Marisa está sentada en el sillón de su salita leyendo el periódico. A sus casi 94 años, viste pantalón vaquero y rebequita azul. Es la una de la tarde. "¿No quieres una cervecita?", me dice. Es una gran anfitriona. Dos de sus nietas, Andrea y Reyes, presentes en la conversación, asienten. "Con ella, nadie se queda sin comer. Eso te lo aseguramos nosotras", dicen entre risas, mientras que su abuela lamenta no haberme hecho torrijas, con lo bien que le salen. En la pared que hay frente a la entrada al balcón, hay decenas de fotografías enmarcadas. Muchas de ellas tienen que ver con la Cofradía del Rocío, una de las más importantes de La Victoria, donde vive. 

Marisa reside desde finales de los 60 en la calle Compás de la Victoria, concretamente, frente al Jardín de los Monos. Su marido, Fernando Caparrós, figura histórica de la Cofradía del Rocío, le inculcó al amor de su vida otro tipo de querer, el querer a una madre, el querer a la Virgen del Rocío. "A mi edad puedo decir que la Virgen del Rocío es todo para mí", dice tímidamente. La vistió durante 23 años. "Fue mi marido quien me pidió que lo hiciera. Yo, gallega, no tenía ni idea. Menos mal que me ayudó una vecina. Cuando llegamos el primer día, me acuerdo que la pobrecita tenía toda la ropa sucia y estropeada. La madre de mi vecina, Sole, le hizo enaguas, cosió encajes... Todo quedó precioso, aunque fue difícil", recuerda.

Ella se siente "malagueña y cofradiera", más allá de lo que diga su DNI. "A mi Málaga que no me la toquen, que se enteran", espeta. Llegó a Málaga porque su suegro era de Rincón de la Victoria. "Mi marido era director de hotel, es decir, como si fuera militar. Yo he vivido en Torremolinos, Marbella, Rincón de la Victoria... Mi marido ponía los hoteles en marcha y después le gustaba marcharse, no quería saber más de ellos", cuenta Marisa, que finalmente se enamoró de La Victoria, el que para ella es su hogar. 

Marisa posa en su balcón. Alba Rosado

"Desde mi balcón en La Victoria veo el jardín, veo Gibralfaro y veo pasar a mi Virgen del Rocío, lo tengo todo", dice, algo emocionada, aunque después ríe: "No me gusta mucho que las aceras del barrio sean tan estrechas... y las bajo bien, pero para subir, prefiero el autobús".

En ese balcón pervive un cartel que le ha hecho protagonizar cientos de retransmisiones televisivas del Martes Santo en Málaga. Conformado de bombillas antiguas y redondas se puede leer el nombre de Rocío. Marisa lo enciende cada Martes Santo en cuanto escucha los primeros tambores y sabe que el Rocío está en la calle. Las apaga cuando se duerme, tras el encierro, si aguanta. "Lo encendió hasta durante la pandemia. Mi amigo Caye se escapó de casa para hacerle la foto el Martes Santo que pasamos encerrados", recuerda su nieta, Reyes, con una sonrisa.

El cartel llegó a su casa porque su marido lo trajo de San Lázaro. "No sé por qué, pero se querían deshacer de él, y la parte donde ponía Rocío se vino a casa y yo dije: 'de aquí no se mueve'", explica Marisa. Eran los años ochenta y, desde entonces, ella es la encargada de guiar con su luz a la Virgen del Rocío. "Te juro que ilumina la calle", añade, por su parte, Andrea, la otra nieta presente en la conversación.

Marisa con su cartel. Alba Rosado

Desde ese balcón, han visto a la Virgen del Rocío artistas de la talla de Carmen Sevilla o Rocío Jurado, quien acudió a la cita con el boxeador Pedro Carrasco y su hija Rocío. "Precisamente me acuerdo que al boxeador tuve que llamarle la atención, porque puso los pies encima de una silla. ¿Qué confianzas son esas?", recuerda. También estuvo una vez Magdalena Álvarez, según Marisa, con "dos guardaespaldas enormes".

Hasta que ella pueda, los Martes Santos serán para la Virgen del Rocío y los suyos (o no). "Me acuerdo que como mi casa siempre estaba abierta ese día, me encontré a dos hombres en el pasillo sentados. Les pregunté qué hacían ahí, pero se acoplaron también. Aquí, un Martes Santo que llovió, subió una cantaora y entre chocolate y torrijas nos dieron las seis de la mañana. Aquí todos tienen su casa", matiza.

Ella entrena para estar bien y pendiente de todos, no precisamente haciendo deporte, sino manteniéndose activa. A punto de cumplir los 94 años, Marisa va a comprar, se hace la comida y lee mucho. Según sus nietas, se bebe los libros. "Estuvo hasta seis años yendo a la Universidad de Mayores de Málaga", apunta una de ellas. Según dicen los diplomas que cuelgan en otra de las paredes de la habitación, lo hizo en 2008. "Estudié Historia Antigua y Medieval, que me apasiona", dice.

Marisa con sus nietas. Alba Rosado

Pese a que nunca salió acompañando a la Virgen en procesión, ahora trata de mantener el legado de su marido a través de esas bombillas encendidas cada Martes Santo. Al fin y al cabo, llegó a casa gracias a él. "Yo me metía en el tinglao el Lunes Santo después de dejar la comida preparada. Nadie entendía que yo, con cinco hijos, pudiera hacer eso. Pero lo hacía. Mis hijos salieron de nazarenos, de hombres de trono... Todos eran de la Virgen", cuenta.

Por su parte, sus nietas, aseguran que la última generación de la familia no ha formado parte de las filas nazarenas. "Nosotros nacimos en la época que tito pá -así llaman a su abuelo- estaba ya enfermo. Falleció justo en el año 2000 y nosotras tenemos 23 y 25 años. Mi madre, cuando llegaba el Martes Santo, evitaba venir porque recordaba mucho a su padre. El resto de primos viven fuera de Málaga capital y no es lo mismo", explican. Sin embargo, Reyes y Andrea no faltan al balcón de su abuela cada Semana Santa, orgullosas de ella y su historia con la Virgen. Seguro que don Fernando también la admira orgulloso desde su tribuna en el cielo cada vez que ese cartel que tanto les gustaba se enciende para guiar a la Virgen de sus amores.

Marisa mirando a sus Titulares. Alba Rosado

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