Domingo. 7 de agosto. San Cayetano. Starlite. Taburete. Si ese hubiera sido el código encriptado que durante meses buscó descifrar Alan Turing, la Segunda Guerra Mundial hubiera acabado muchos años antes. No hace falta comprender Enigma para entender el ecosistema sobre el que se construye esta realidad.
Ellos son la España tranquila que disfruta del toro y la luna, Formentera o las Cuevas de Cañart. La que vapea y lleva coleteros en el antebrazo. Que bebe Seagram 's, piña colada, chupitos de tequila rosa y que al día siguiente amanece fresca. Es la España inmortal, imbatible ante la kriptonita de la decadencia estética de los tiempos presentes (que son los únicos que tenemos).
Es la Dolce Vita que escapa de la gran pantalla, reencarnada en una época sempiterna de melenas largas y piel morena. Una edad, un estado del alma recogido en el protocolo no escrito de la ropa de lino y camisetas dos tallas más grandes.
Contaba Raphael en su documental de Movistar que sus letras durante el tardofranquismo acabaron en el punto de mira de aquellos que defendían un único camino posible: la canción protesta. Mensajes que eran una oda a la felicidad, al disfrute, sin más compromiso que el mero placer (y a la vez angustia) de existir. Una huida constante del realismo en favor del idealismo.
Hay un hilo invisible que conecta aquella sociedad con la actual. Igual que en el antiguo refrán hebreo (parafraseando y con toda la distancia: Yahvé es el dios de mis abuelos, el dios de mis padres, mi dios), la música mantiene el valor de la herencia en el traspaso generacional.
Del mito de Linares a los Hombres G, metamorfoseado en la banda madrileña Taburete. Ellos son la crónica de la España cañí refundada. De las chicas ‘topolino’, a las niñas en Converse. Aquí no se banca a los grandes dioses del folclore. Aquí se corea al Pato, a Walter Palmeras y al lindo din.
Decía Umbral que Marcelino Camacho consistía solo en sus jerséis y sus conductas. El símil es fácilmente extrapolable en el caso de este grupo: los fans son sus camisas abiertas, sin temor a desabrocharse el tercer botón y el placer por la vida. Crónicas de esa gente guapa; memorias de la jet de a pie.
Los temazos
Pero la radiografía sociológica de uno de los fenómenos pop contemporáneos no tendría sentido sin su razón de ser: la propia música. Casi una hora y media de concierto, a los pies de la cantera de Nagüeles, con el eco de los coros intentando batir en vano la rigidez de las rocas. Batalla perdida contra la que lucharon las gargantas entregadas a la causa de Dron. Una orquesta, una comparsa: 10 músicos y casi una veintena de temas.
Salieron los protagonistas, con Willy Bárcenas y Antón Carreño al frente, mientras sonaba Belerofón. Todavía no había acabado la primera estrofa y la gente ya olvidaba que tras sus espaldas había un asiento. Como si estuviera sonando un himno oficial: todos en pie. Miradas cómplices que confirmaban que la joda había empezado.
No cayó el ritmo con Venado tuerto. La ciudad argentina da nombre a uno de los temas de La broma infinita. El despliegue geográfico continuaría después con México DF y el prodigio trompetero de Patxi Urchegui (¡Qué ritmazo tiene!) y Kaiserlauten, otro de los fijos en la alineación.
El fin, que sonó al principio, cerró el primer bloque. "Esto empieza a ser una tradición, como Ramón con las uvas. Séptimo concierto consecutivo en agosto, pero cuando se sale a una plaza como esta, el cansancio ni pesa, ni cuesta, ni nada. ¡Viva Starlite!", gritó Willy ante la complicidad del respetable. Pronto asomó la bandera de España (no falla) sobre la que se rindió al final del recital.
2018: odisea en el espacio constató la misma realidad que se vive en el teatro. Nadie corea tan bien como el gallinero: “Prefiero caer despacio/ Que parezca un simulacro/ Yo ya no tengo miedo/ Sin mis vicios soy eterno/ Tengo que salir volando/ Acomodarme este sombrero”.
Antón sacó a relucir su arsenal, interpretando Entre tus piernas apenas unos pocos días después de su operación de apendicitis: "Tenía miedo de perderme este concierto, pero hoy casi puedo saltar con vosotros", espetó.
Llegó lo fuerte (sic) con Madame Ayahuasca, mitificando a ídolos en vivo, recorriendo el viaje por los bares cerrados, intentando olvidar que la vida se escapa. Uno de los momentos más emocionantes llegó cuando Willy Bárcenas habló de Penúltimo beso, estrenada este mayo: "Siempre ha estado mi madre aquí y algún día volverá, pero hoy no puede estar. Me acuerdo mucho de ella".
Siguieron a este single aflamencado clásicos como Amos del piano bar y Cinco sentidos. El final fue un crescendo incapaz de toparse con el techo. Discoteca despertó a los fans del electrochotis, de los guateques de Mirinda y Bitter kas; Walter Palmeras, el tipo más conocido del universo Taburete, y Mariposas, con Bárcenas engrandecido por una masa que rompía en chillidos a cada paso que daba por las gradas.
Cayó la noche con Sirenas y Caminito al motel, no sin un último alarde de Patxi con la trompeta, rompiendo en un toque de clarín maestrante antes de que la fiesta continuara por otros lares. Con todos ellos. Con todos nosotros. Sabedores de que la juventud había vencido a los números y que se mantenía intacta. Aunque ya fuera lunes.