En el Centro de Málaga hay un rincón donde la historia y el mar se dan la mano. La tienda se llama Galeones de Indias y está ubicada en la calle Santos, a apenas unos metros de la plaza de la Constitución. En su interior, una amplia variedad de objetos náuticos, como maquetas de barcos antiguos o brújulas, pero también réplicas de espadas y revólveres antiguos, así como plumas y libros de historia.

El establecimiento podría ser un auténtico museo, es por ello por lo que llama mucho la atención de los turistas que pasan por su puerta. Sin embargo, no solo tienen una historia sus productos. También la tiene su propietario, un menorquín enamorado de Málaga que ha recorrido medio mundo hasta llegar a la Costa del Sol

“Yo vengo de una isla muy preciada con el segundo puerto natural más grande del mundo, el puerto de Mahón, enclave estratégico en el Mediterráneo. Es por ello por lo que crecí escuchando las historias de mi abuelo, siempre estuve ligado al mar, aunque de inicio en mi familia se dedicaran al campo y la ganadería”, explica Gabriel Saura a EL ESPAÑOL de Málaga.

En los años 80, con el boom turístico, su familia se unió al sector terciario, incluso él mismo, que de querer ser veterinario también se adaptó a las circunstancias en la isla. “Soy de la primera promoción de la licenciatura en Turismo en las islas Baleares y Palma de Mallorca. Empecé trabajando en los apartamentos de mi padre y mi tío en ese entonces, pero llega un momento, en los años 90, que la crisis del petróleo nos golpea. Menorca dependía prácticamente al 90% del turismo inglés”, recuerda.

A sus veinte años, empezó a ver que algo iba mal. Aunque su familia quiso seguir construyendo apartamentos, él aprovechó los contactos que tenía para emigrar a Barbados, una isla del Caribe. “Fue mi primer salto a América cruzando el charco. Y el choque fue tremendo”, asevera.

Una imagen del local. A.R

Allí encontró una isla muy diferente a lo que esperaba. “Yo era el garbancito”, dice riendo, pues "el 98% de la población era negra". “Todo era muy caribeño. La noche que llegué vi a la gente por la calle, sin camisa y descalzos jugando al ajedrez o a las damas en mitad de la calle… Todo era muy local, muy diferente a la vida que yo había tenido”, explica.

Poco a poco fue entrando más en el estilo de vida de la isla, con playas de arena blanca y agua cristalina. Tampoco le fue demasiado difícil hacerse a la idea. Un día, en el gimnasio, se topó con unos hermanos que acabaron siendo sus grandes amigos. Le invitaron a descubrir Colombia, un lugar que aseguraban que le iba a gustar.

Joven y con ganas de vivir nuevas experiencias, aceptó. Vio en Colombia un lugar donde emprender, donde había posibilidades para empezar de cero. Así que logró convencer a su familia para vender todo lo que pudieran y marcharse con él a América. Corría el año 1994. 

Los Saura tenían un renombre en la zona de Ciudadela y Gabriel quería evitar eso que dice el refrán de “pueblo pequeño, infierno grande”. Veía que a su familia le iba mal y no quería que la gente se regocijara de ello. Los convenció y todos se marcharon a Bogotá en busca de una nueva oportunidad.

Pero Gabriel sabía que no podía borrar su pasado. En la isla tenía contactos interesantes. Recordó que uno de sus amigos tenía un museo de réplicas de revólveres y espadas antiguas para decorar. Al ver que no tenían abierto el mercado en América, les pidió un catálogo y se inició como comercial.

Una imagen de la tienda. A.R

Gracias a unos conocidos de sus padres, lograron un piso en Cartagena de Indias donde situarse provisionalmente hasta llegar a tener un piso definitivo. “Comenzamos a explorar el sitio, que tiene, por cierto, muchas similitudes con Málaga, con puerto, con una fortaleza, su castillo…”, comenta. Sentados en una crepería, un fin de semana, el dueño del establecimiento percibió que eran españoles. “Empezamos a contarle todo, yo iba con los catálogos, y nos contó que tenía un amigo que rescataba piezas de barco que desguazaban y que se usaban para decorar. Nos dio la dirección de la nave y fuimos a verla. Había de todo lo inimaginable, era increíble, como estar dentro de un barco”, relata.

Se reunieron con el dueño, él le enseñó sus catálogos y precios para hacerles una venta. Por la noche, dándole vueltas con su padre, decidieron que la mejor opción sería fusionar los productos del otro vendedor con los suyos en una tienda dentro del casco histórico amurallado. “Aceptaron y nos dijeron que todo quedaría en manos nuestras, que decoráramos el local, decidiéramos el estilo, etcétera”, recuerda Gabriel.

Aquella fue la primera piedra de lo que hoy tienen los malagueños en el Centro de Málaga. “Abrimos en un antiguo consultorio médico. Una señora nos lo alquiló después de que falleciera su marido, que amaba la historia. No quería deshacerse de él, pero al ver cuál era muestro proyecto, no lo dudó”.

Así abrieron varias tiendas en Medellín y en Bogotá, a modo de franquicia, pero en 1998, la situación cambia en el país. La inseguridad tomó las calles. Como ya les pasó en su isla, el futuro se veía muy negro: “Teníamos a una tripulación de pilotos mexicanos que cada vez que venían nos decían que fuéramos a Cancún, querían que montáramos allí una tienda. Así que nos fuimos para allá”.

Espadas en venta.

Pese a que había conocido recientemente allí a su actual mujer, Liliana, con la que lleva la tienda en la actualidad, ella le dio la mano y dio el salto a Cancún con él. Tras más de mes y medio allí, encontraron el local ideal. Así, decidieron quedarse ellos con Cancún y darle a sus socios las tiendas anteriores para ir ya cada uno por su cuenta, pero con el mismo concepto.

Era julio de 1998 cuando abrieron, repletos de inseguridades, la pareja junto a los padres y el hermano de este. Sin embargo, les fue bien. Estuvieron hasta 2023 viviendo en Cancún. “Los huracanes eran un problema, lo destrozaban todo. El último, antes de la pandemia… Y ya estábamos cansados. Todo lo que se avanzaba, se lo llevaba cada huracán”, lamenta.

Tuvieron tiendas en punto como Cabo de San Lucas o la Ciudad de México, también en Acapulco. Pero diversos problemas como la meteorología o la inseguridad les llevaron a cerrar. “En Acapulco atropellaron supuestamente al gerente que teníamos allí en la tienda, lo mataron, nunca sabemos qué ocurrió”, recuerda. Solo mantienen una tienda ubicada dentro de un centro comercial en Santa Fe con la que llevan más de dos décadas. También reabrieron la tienda de Cartagena de Indias por su propia cuenta después de que la otra familia decidiera cerrar. Es decir, siguen manteniendo tres tiendas en América --Cancún, Cartagena de Indias y Ciudad de México-- a la que ahora han sumado la de Málaga.

En 2020, sus padres volvieron a España por la llegada de la pandemia. “Si de algo podemos estar orgullosos es de nuestra sanidad, allí la privada te vale un ojo de la cara. Nos daba miedo por mis padres, y todos volvimos. Sufrimos bastante con las tiendas, estuvimos solos en el desierto porque aquí hubo ayudas, pero allí era muy duro”, cuenta.

Pero poco a poco fueron remontando. “Nuestra hija comenzó a estudiar y decidimos que lo mejor es que estuviera estudiando en España. Así que nosotros también nos fuimos. Mi hermano se quedó a cargo de las tiendas abiertas y yo haría la labor administrativa desde España, al final, la labor podía hacerla telemáticamente”, declara.

“Vinimos un mes de enero gracias a unos amigos a Málaga y nos encantó. Nos enamoró. O sea, fue amor a primera vista, por la gente, el ambiente, Todo el mundo iba contento”, cuenta Gabriel, que vio en la Costa del Sol ese punto donde volver a renacer por enésima vez.

Compaginaron la explotación de una vivienda en alquiler que tenían en Cancún desde España con la que sería la posterior apertura de la tienda en el Centro. “Queríamos tener una en calle Larios y alrededores, pero era imposible, estaba todo por las nubes, nos pedían 12.000 euros o más, iba subiendo conforme subían los metros cuadrados”, dice.

Buscando, con mucho esfuerzo, finalmente, dio con este establecimiento de la calle Santos, junto a Casa Aranda. El pasado 24 abril subieron la persiana de la tienda y empezaron a sentir Málaga como su nueva tierra. Su hija ya estudia en Madrid y ellos ya tienen piso en el Centro. “Nos ha salido todo bien”, cuenta con una sonrisa Gabriel, que sigue manteniendo relación con los mismos proveedores que en los comienzos, pero también ha encontrado muchas otras manos amigas por el camino por las que apuesta al máximo.

“Tenemos malagueños y visitantes, es un fifty fifty, todos ven que es una tienda preciosa. La descubren como un sitio ideal para encontrar regalitos. Nos compran mucho para hacer detalles, además cuidamos todo al máximo y envolvemos los regalitos con mapas antiguos. Invitamos a todos a que nos visiten”, zanja.

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