“Yo a los niños ya no les digo más que sean del Madrid, mis niños del Málaga”, decía una madre que había sufrido de lo lindo el sábado con el ascenso, hasta el punto de tener que dejar de verlo. Y como los suyos, que vibraron en las puertas del Ayuntamiento esperando el autobús en el que iba su padre, no había un niño este domingo que no tuviera puesta una camiseta del Málaga. Se la pusieron porque había que celebrar que su equipo, la noche de antes, había subido a Segunda. Sí, su equipo, porque los niños de esta ciudad son del Málaga CF.
Salieron al encuentro con sus ídolos, que recorrieron la ciudad en un autobús descapotable para completar un itinerario teñido de blanquiazul que los llevó desde La Rosaleda hasta el barrio de Capuchinos para hacerle una ofrenda a la Divina Pastora, pasando por San Pablo, la Diputación y el Ayuntamiento.
Los jugadores fueron llegando a La Rosaleda a cuenta gotas después de una noche larga. Pellicer fue valiente, pero poco. Porque se enfundó una camisa vaquera con tachuelas encima de la conmemorativa del ascenso. "Yo las promesas las cumplo", le decía a algunos miembros del club. Le duró la camisa lo que tardó en hacerse una foto y subir las escalinatas del descapotable.
No hubo que esperar más allá de que arrancase el bus descapotable con el lema “Lo hicimos” para que los jugadores se dieran el primer baño de masas. La Avenida de La Palmilla estaba como cualquier día de partido, con la gente corriendo detrás del autobús hasta San Pablo, donde esperaba el Señor de Málaga.
Un párroco malaguista
Después del pasillo de la explanada de la parroquia, que los jugadores recorrieron con las bufandas al aire, los esperaba en el interior de la parroquia el padre José Manuel Llamas, confeso malaguista y abonado blanquiazul cuando las misas lo dejan acudir a La Rosaleda. Debajo de la sotana llevaba la camiseta "de la Champions".
Kevin se enfundó una camiseta performance para la ocasión. Y a por el Cautivo se fue a besarle los pies y mirarlo a la cara. Pellicer también se paró delante del Señor. Qué le diría…
De ahí a la Diputación, con Dani Sánchez citando a los varios miles de malaguistas en el Ayuntamiento. Antes, la primera declaración de amor de Roberto, "cordobés de nacimiento y malagueño de corazón". A Alfonso Herrero, reclamo de la afición, no le salían las palabras.
Los hits de la tarde eran dos: “¡Roberto, quédate!” y uno que se va a quedar para siempre, “¿Dónde están los balones?”.
A los que esperaban en el Ayuntamiento se sumaron los que peregrinaron detrás del autobús desde la Plaza de La Marina.
Larrubia, maestro de ceremonias
La concentración de malaguismo en el Paseo del Parque recordaba a la de hace 26 años, cuando se regresó también a Segunda tras otro milagro. Las bengalas pintaron el aire del color del Málaga, del color que imperó este domingo en la ciudad, y ya en el balcón, Larrubia fue el maestro de ceremonias. Presentó uno a uno a sus compañeros, jaleándose con vehemencia cuando sonó el nombre de Antoñito Cordero, el héroe de Tarragona. A Roberto lo presentó como "rey de Málaga", y a Pellicer como "capitán del barco". Tuvo para todos Larrubia, con gracia y desparpajo, hablando de sí mismo como un niño de La Luz que estaba cumpliendo su sueño.
Pellicer agradeció a la afición el apoyo por todos los campos de la categoría, gasolina para los suyos, y prometió que "estos jugadores" iban a volver a dejarlo todo para devolver al Málaga a Primera. Pero hablando en tercera persona. “A Primera, oé”, se desató la afición.
Roberto repitió su declaración de amor y Ramón, capitán, dio el discurso más institucional. Acordándose de los trabajadores que se vieron afectados por el ERE. A Ramón le había dado la palabra el alcalde Francisco de la Torre, extendiéndose y recordando lo que sufrió en el Cortijo de Torres viendo el partido.
Se extendió más en el salón de los espejos y la afición que esperaba en las puertas de la Casona del Parque se fue disolviendo.
La traca final llegó, nunca mejor dicho, en la Plaza de Capuchinos para la visita a la Divina Pastora. El Málaga llegó entre cohetes, petardos, bengalas y el repique de las campanas. Dentro, Juan Navarro, consejero de la Congregación, recordó el lema que se puede leer en el arco del templo. “Aquí honramos a los que perseveraron”, que es lo que ha hecho el Málaga cuando le venían mal dadas, especialmente los últimos minutos de la noche infinita de Tarragona. Y honores se llevó en su última parada de una tarde-noche que ya está en la memoria de la ciudad.
Necesitaba el malaguismo un día como el del domingo, de los de echarse a la calle a darle calor a los suyos sin la tensión de la competición. Solo a descargar adrenalina y festejar con el Málaga, con ese Málaga de Dortmund, de los dos descensos, intervenido judicialmente. Y le llegó su día, Málaga será lo que quiera, pero sobre todo, como esos niños que ya lo eran, es malaguista.