Málaga

Rafael Prado permanece casi impasible en la terraza del Café Central, en la Plaza de la Constitución. Dialoga por teléfono mientras un legionario conocido se le acerca para transmitirle un sentido: "Lo siento". Al empresario malagueño se le acumulan decenas y decenas de pésames en los últimos días. No por un fallecimiento cercano, sino por el cierre del popular bar que ha gestionado de manera directa durante 22 años y que iba a cumplir 102 años de vida.

El pasado domingo fue el último día de vida de este céntrico negocio. Entre sus cuatro paredes a alguien se le ocurrió la manera en la que se pide el café en la capital de la Costa del Sol. Hasta ahora era uno de los pocos establecimientos tradicionales que mantenían sus puertas abiertas en un escenario geográfico plagado de franquicias.

Queda la duda sobre el futuro del local, cuya propiedad se divide en tres partes de la familia de Rafael Prado. Las diferencias internas son lo que ha acabado desembocando en el cierre definitivo, ante la imposibilidad de hacer frente al precio de alquiler que se le exigía. Aunque no quiere hablar de cifras concretas, sí ofrece un detalle claro: "Me estaban pidiendo cuatro o cinco veces lo que estaba pagando".

Rafael Prado, junto a su mujer y su hijo Rafa, al lado del mosaico con los cafés del Central.

Una subida del valor de arrendamiento que, confiesa a EL ESPAÑOL de Málaga, hacía inasumible mantener el negocio. Prado habla con pesar y lamenta que los de su misma sangre no facilitasen un acuerdo para que el Central hubiese seguido adelante.

"¿Se siente traicionado?", se le pregunta, ante lo que no deja lugar a la duda. "Sí, porque no me lo esperaba; es verdad que ellos tienen derecho a reclamar, pero no me han gustado ni las formas, ni el cuánto ni menos el cuándo". "La sensación es que me han forzado a marcharme", apostilla. 

Ahora, cuando piensa en qué ocupará el vacío, sólo puede pensar en otro bar, que aproveche la licencia de apertura existente y una terraza "que no hay", o una tienda. De momento, la decisión está por tomar.

"Es mi propia familia la que no ha querido renovarme el contrato ni llegar a una solución pactada; han sido seis años intentándolo", remarca. Un episodio que enmarca en la situación en la que se encuentra instalado el casco antiguo de la ciudad. "Es verdad que es espectacular pero está arrollando a negocios como el mío", reconoce.

En general, se muestra satisfecho con la transformación que ha sufrido esta zona de la capital, con el turismo como abanderado. "Eso le ha permitido a Málaga tener la imagen que podía tener en el siglo XIX, cuando era puntera en la exportación y en la industria, pero todo ha sido tan veloz que algunos valores se han quedado desprotegidos; se nos ha olvidado que la personalidad de Málaga se la dan sus habitantes, sus comercios y empresas", reflexiona.

Fotografía histórica de la Plaza de la Constitución de Málaga.

A los vínculos familiares de la situación, se suma el que, tal y como recuerda, él se hizo cargo del bar cuando no pasaba por su mejor momento. "Me podría haber ido antes de la pandemia, pero no quería dejarlo; en la pandemia lo perdí todo y era la cuarta vez de ruina hostelera".

Dice que siempre quiso continuar con el negocio que pusieron en marcha sus padres y sus tíos. Fueron ellos los que pusieron en marcha el bar Suizo y el Central. Su ligazón con este punto del Centro es total. "Yo nací en el Central y no lo digo de manera metafórica; nací encima de lo que es ahora La Bodeguilla", rememora mientras suena de fondo el ruido de los trabajos de desmontaje de lo que aún queda. 

El "último tinto en el Central"

"Como tuvimos la idea de estar sirviendo hasta el último momento, hay gran cantidad de comida que vamos estamos donando a los Ángeles de la Noche infantil; llevan dos días cargando", cuenta.

Trata de mirar al presente y al futuro con cierto optimismo, aunque su duelo es cercano. "El día de Reyes mi hijo me regaló una maqueta del bar, cuando la abrimos todos estábamos llorando". Precisamente, su legado como empresario hostelero tiene continuidad con Ignacio, que desde hace cinco años dirige un negocio al que llaman el Central de La Malagueta, un café-restaurante. 

La noticia del cierre ha trascendido de la provincia de Málaga y su eco ha llegado al extranjero. "Me han llegado mensajes de California, de Argentina; una publicación de Holanda. Incluso, un matrimonio holandés ha venido a despedirse; ha sido como un duelo colectivo de primer nivel".

Las lenguas extranjeras han denominador común de los últimos años del Central. Buena parte de su clientela eran turistas. Lejos de cuestionar este hecho, Prado se siente alegre por ello. "Más del 80% de los clientes que había en la terraza eran extranjeros, pero no eran de un día, muchos de ellos volvían", comenta. 

Entre ellos, los que fueron los últimos clientes del Central. Antes de cerrar, una pareja de ciudadanos británicos es la que dio el último adiós. "Me dijeron: 'nuestro último tinto en el Central'. Me da un vuelco el corazón", confiesa. 

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