La Gerencia de Urbanismo lleva años siendo un buen ejemplo de lo que un niño no debe hacer en su habitación. Lo que el malagueño de toda la vida llama un ‘pitote’. Una entidad necesaria para supervisar, primero, y agilizar, después, proyectos que ahora son papel pero que terminan por hacer ciudad. Una institución clave en ciudades como la nuestra, que probablemente ha sumado cambios en positivo en los últimos años a raíz del trabajo del concejal Raúl López, pero que sigue siendo muy lento engranaje para un motor que quiere carburar más deprisa. Y el primero que lo sabe es el propio edil.
Quienes es le conocen, dicen de él ser un incansable currante y un buen ejemplo de servicio público, empeñado entre otras causas en limpiar al máximo la imagen de una muy pesada maquinaria que le toca dirigir desde que se le encomendase dicho cargo en esta legislatura. Pero el ‘marrón’ no es pequeño, ni ligero. Más bien es pesado y torpe. Y, entre bambalinas, hasta el propio aludido lo llegaría a reconocer. Tanto, como que los esfuerzos por mejorar el día a día de la institución son notables, aunque su resultado no se pueda verificar de un día a otro.
Saben los malagueños que una ciudad en continuo crecimiento lo es gracias a lo público, pero también a lo privado. Y saben los privados que, sin el refuerzo de la parte pública y el buen funcionamiento de esa ‘máquina’ de todos, se hace muy complicado poner en marcha intervención de crecimiento alguno. A lo largo de los últimos años, decenas y decenas de proyectos mayores o menores, que han requerido de meses, sino años, hasta su aprobación definitiva. Demasiado lento. Demasiado, para la ciudad que quiere arrebatar el trozo de pastel a otras de nombre más grandilocuente, pero de dudosa fiabilidad en los últimos años. Piensen.
Están los arquitectos (o quienes les representan en Málaga) que trinan con la Gerencia. Dicen que no hay transparencia, y hablan de “discrecionalidad en la interpretación de normas”. Eso sí: no estaría de más que pregunten, en todo caso, a los profesionales del ramo, porque no todos están precisamente conformes con quien les pone voz. Y eso no es irrelevante, pero lo cierto es que el asunto ha salpicado y mucho la labor de un equipo de gobierno que, en la práctica, a veces es un ser (no sabemos si superior) y quienes le acompañan, porque de todos es sabido que la delegación de tareas es algo relativo, si en cabeza está un incombustible como De la Torre. Y si a él van los halagos cuando las cosas funcionan, tal vez a él debe señalarse cuando algo no funciona. Y quienes lo conocen por dentro aseguran que ese organismo ha estado muchos años sin funcionar. Y quienes saben de esta ciudad reconocen (a veces con un tono más alto, a veces con un tono más bajo, que el actual regidor puede presumir de mucho bueno en este tiempo, pero eso no le exime de ser responsable de otros tantos asuntos en los que la capital no funciona como debiera. Y en esos 20 años, tal vez lo de la Gerencia sea uno de los ejemplos.
Ojo, porque no debemos confundir carne con pescado. Nunca, pero tampoco aquí. En este terreno, mal haríamos si entendiésemos que una Gerencia de Urbanismo que regula, que verifica y que asegura cada uno de los puntos de un proyecto es peor que otra, por el hecho de no ser tan permisiva para con lo que recibe. No se trata de permisividad, sino de agilidad. En este sentido, bien conocida es la alta carga de propuestas que han terminado en una cajonera en mitad de un pasillo (fueron famosas aquellas fotos de la Gerencia, hace unos años) merced a lo que algunos llamarían incompetencia, si no en lo profesional, al menos en lo formal. Eso es lo que se debe evitar. Porque no: no se trata de hacer la vista gorda, sino de poner la vista pronto, emitir los informes pertinentes en tiempo y forma, y no dejar que algunas materias caduquen como una lata de berberechos.
Tan justo es recordar eso, como lo es no olvidar que no todo el tapón llega por el mismo sitio, porque los grandes proyectos de ciudad, rara vez pasan solo por la aprobación de quienes ocupan el mastodóntico edificio junto al Puerto, sino que requieren de la aprobación de otras administraciones que, en ocasiones, no han sido sino las verdaderas causantes del retraso que termina por aburrir al inversor. Un vistazo a las hemerotecas, por ejemplo, para recopilar cuándo nos llegaron las primeras noticias de un grupo interesado en levantar la Torre del Puerto (otro día hablamos del debate). Si no los han aburrido ya, entre Puerto, Ayuntamiento, Junta y Gobierno, poco falta.
La “burrocracia”, que diría el presidente de la Cámara de Comercio, Sergio Cuberos, ejemplar representante de un sector de nuestra ciudad que, como en el caso de lo vinculado con el Urbanismo, necesita de esa agilidad y de esa prestancia de parte de nuestros responsables públicos. Y de ahí que no dude en decirlo a la cara cuando le dan voz, aplicando aquello del palo y la zanahoria que, también en el caso de este Ayuntamiento, es de recibo utilizar para no acabar desengrasados del todo.