Durante años, la aparición de cualquier resto arqueológico de cierta entidad en las numerosas obras que se ejecutan en el Centro histórico de Málaga era motivo de alarma tanto para promotores privados como públicos. Pero el paso de los años y una cada vez mayor sensibilidad social ha hecho que sean muchas las veces en que el hallazgo de civilizaciones pretéritas sea asumido como un valor de oportunidad.
Pese a esta evidente evolución, sigue habiendo episodios que ponen en cuestión este reencuentro de Málaga con su historia. Hace algunos meses relatamos en el EL ESPAÑOL de Málaga el caso de hipogeo fenicio, del siglo VI a. C., que permanece olvidado y maltratado en la tercera planta del aparcamiento municipal de la Alcazaba.
Y ahora podemos explicar la historia de uno de los más llamativos e interesantes descubrimientos arqueológicos en las últimas décadas: el santuario fenicio del siglo VII antes de Cristo desenterrado en un solar de la calle Císter sobre el que posteriormente se levantó un edificio de viviendas de lujo.
El valor del hallazgo fue tal que el Ayuntamiento de la capital y la promotora del inmueble alcanzaron un acuerdo para que los restos fuesen salvaguardados y mantenidos en su emplazamiento original, con el compromiso municipal de conservarlos y hacerlos visitables. De eso pasan ya más de 17 años, sin que haya existido movimiento alguno que invite a pensar en la puesta en valor del rico descubrimiento.
Este periódico rescata el asunto después de que la arqueóloga Ana Arancibia, una de las que participó de manera directa en esa excavación, admitiese que ese fue uno de los grandes hallazgos en los que ha trabajado en su amplia trayectoria profesional. De acuerdo con su información, la intervención realizada dejó preparado el espacio de subsuelo en el que se encuentra el yacimiento para su futura puesta en valor.
Pero ¿por qué es tan importante este santuario? De acuerdo con la información publicada en los años en los que se conoció el hallazgo, ese punto de la calle Císter donde se ejecutó la excavación, a apenas unas decenas de metros de la Catedral, pudo ser el origen de la Málaga que conocemos actualmente, pudiendo ser coetáneo de Cerro del Villar, junto a la desembocadura del Guadalhorce.
La operación arqueológica realizada en la parcela por la empresa Taller de Investigaciones Arqueológicas sacó a la luz la muralla fenicia que ya se había localizado en los bajos del Museo Picasso. Pero por debajo de los niveles de la muralla, las responsables de la intervención encontraron restos de un santuario compuesto por dos altares con forma de piel de toro y que encuentra similitudes con los del tesoro del Carambolo y de Coria del Río.
"El recinto, de planta cuadrada, con dos niveles y el pavimento rojizo, tuvo un uso sacro, posiblemente como lugar en el que se realizaban intercambios comerciales en torno a la metalurgia", explicaba Arancibia en 2007.
Dada la dimensión del descubrimiento, el Ayuntamiento tomó cartas en el asunto, logrando la cesión por parte de la propietaria del terreno tanto del subsuelo como de unos 200 metros en planta baja del nuevo edificio con el objetivo de disponer un centro de interpretación de los restos. Todo ello quedaba plasmado en el estudio de detalle mediante el que se ordenó la edificación residencial.
Relacionados con transacciones comerciales
De acuerdo con la tesis defendida por los especialistas, estos santuarios estaban relacionados con las transacciones comerciales, sirviendo como elemento canalizador de las mismas. En el caso del encontrado en pleno Centro histórico de Málaga, el santuario formaría parte de un barrio, una pequeña población quizás todavía sin consolidar, pero no separada de la trama urbana.
La ubicación y construcción de los altares tiene claros indicios de servirse de modelos en cuya ejecución predominan los ritos de tipo astral. Sus paralelos iconográficos han relacionado estos altares con la figura del lingote chipriota, tan arraigado en la cultura mediterránea; la piel de toro, con claras implicaciones indígenas; o los dioses Baal y Astarte.
Los altares documentados pertenecen a fases diferentes, indicando distintos periodos de vida para el recinto. Ambos están construidos con barro de coloración amarillo-verdosa, de forma rectangular y con los lados ligeramente cóncavos.
Uno de los aspectos más valorados por los arqueólogos de aquella intervención era la complejidad de la muralla. Si en el lienzo de muralla que apareció en el sótano del Museo Picasso había dos torres, en Císter se encontró un bastión adelantado marcando una de las puertas de acceso a la ciudad, mirando hacia el Guadalmedina.
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