Hubo un tiempo en el que para la derecha española usar las lenguas cooficiales no era “hacer el canelo”. “Eran los partidos más conservadores, muy vinculados con la Iglesia, quienes defendían el catalán y promulgaban su uso en las diócesis y los espacio públicos”, recuerda el doctor en Filología Hispánica Francisco M. Carriscondo. Por aquel entonces, paradójicamente, era esa misma izquierda que ahora le ha dado espacio en el Congreso de los Diputados la que, con el auge del comunismo, las censuraba y defendía la instauración de una lengua internacional.
“Si hacemos un repaso a la historia, las cosas han cambiado mucho”, ironiza este profesor de la Universidad de Málaga, que lleva toda su carrera buceando entre palabras y que concibe la lengua, las lenguas, como “depósitos de la cultura”. “Son entes mutantes que si las dejamos en paz, se buscan su sitio; son inofensivas, no tienen problemas de convivencia. Los ofensivos son los que las usan para según qué medios”, reflexiona.
La pasada semana, la Cámara Baja dio finalmente luz verde a la reforma de su Reglamento para regularizar el uso de las lenguas cooficiales. Era una de las condiciones que pusieron ERC y Junts para apoyar la elección de la socialista Francina Armengol como presidenta de la Mesa, pero no era novedad. El pasado año, sin ir más lejos, el PNV presentó una propuesta idéntica que no prosperó por el voto en contra de, entre otras formaciones, el PSOE.
Por eso, este docente defiende que la medida “debería haber llegado con naturalidad, no como un compromiso para la investidura”. “Si hubiera llegado despojada de intención, las cosas habrían salido mejor”, asegura, consciente, sin embargo, que durante toda la historia la lengua se ha usado “como un arma arrojadiza”. En el campo de batalla, ilustra, ahora están un nacionalismo periférico y excluyente que viene de Cataluña frente a un nacionalismo centralista instalado Madrid.
“Si todos cediéramos, si nos diéramos cuenta de que son tan españoles el catalán como el español, el problema se resolvería en un instante”, apunta Carriscondo. Este experto no duda en afirmar que “en España se hablan varias lenguas, no solo una”. De hecho, alumbra fuera del foco a otras que han quedado fuera de la normativa como el bable o el aranés.
Esto, asegura, no es una opinión sino que está motivado en la propia Constitución Española española, que “se guardó de no caer en el error de contemplar la lengua española con la lengua exclusiva”, apunta el profesor. En concreto, el artículo 3 de la Carta Magna dice textualmente:
1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.
Lo expresó de forma sublime, a juicio de Carriscondo, el rey Felipe VI durante su coronación, cuando citó entre otros a Gabriel Aresti, el poeta vasco que decía que uno no es auténticamente español hasta que habla las cuatro lenguas. En este caso, ni el “Muchas gracias. Moltes gràcies. Eskerrik asko. Moitas grazas” con el que el monarca cerró su discurso ni el “Feliz Navidad. Eguberri On. Bon Nadal. Boas Festas” con el que despide su mensaje navideño cada 24 de diciembre levantan asperezas.
“Desde el punto de vista cultural, igual que nos interesa la gastronomía gallega, nos tiene que interesar su lengua porque forma parte del patrimonio común”, argumenta este doctor en Filología Hispánica, que contesta a quienes defiende por encima de las demás lenguas al español porque es más usado que no se trata solo es funcional: “Es cultura, es comodidad del hablante. Es, sobre todo, que sintamos las lenguas como son, nuestras Desde el punto de vista lingüístico, igual de valiosa es la lengua que la hablan tres personas que la que hablan 10 millones”.
Por ello, para Carriscondo, quien censura medidas como que el Congreso de los Diputados, igual que lleva unos años haciéndolo el Senado, permita el uso de las lenguas cooficiales, “desconoce la historia de España”. “España no es una sola lengua y la convivencia debería trasladarse a otros muchos foros como el Parlamento. El coste no es excesivo (unos 279.849 euros), cuestan más las banderas gigantes o fiestas de promoción que se organizan y el beneficio no es solo para los pueblos, sino para todos como españoles”, argumenta.
Su receta para acabar con la polémica es un cambio de actitud que ha de comenzar por “no tomarlo como un tema hostil sino de integración y convivencia”. “Deberíamos ceder todos con nuestros prejuicios, los centralistas y los periféricos Y normalizar escuchar en la radio canciones en euskera o películas en el cine en catalán. Debemos parder ese miedo”, concluye este experto, que reconoce que le gusta escuchar el gallego “porque me hace sentir más español”.