Rafael Prado fue el último dueño del histórico Café Central de Málaga. El que fue uno de los negocios hosteleros señeros de Málaga capital, con 102 años de historia, punto de encuentro en torno a una tabla de cafés pionera y propia, reabrirá sus puertas tras casi un año cerrado convertido en una taberna-restaurante estilo irlandés.
Y aunque la propiedad del inmueble no cambia de manos, la llegada de una firma sueca como arrendatario rompe con las raíces de un negocio histórico familiar. La empresa Kopparberg sí puede pagar el elevado alquiler al que no podía hacer frente el ya jubilado empresario malagueño y que lo llevó a echar la llave a principios de año.
Por eso su punto de vista sobre la transacción ahora conocida es especialmente apreciable y simbólica. ¿Qué opina el último del Café Central de que el mitad o el cortado sean sustituidos por la pinta?
Lejos de la desazón con la que abandonó las fronteras de su cafetería, llegando a hablar de "traición" familiar, Prado analiza la situación actual como una consecuencia propia de la evolución de la capital de la Costa del Sol y de un escenario geográfico, el del Centro histórico, el de la Plaza de la Constitución, en el que los negocios tradicionales están en peligro de extinción.
"Dadas las circunstancias que están ocurriendo en el Centro y en Málaga entera, su evolución casi obliga a mirar las cosas por otra vía", reflexiona, apuntando el caso reciente de un amigo hostelero que ha tenido que cerrar un bar "porque le piden un alquiler muy alto y se va a otro local más pequeño".
Para Prado, que tiene la perspectiva del tiempo que dan los años, "la historia se vuelve a repetir". Hace décadas, indica, fueron los bancos los que "se quedaron prácticamente con toda calle Larios; después vinieron las marcas de prendas de vestir, y ahora la oferta gastronómica sigue desembarcando porque Málaga tiene una proyección especial".
Imposible "pagar esas cantidades"
En este escenario, tiene claro que el tipo de hostelería del que él era referente "no puede pagar esas cantidades, es una barbaridad". "La hostelería que viene cada vez prescinde más de los camareros, vamos más al autoservicio, tratando de diluir el mayor importe del coste de la instalación y del alquiler", apostilla.
En los próximos meses, en la fachada del local de la Plaza de la Constitución, donde aún está impreso el nombre del Café Central, lucirá el de John Scott's, que es como se conocerá el negocio de la firma sueca.
Pero aunque Prado le da la bienvenida, confiesa: "Lo que pasa es que únicamente sigo pensando en el Central; el Central será recordado toda la vida y lo llevo en el alma, no me puedo desprender de él".
Pone en valor la fortaleza de la empresa arrendataria y su apuesta por ofrecer un producto de calidad. Y por ello cree que tendrá éxito. "El sitio es bueno, la empresa es buena, el producto que trae es atractivo y muy vendible y son fabricantes de cerveza y de sidras", añade, valorando que la esquina donde se localiza, en la unión misma de la Plaza de la Constitución y la calle Granada, y a apenas metros de Larios, se mantenga como un espacio gastronómico. "Hubiese sido una pena que se hubiese perdido".
Más allá de sus impresiones sobre el nuevo presente en el que está asentada su antigua cafetería, Prado subraya la necesidad de trabajar para proteger y salvaguardar los pocos negocios tradicionales que aún sobreviven en el casco antiguo. "Habría que construir un pequeño entramado para proteger a los establecimientos singulares, habría que hacer algo en este sentido", insiste.
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