Siempre he sido una persona previsora. Ser previsor es un atributo muy denostado en la actualidad, pues la mayoría de los psicólogos lo confunde con ser controlador y eso es una de las faltas más graves en el decálogo de un psicoanalista.
Pero en ocasiones, viene bien. Por ejemplo, en las fechas señaladas, como cumpleaños, Navidades, etc. Por este motivo, el viernes fui previsoramente a comprar un autorregalo para el día de la madre.
Algo ni muy caro ni muy barato. No demasiado funcional, pero no totalmente inútil, estaba segura de que acertaría. Terminé entrando en una de las muchas marcas de bisutería estilosa que últimamente proliferan. De estilo juvenil y fresco, pero precios definitivamente para madres. Nada más entrar, la dependienta me identificó como madre autoindulgente y supo en ese mismo instante que cerraría una buena venta en menos de 5 minutos. Yo, sin embargo, apenas me fijé en la perfecta sonrisa de la joven dependienta, mi mente tan sólo podía pensar en el horroroso y gráfico vocablo que habían elegido para la campaña del día de la madre, que renombraban como el día de la WOMUM.
Más allá de la fea sonoridad de la palabra, me pareció casi violenta la composición. Nunca había visto de forma tan gráfica como una woman regurgita a la mum que lleva dentro. Expulsando de su interior a la madre, sin haber alcanzado a digerir dicho papel. Lo sé, un poco extremo, ¿pero existe acaso algo más extremo que la maternidad?
Por supuesto, cerré la compra del regalo en los previstos 5 minutos. En el camino de vuelta al despacho comencé a pensar en los roles de mujer y madre, dos de las palabras que más me definen y que, de hecho, dan sentido al título de esta columna, “con dos emes”. “Con dos emes”, además, es una frase que he repetido incontables veces desde que era una niña, en referencia a mi nombre, Miriem, con dos emes.
Que existe una brecha de género nadie lo discute. En España esta brecha de género representa el 78,8%, lo que nos sitúa en el puesto 17 del ranking que analiza la división de los recursos y las oportunidades entre hombres y mujeres en 155 países. El índice de la brecha de género mide el tamaño de dicha desigualdad de género en la participación en la economía y el mundo laboral cualificado, en política, acceso a la educación y esperanza de vida.
Según el ranking CYD, el 56% de las estudiantes matriculadas en la universidad son mujeres, pero su presencia mengua a medida que avanza su carrera académica, pues representan el 49% de las tesis leídas y el 43% del Profesorado Docente e Investigación (PDI), el 25% de las catedráticas y el 23% de las rectoras.
Si atendemos al mundo de la empresa, las mujeres sólo ocupan el 38% de los cargos directivos, según la edición 2023 de “Women in Business”, de Grant Thornton. La tendencia es favorable y España logra el porcentaje más alto en su serie historia, avanzando dos puntos más que el año anterior y acercándose al objetivo marcado por Naciones Unidas para el 2025, establecido en el 40%, pero a mí me parece poco. Y me parece poco porque todas mis amigas han sido mejores estudiantes que sus maridos y, sin embargo, en la mayoría de las ocasiones sus maridos ocupan puestos de mayor relevancia que ellas.
Cuanto más avanzamos hacia arriba, menor es la presencia de la mujer, y esto se pone de relevancia cuando comprobamos que sólo tres de cada diez CEOs en España son mujeres.
Me niego a pensar que nuestras neuronas envejezcan peor. Y sí estoy segura de que el rol de la mujer como cuidadora a lo largo de la historia es de forma prioritaria lo que frena el ascenso de la mujer en su carrera profesional.
Soy mujer y he sido estudiante, empleada y fundadora de una empresa y nunca me sentí en desventaja hasta que fui madre. Ser madre es un proceso abrumador que cambia tu vida de la forma más profunda, te hace replantearte tus prioridades y modifica tus estructuras mentales, pero ser padre también provoca todo lo anterior.
En el caso de la madre, el cambio es también fisiológico y químico, aunque no en todas las ocasiones, pues hay muchos tipos de maternidades.
Lo que nos une a todas las madres es el rol de cuidadora, que en la mayoría de los casos comienza de forma más significativa el día que nace nuestro primer hijo y ya no termina nunca, más bien evoluciona en distintas etapas que incluyen el cuidado de los propios padres y nietos. Es algo que he comprobado recientemente viendo cómo mi madre cuidaba de mi abuela. Las hijas siempre hacen más.
Y está bien cuidar a los demás, pero ello no debe provocar la pérdida de talento en una sociedad. No nos podemos permitir perder el talento de la mujer en el camino y aquí tienen mucho que decir las instituciones públicas. Necesitamos apoyo para seguir siendo madres y mujeres, porque un mundo sin madres sería horrible, pero un mundo sin mujeres en cargos de relevancia también es peligroso.
Y sin darme cuenta ya estaba de nuevo en el despacho, miré la bolsita con mi regalo y ratifiqué que ser previsor sigue estando infravalorado, este año al menos una madre iba a estar muy contenta con su regalo del día de la madre.