En un capítulo de The Crown, el príncipe Felipe de Edimburgo está pasando una crisis identitaria de la mediana edad. Casado con una vida de pompa y circunstancia, comienza a despreciar la actitud contemplativa y se obsesiona con el aterrizaje estadounidense en la Luna: queda pegado a la televisión hasta la madrugada horas después del pequeño paso para el hombre, reactiva el riesgo en su faceta de piloto y pide una audiencia privada con Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins.

Felipe apunta en un papel las preguntas que quiere hacer a estos héroes que han estado "demasiado ocupados haciendo algo espectacular", en sus propias palabras: quiere aprender sobre la trascendencia de primera mano de quienes la habían alcanzado mediante la acción. La decepción es grande: Armstrong, Aldrin y Collins —esos "gigantes, dioses"— resultan ser tres técnicos prototípicamente americanos, resfriados, con anécdotas banales sobre su hazaña. "No teníamos mucho tiempo para pensar en el sentido de la vida allí arriba", le dice al consorte uno de ellos.

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Este domingo se celebra el 55 Concurso Nacional de Albañilería de la Peña El Palustre en la plaza del Padre Ciganda, en el barrio de El Palo. Me he criado en torno a él. Incluso ya metido en la vejez, mi abuelo construía cada año la figura que semanas después tendrían que replicar las mejores cuadrillas de toda España, para asegurarse de que era una pieza realizable. Yo pululaba por allí, regla en mano, sin enterarme bien de la vaina, pero a gusto, supongo.

Aquello no me hizo albañil, ni arquitecto, ni pisar una obra. Durante la adolescencia en algún momento suspiré por decir aquello de Frank Zappa de que había nacido en una familia mortalmente aburrida, dedicarlo todo a la bohemia y quedarme tan pancho, volando. Mientras el flamenco Manuel Molina cantaba su impresionante Que nadie me vaya a llorar en Nerja, a unos kilómetros de casa, yo lo ignoraba y soñaba con estar en el verano británico del amor, lalalalaaa, y pasarlo bien con los Beatles de fondo.

Mi abuelo se murió. Hubo que comprender muy rápido todo lo extraordinario de su vida, que todavía me parece impresionante y modernísimo: articuló una alternativa asociativa para vertebrar y empoderar a la sociedad civil de El Palo, hizo un certamen en el que por un día las superestrellas son los obreros, se erigió roble en el que cobijar el espíritu de un barrio, convirtió su concurso en el más longevo y de mayor prestigio de España, siempre invitó igual a comer al alcalde que al peón.

—Tito, ¿vosotros erais conscientes de la trascendencia de lo que estabais haciendo? —le pregunté una vez a mi tío Manolo, su hermano y compañero de aventuras.

Mi tío miró, con suerte con algo de piedad, al pobre periodista que tenía enfrente.

— Demito... ¡Nosotros solo éramos jóvenes albañiles que les gustaba lo que hacían y querían echar el rato!