El Centro histórico de Málaga se ha convertido con el paso de los años en un polvorín para los ya pocos miles de vecinos que lo habitan. El boom de los pisos turísticos, el fenómeno del turismo de despedidas de soltero y de borrachera, el problema del ruido, la conversión de la almendra en pasarela continua para el turismo han hecho del barrio un lugar desagradable para quienes quieren residir en él.
Y ello ha ocasionado una especie de éxodo de los que otrora se asentaron en este estratégico emplazamiento para vivir. Muchos son los que han optado por abandonarlo, incapaces de asumir el conflicto de convivencia generado. Otros, más recientes en la experiencia, ya empiezan a plantearse la huida.
EL ESPAÑOL de Málaga ha querido poner nombre y voz a algunas de estas personas, víctimas del modelo imperante en el casco antiguo desde hace años, que parece difícilmente compatible con la concepción de barrio.
"A mí el Centro me ha echado, me gusta, pero nos ha echado; no se puede por los ruidos, no se puede alquilar nada…", viene a resumir Vanesa, quien junto a su pareja dijo adiós a su piso de calle Granada el pasado agosto. A él llegaron meses antes de la pandemia de la Covid.
"Cuando acaba la pandemia, Málaga se abre al turismo low cost, de borrachera y a todos los cruceros"
Un tiempo que recuerda como "fantástico". "No había ruido, pero cuando acaba, Málaga se abre al turismo de low cost, de borrachera y a todos los cruceros", relata. Ahora habita una casa en el campo, en Álora, donde escucha "tranquilidad y no borracheras y despedidas de soltero".
"Debajo de nuestra casa pasamos a tener todos los guías turísticos diciendo cuándo nació Pablo Ruiz Picasso", expone como ejemplo de su jornada habitual. Asegura que antes que ellos, otros muchos amigos tomaron el mismo camino. "Tras la pandemia las borracheras empezaron a ser monumentales; ya no queda la cosa en los jueves, viernes, o sábado, es que hablamos de lunes, martes, da igual. Por la noche pasaban todos los borrachos y por el día todos los turistas".
Padres, abuelos y bisabuelos residentes en el Centro
Sensaciones parecidas son las que traslada Pilar. Ella, como Vanesa, también ha escapado lejos del casco antiguo malagueño. Ahora reside en Alhaurín de la Torre. Su caso, si cabe, es más significativo. Porque, como sus padres, sus abuelos y bisabuelos, llevaba toda su vida viviendo en el Centro.
"Mi barrio no era turbio, no daba miedo, era como cualquiera de otra ciudad donde tienes comercios que ahora ya no existen; es verdad que había algunas calles por las que no podías pasar, pero era un barrio con todas las letras", defiende.
Con el paso de los años, tiene ahora 60, percibe que el barrio cambia "de manera acelerada". "Empiezas a ver que desaparecen todos los comercios y se cambian por bares, es una explosión", dice, y añade: "El Centro era una prolongación mía, pero llegó un momento en que me daba terror pensar que las viviendas turísticas iban a entrar en edificios residenciales como el mío".
"El Centro era una prolongación mía, pero llegó un momento en que me daba terror pensar que las viviendas turísticas iban a entrar en edificios residenciales como el mío"
Ayudó a tomar la decisión la posición de sus hijos, que optaron por no vivir en el barrio. "Recuerdo que cuando venían los fines de semana tenían que estudiar con tapones en los oídos".
Pilar asegura que en su casa se sentía a gusto. El conflicto llegaba cuando tenía que poner un pie en la calle. "Era salir y no gustarme lo que me encontraba; iba perdiendo mis amigos; la identidad del barrio se fue perdiendo, y la bomba fue cuando llegaron las viviendas turísticas".
Eso cuando podía salir. "Cada vez es más el tiempo que tienes que permanecer encerrada; ya no es sólo por la Semana Santa; ahora, todos los fines de semana tienes alguna procesión, o una carrera y cuando no es una carrera es otra cosa; el Centro se cierra de tal manera que si queremos ir un fin de semana a cualquier sitio tenemos que estar pendientes de cuándo vamos a poder meter el coche", añade.
Todo ello provoca un "desgaste emocional". "Siempre daba un voto de confianza, pensaba que se iba a solucionar, pero no quieren arreglarlo. Nada es mejor. El residente tiene un ruido permanente las 24 horas; los bares, las discotecas, el bullicio, los camiones de Limasam…". Todo suma.
Y hay un instante en que tus propios hijos te preguntan: "¿Por qué tienes que estar siempre con mal humor?" Entonces se activa la alarma interior y la decisión que parecía lejana se convierte en cercana.
"Estuvimos como un año dándole vueltas; siempre pensé que no lo iba a hacer, pero no merezco vivir lo que me quede de esta manera". Fue el pasado mes de julio cuando hizo las maletas y abandonó el que había sido su barrio desde que nació.
Sonsoles, nueva vecina del Centro
Vanesa y Pilar huyeron del Centro. Sonsoles, que nació en la Clínica Gálvez y que vivió en momentos determinados en el barrio, regresó hace un año. "No me podía imaginar cómo era la situación", explica. En las anteriores ocasiones en las que había residido en la zona, "la movida era el fin de semana, pero durante la semana no había discotecas abiertas ni había pisos turísticos ni todo era un gran restaurante".
Y esa es la realidad con la que, según cuenta, se ha topado de bruces al desembarcar en la calle Santa Lucía. "Lo sobrellevo con ventanas cerradas, he tenido que poner doble acristalamiento y gracias a eso estoy aislada. Pero es aire o ruido".
"Lo sobrellevo con ventanas cerradas, he tenido que poner doble acristalamiento y gracias a eso estoy aislada. Pero es aire o ruido"
Cuenta apenada que por más que quisiera hacerlo, no le queda más remedio que pasar las vacaciones fuera de su casa. "En Semana Santa y en Feria me he escapado porque es imposible estar". Y, tras poco más de un año como nueva residente, admite que ya se empieza a plantear la posibilidad de marcharse. "Pero me da coraje, por qué me tengo que ir yo".
Son sólo tres testimonios. Pero ejemplificadores de lo que siente o han sentido otros muchos que viven o han vivido en el casco antiguo de Málaga. El impacto de su transformación es evidente. Para algunos, el cambio se justifica en la evolución de una urbe convertida en referente cultural e inmobiliario en los últimos años. Para otros, la metamorfosis es demasiado radical, requiriendo un reequilibrio en el modelo.
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