúa Blasco, "pues demás sabía que arrebujada en las sombras del Miércoles de Ceniza acechaba Doña Cuaresma para macular nuestras frentes con el polvo eres".
Fiestas de Invierno
Después vendría el gran parón del Carnaval de Málaga. Tras los años de la Segunda República, la Guerra Civil, la posguerra y la prohibición en 1940 por parte de dictadura, trajeron un largo periodo de sequía en el que, sin embargo, el festejo transmutó.
En las tres décadas siguientes los bailes de trajes o disfraces seguirían celebrándose, pero en vez de en el Teatro Cervantes, en el ya mencionado Hotel Palacio Miramar. Aunque con una importante salvedad: las máscaras estaban prohibidas.
Así, las Grandes Fiestas de Invierno malagueñas de principios de siglo se transformaron y, aunque el carnaval se difuminó, mantuvo su espíritu latente, casi en hibernación, esperando pacientemente su momento que llegaría con el resurgir de 1979. Y desde entonces la fiesta ha venido creciendo imparable, pero sin recuperar uno de los elementos que la definieron: los consabidos bailes de máscaras. Una costumbre que reivindicar y con la que hacer aún más diferente al ya de por sí fantástico Carnaval de Málaga.