Aún no había dado tiempo a limpiar el barro de nuestros coches, después de lo acontecido la semana pasada, y dicen los expertos que nos viene otra ronda de barro con marca Sáhara. Dicen los expertos que no es muy habitual que estas cosas se repitan y que, en un lugar como el que habitamos, un episodio del calado del de hace siete días no apuntaba a volver con tal magnitud. Se olvidan esos expertos (los hay, aunque Pedro Sánchez se inventara un comité COVID que ni fue comité, ni fue de expertos) de la época en que nos ha tocado vivir.
Una etapa de la era moderna en la que lo mismo erupciona un volcán durante semanas, que te viene una pandemia que deja en pañales a la ‘gripe española’, que lo mismo te montan una guerra (veremos si mundial) que pone patas arriba todo el sistema conocido. ¿Que no puede una nube de polvo atrapar a toda una península y dejar barro anaranjado por cada esquina? ¡Sujétame el cubata!, debió decir el de arriba.
Tiempos convulsos y panorama revuelto, como los huevos con patatas pero sin gracia alguna. Que por cierto: si no han comprado, no duden en hacerlo porque si todo lo anterior les parece poco, ahora nos toca vivir lo de las estanterías vacías en los supermercados, a cuenta de alguna de las batallitas (no tan -itas) mencionadas antes. Si el combustible se pone por las nubes en toda Europa y tu Gobierno es un auténtico incompetente, tienes la receta perfecta para que las cosas no vayan bien. Por el contrario, el resumen se lanza con sólo dos palabras: Todo mal.
Tal vez alguno acuda a este columnista y le diga aquello de: “No seas tan duro. Les ha tocado una época mala para gobernar”. Y es cierto. No había un manual de pandemias cuando el COVID se coló en nuestras vidas. Tampoco hay un libro de instrucciones para salvar un conflicto internacional, o para ‘destensionar’ unos mercados revueltos desde que a Putin se le antojó el trozo de pastel ucraniano. Pero no es menos cierto que nos ha tocado vivir el peor momento, de la mano de los peores conductores. Algo así como ir obligado de vuelta a casa, en el coche del amigo que se ha pasado con las copas en una noche de fiesta. ¿Llegaremos? Puede. ¿Nos gustaría cambiar de conductor? Seguro.
Portugal, Italia y Francia, u otros como Bélgica, Polonia, Suecia e Irlanda tampoco tenían editado un manual de instrucciones, para equilibrar precios en un momento de tensiones salvajes en torno a la energía y el combustible, pero parecen haber tenido más ¿suerte? a la hora de legislar y poner pie en pared cuando la situación te empieza a superar. Ejemplos varios de gobiernos que ya han establecido medidas de descuentos del precio de la energía, ayudas al transporte y otras formulas, al entender que la situación requiere soluciones rápidas y efectivas; efectivas y rápidas. Tanto monta, monta tanto, porque la cosa no está para perder el tiempo, sobre todo cuando ves que no eres capaz de articular medida alguna para aliviar la cuenta de miles y miles de empresas que han visto en unos días cómo les salía más rentable quedarse en casa que seguir ‘dando a la manivela’.
Transportistas, pescadores, agricultores… La tormenta perfecta no la ha montado la ultraderecha, señores del Gobierno. La tormenta perfecta ha venido sola y ustedes no han sido capaces siquiera de poner un paraguas a disposición de quienes hacen… de quienes hacemos país. Porque un país está vivo cuando produce y cuando se mueve… y queda muerto cuando se le obliga a detener los motores. Y parece evidente que, por mucho que el Gobierno alcance un acuerdo con la patronal y hable de bonificar con 500 millones el gasóleo del transporte, la solución no es ni rápida (ocho días después del estallido y sin ni siquiera reunirse con los convocantes) ni efectiva. Pregunten a quienes ‘pilotan’ esos miles de vehículos a diario.
Con estas, diez días después del inicio de lo que parecía una ‘gracieta’ sin más, empezamos a acostumbrarnos a rebuscar productos en el supermercado. Tranquilos, los amantes del tofu: las estanterías siguen repletas. Otra cosa es que quieran comprar leche, porque el pobre ganadero sigue esperando esas mencionadas soluciones del Gobierno, mientras tiene que tirar al suelo la que producen a diario sus vacas. Tremendo, pero real. Si nadie la recoge… si la cadena de distribución se ha roto, ‘calcio al suelo’ y desastre para la economía de muchas familias. Mismo ejemplo para el agricultor o para esos pescadores que han tenido que parar de faenar esta semana, porque tiene más peligro llenar el depósito de sus embarcaciones, que pillar un temporal en alta mar.
“Es la ultraderecha”, dicen desde el Gobierno. “Es Putin”, añaden. Dejen de señalar y de poner etiquetas, más aun cuando muchos de esos huelguistas de hoy son, a buen seguro un voto a la izquierda de ayer (no sabemos si a la de mañana). Valorar una guerra como justificante es válido; usar una guerra como excusa, acaba siendo un insulto, para quien sabe cómo estaban las cosas con la luz o la gasolina, mucho antes de la invasión de Ucrania.
Miles de conductores de camiones y otros transportes, lanzándose a las calles para gritar a Sánchez que no quieren privilegios, sino poder seguir trabajando. ¿Acaso no ha llenado el presidente el depósito del Falcon últimamente? Va tocando un viajecito, a ver si así reacciona. Dice que no lo hará antes del consejo de ministros del martes. Sin prisa, presidente.
El colapso es ya una realidad y estamos a un paso del paro total. Sánchez lo fía todo a la cumbre europea y, mientras tanto, el pueblo buscando leche por las estanterías de los supermercados. ¡La leche!