Hubo un alumno que creía que Dios era el padre Tejera. Tenía seis o siete años y no se le puede culpar por su tierna herejía. El absoluto es difícil de comprender, pero la bondad del padre Tejera no resultaba abstracta, lejana o heredada de historias del pasado. Era aquí y ahora.
El sacerdote del colegio de los jesuitas de El Palo se sentía interpelado por las dificultades que estuviera pasando cualquier persona. Tras publicar este miércoles la triste noticia de su muerte, una usuaria contó cómo le había cambiado la vida: "Cuando yo tenía 9 años, cogí anemia. Era muy mala para comer, pasaba todo el día en el colegio… Se pasó meses yendo a buscarme a diario en los recreos. Me llevaba a su despacho y me preparaba el desayuno para que no me lo saltara". Escribió Irene Vallejo en una formidable columna que los primeros pasos de nuestra civilización fueron los de un hombre a punto de derrumbarse, con un anciano a las espaldas y un niño de la mano. Esa épica de los cuidados es un privilegio que Tejera regalaba.
Nunca llegó a mostrarse gruñón, mandón o huraño, como tantas veces ocurre a partir de cierta edad, sino que mantuvo un cierto espíritu juguetón. Cuando le llegaba una pelota en mitad del patio, la tuviera quien la tuviera, la tomaba y la tiraba hacia arriba. Ya mayor, aunque tuviese problemas de audición y visión, no dejó de ir al pregón que los alumnos de 2º de Bachillerato realizaban como despedida del colegio, muchas veces con bromas internas de los alumnos, picantes o faltosas. Él seguía ahí, sonriendo y en primera fila. Al final de la actuación, se le cantaba: Padre Tejera lololololooooooo.
Enseñaba a los chicos de los scouts a llevar remangada la camisa para estar siempre listos para servir. Luego, cantaba con ellos el himno de los pioneros: "Oh, Señor, tú que ves nuestro anhelos / por buscartes en tus obras siempre inquieto / te pedimos que nos lleves de la mano / a la paz del eterno campamento". Mientras la salud se lo permitió, no se perdió una acampada. Anduvo lo que andaban los jóvenes, cantó lo que cantaban ellos, se tiró por donde se tiraban... y luego, se levantaba antes que todos.
En algún momento entre 2005 y 2008, mientras veía a los lobatos del grupo scout acelerar para llegar a su destino los primeros tras una larga etapa para las jóvenes piernas de los chavales -que, sin embargo, sus ocho décadas parecían llevar sin problemas-, el padre Tejera me dijo que es mejor alcanzar el destino un poco más tarde y con capacidad de hacer más cosas que correr y llegar para el arrastre.
No son pocos los héroes de infancia que, cuando creces, se te van desmoronando. Este no es el caso. Cuando este miércoles me adelantó su fallecimiento, la fuente recordó cómo le llamábamos cariñosamente: "El Papa de El Palo". A él seguramente no le hubiera gustado el calificativo, y quizás por eso lo merece.