La Semana Santa de Málaga de nuestro presente es fruto de la evolución incontestable del paso del tiempo. Cada detalle del hoy tiene su explicación en el ayer. Los tronos grandes, la imaginería de posguerra, los acompañamientos musicales… Todo está en la historia. Y ese todo, como no puede ser de otra manera, también incluye a los hermanos de las cofradías que se incorporaron a los varales para llevar a sus titulares.
Pero esa penitencia por devoción no tuvo siempre las mismas características. La vida, antes de los jóvenes portadores trajeados en los 70 y 80, también existía. Aunque tenía unas peculiaridades diferentes. Para poder hacer una radiografía de esta evolución, es necesario retrotraerse a la década de los años 40 del siglo pasado.
Las cofradías de Málaga estaban experimentando un proceso de regeneración después de haberlo perdido prácticamente todo en los sucesos de mayo de 1931 y la Guerra Civil. El nacionalcatolicismo implantado por la dictadura daba pie a que las corporaciones pudieran renacer de sus cenizas, por lo que ante un contexto favorable, el desarrollismo de los tronos comenzó a vivir su segunda ‘belle époque’ de esplendor.
Juan Antonio García Torres, expresidente de la asociación de hombres de trono Daffari, explica que la llegada de estas andas, más pesadas y de mayores dimensiones, obligó a las hermandades a buscar soluciones al reto de poder procesionar por las calles de la ciudad: “Aunque con Luis de Vicente (artista de referencia durante los años 20 del siglo pasado) ya vimos estos grandes barcos, es después de la Guerra cuando más se popularizan”, relata.
Es en este momento de la historia (finales de los 40, principio de los 50) cuando entran en escena los hombres de trono pagados. La mayoría eran trabajadores del puerto, sin ningún afán religioso, cuya participación semejaba más a la de mercenarios que a la de los actuales devotos: “No siempre mantenían un comportamiento ejemplar”, cuenta este conocedor de los tronos malagueños.
Tarifa plana y fichajes 'estrella'
La campaña Spain is different, ideada por Manuel Fraga para vender el exotismo español al extranjero, convirtió a la Costa del Sol en una oportunidad para el sector de la construcción. 1960 fue la década del prodigioso despegue del litoral malagueño, y los cofrades aprovecharon esa mano de obra para incorporar a los trabajadores de la edificación a los tronos de la capital. Así, obreros, remolcadores, estibadores compartían un mismo espacio... aunque distinto salario.
Según cuenta García Torres, el precio medio por persona podía rondar entre las 2.000 o 3.000 pesetas hasta las 5.000, según el grado de confianza. Los archivos históricos de algunas hermandades todavía conservan documentos internos relativos a los gastos de la procesión. La contabilidad de una corporación de la ciudad recoge algunas cifras relevantes, compartidas en muchos por otros cortejos.
Así, en 1986, el presupuesto para incorporar a 150 portadores rondaba las 300.000 pesetas. Estas cuadrillas llevaban a su vez aguadores, alcazacables y canasteros que sumaban 15.500 pesetas extra. Además, había que añadir la gratificación al capataz, algo que podía llegar a 100.000 pesetas.
Las actas de otra hermandad subrayan que el mínimo para salir a la calle era de 120 personas, a 1.700 cada, suponiendo un desembolso de 204.000 pesetas. Los escritos también incluían algunas cláusulas, como que en caso de lluvia u otro impedimento se pagaría el 50% al personal y el 100% al capataz y encargado.
Estas tarifas no eran así en todas las cofradías. Carlos Ismael Álvarez, hermano mayor de la Esperanza entre 1992 y 2002, cuenta que la Archicofradía tenía fama de pagar 100 pesetas más que el resto de corporaciones, algo que “no sentaba bien” al resto: “Algunos nos miraban mal, atribuyéndonos una fama de pudientes que no era tal. En otros tronos, una sola persona pagaba todo; en nuestro caso, el dinero se administraba con cabeza”.
Era habitual que durante las procesiones de Málaga se produjeran momentos de tensión entre los mayordomos y los hombres de trono, que se plantaban durante el recorrido exigiendo un aumento: “A nosotros no nos hacían chantajes, ni nos levantaban a pulso porque previamente Carlos Gómez Raggio y otros responsables habían llevado a cabo un proceso de selección, descartando a aquellos cuya fama ya se conocía”.
De pagar a que te paguen
Con el fin de la dictadura, aparece una nueva generación de cofradías que comienza a entender la Semana Santa de una manera diferente. Los tronos comienzan a incorporar nuevos materiales (menos pesados), permitiendo que los niños se sumaran a los varales.
García Torres apunta que en los primeros años de esta transición procesionista hubo que hacer frente a desafíos importantes: “No había seriedad. En muchos casos era más parecido a salir de fiesta. La gente se ponía un traje y se iba de procesión. Esto cambia cuando comienzan a aparecen las nuevas cofradías, durante los años 80”, relata.
Álvarez apunta a que ya en la década de los 70, el trono del Nazareno del Paso empieza a incorporar en exclusiva a los hermanos: “Durante mi mayordomía desparece el último gran reducto de pagados en Málaga, que eran los 27 del submarino. Iban con una túnica distinta (un verde desvaído) para evitar que se salieran y se pusieran por fuera” recuerda.
La figura de los asalariados acabó desintegrándose con el paso del tiempo. Sin embargo, hay que resaltar que hasta hace pocos años (finales de la década pasada) seguían existiendo algunas excepciones en la Semana Santa de Málaga, aunque normalmente se maquillaba dentro de la labor caritativa que desarrollan las cofradías de la ciudad.