Barrio, barrio y más barrio. Cada vez que alguna hermandad de la Victoria pisa las calles del chupaytira, el sentimiento de pertenencia vuelve a hacerse presente en la cara de los vecinos. Sus calles y sus balcones lucen de manera diferente. No hace falta que, necesariamente, amanezcan engalanados. Son los aires que se respiran lo que insinúa que el epicentro de su mundo está a punto de echarse a andar.
Ese fue el áurea que abrazó a la procesión de la Virgen de la Caridad con motivo del 75 aniversario de la bendición de la talla de Francisco Buiza. La estampa coqueteó entre la novedad de lo desconocido y el tradicionalismo historicista que supone recuperar una estética originaria. Una impronta que radica en el alfa procesionista de la talla.
Así, el cortejo partió desde el colegio de los Maristas (donde había celebrado el último día de triduo), avanzando desde calle Aguas para que todos pudieran contemplar el conjunto que lucía la titular mariana.
El trono de la Pollinica de Archidona (plateado y con un palio de malla calada) vino a resucitar fotografías en blanco y negro de los años 40 y 50, cuando la Caridad salió bajo el palio que bordase Leopoldo Padilla en 1945.
No fue la única clave, las dimensiones también permitieron que discurriera por la estrechez de calles por las que no acostumbra a pasar el Viernes Santo. Además, lució un exorno floral en el que destacó la variedad (nardos, rosas, cañas o azucenas, entre otras) y un frente de cera rizada con el que se completó el conjunto.
El acompañamiento musical corrió a cargo de la banda Eloy García de la Archicofradía de la Expiración, interpretando una cruceta de corte alegre pero acorde a la personalidad de la corporación. Ese mismo espíritu se mantuvo a lo largo de todo el recorrido, repitiéndose los momentos de emoción al pasar por la casa hermandad del Monte Calvario o a su paso por las hermanas Adoratrices, donde hubo actuaciones musicales, fuegos de artificio y, sobre todo, devoción y entrega.