Advertencia: si eres hombre, llevas a los niños al colegio, participas activamente en las tareas domésticas, pasas tiempo ayudando a tus hijos con los deberes del cole, socializas activamente con los papás y mamás de sus compañeros durante las fiestas de cumpleaños, y aprovechas la hora de la clase en la academia para ir a hacer la compra, no pienses que este artículo es injusto porque no te reconoce.
Las tareas de cuidado nunca se valoran, lo sabemos. Bueno…lo sabemos quienes también las hacemos, que según las estadísticas, somos mayoritariamente las mujeres. Pero que la estadística sea esa no significa que no se esté transformando la tendencia. Tú eres uno de los que está cambiando la curva estadística, pero aún falta mucho para que esto sea una generalidad entre tus congéneres, que no siempre tienen la misma sensibilidad, educación o contexto sociocultural que tú.
En 2023 los nacimientos en España han caído al mínimo desde que contamos con registros. En los últimos 10 años la natalidad ha descendido en España un 24%, y en Andalucía por ejemplo, hay un total de 36 municipios en los que hay menos de cinco niños menores de cuatro años registrados en el padrón municipal.
Me gustaría lanzar dos preguntas. La primera es, ¿cuáles son las causas que llevan a que no haya suficientes nacimientos? La segunda es, ¿qué inconvenientes reales tiene el hecho de que no tengamos una tasa de reposición demográfica suficiente?
Como todos los problemas estructurales, el reto demográfico no sale en la prensa. La velocidad a la que consumimos información nos incapacita para abordar problemas que generan incertidumbre intelectual y exigen soluciones a largo plazo. Sin embargo, el riesgo de la falta de población en un futuro cercano supone la quiebra del sistema económico en que se basa nuestra cultura contemporánea.
El paradigma del crecimiento lineal, exige una economía también lineal, basada en el consumo infinito de recursos materiales, sólo soportado por una productividad paralelamente creciente. En este contexto, las tareas no productivas quedan fuera del balance. Los cuidados no computan, y por tanto tienen un escaso reconocimiento.
Por supuesto, aquello que no valoramos lo dejamos en manos de quienes consideramos menos valioso. Hemos dado un ejemplo claro durante los últimos 200 años: si eres una persona trabajadora y brillante, llegarás a director general de alguna empresa importante. A ningún niño se le enseña como referente que el éxito personal sea cuidar de otras personas, ya sean niños, ancianos o enfermos. Nadie se esfuerza trabajando y estudiando para luego elegir una vida en la que no se va a reconocer su trabajo, ni social ni económicamente.
Durante los últimos cincuenta años hemos asistido a grandes avances en materia de igualdad en los países más desarrollados. Esto no se ha conseguido, por cierto, porque quienes tenían que tomar decisiones se despertasen un día pensando que las mujeres deberían tener más derechos, sino porque muchas mujeres salieron a la calle a reivindicar esos derechos. No lo olvidemos.
Gracias a esas mejoras sociales, las mujeres empezaron a estudiar y a trabajar, y poco a poco fueron ascendiendo en la escala social y económica. Sus referentes de éxito eran masculinos y, ya sabemos que los hombres de éxito no lo eran por ser un perfecto padre, amante cuidador y gestor de las tareas domésticas. Ellas querían ser como ellos, tener el mismo reconocimiento que ellos y también las mismas libertades de movimiento que ellos. Así que, llegado el momento de la maternidad, o bien renunciaban a ella, o renunciaban al progreso de su carrera profesional.
Esta situación se ha agravado porque, en todos los países de la OCDE, incluidos Colombia, México o Turquía, el nivel de formación de las mujeres es mayor que el de los hombres. Cuando eres independiente, ganas dinero y además tienes serios problemas para encontrar una pareja que esté a tu altura intelectual, o que no se sienta amenazado porque la diferencia de preparación y de salario sea a favor de la mujer, es realmente difícil encontrar una pareja con la que dar el paso de formar una familia y tener hijos.
Esta es una de las conclusiones que arrojan los estudios de la premio Nobel de economía de 2023, Claudia Goldin. Los estudios de género aportan luz a muchas cuestiones que no terminan de entenderse sin ella.
Si a este problema que experimentan muchas mujeres en edad de tener hijos, se suma el problema del acceso a la vivienda de los jóvenes (del que ya hablé en el artículo Peunevívere), tenemos la tormenta perfecta.
Tengo la intuición de que el problema del acceso a la vivienda no se va a resolver porque exige revisar el sistema de producción de ciudad y, sobre todo, el de la productividad laboral.
No sé si las esferas de decisión política y económica, ocupadas mayoritariamente por hombres mayores y en general poco experimentados en las tareas de cuidado -y lo que no se conoce no se valora-, abordarán este nudo gordiano cuando el tiempo juega a favor de su resolución sin necesidad de actuar.
En el momento en que la parte gruesa de la pirámide de población empiece a desaparecer, el número de viviendas disponibles será tan alto en relación con la demanda, que el precio bajará a buen ritmo durante mucho tiempo. Aviso a navegantes inversores en territorios premiun: los extranjeros de las economías más altas no se reproducen por esporas, también tienen pocos nacimientos.
Además, seríamos muy miopes si no valorásemos en su justa medida el estrés ambiental que sufren los jóvenes. Ver como cada año aumentan los episodios más severos provocados por el cambio climático cuando tienes solo 20 años y te queda toda la vida por delante, te hace pensar que tal vez éste no sea el mejor mundo para traer un hijo. Sobre todo, si ves que las decisiones en materia de adaptación real al cambio climático no terminan de llegar porque la economía es más importante que lo que le pase al planeta. Un planeta que se quedan ellos cuando nosotros nos vayamos habiendo consumido todo lo que hemos podido y un poquito más.
En estas condiciones, ¿cómo vamos a contar con relevo generacional?
La cuestión es si podemos seguir manteniendo el modo de vida actual sin niños en los países desarrollados. Es evidente que no. Suponiendo que el mundo cambiase y se hiciesen políticas encaminadas a reconocer el valor de las tareas de cuidado, se aumentase la producción de vivienda asequible y de ingresos suficientes para abordar un proyecto familiar, y además diésemos muestras de que nos tomamos en serio el cuidado del planeta en el que todo sapiens vive, tendríamos no obstante un problema de tiempo.
El tiempo necesario para tener los hijos suficientes, para formarlos y que empezasen a trabajar para pagar impuestos con los que acometer los gastos de las pensiones, de los servicios de salud para las personas mayores que ahora hay, de las desaladoras que necesitamos mañana, o de las obras necesarias para afrontar el cambio climático que se lleva cada año las playas y los paseos marítimos del litoral, que es la base de nuestra economía turística.
Es necesario el aporte de personas capaces de producir riqueza mientras da tiempo a que eso ocurra. Pero pensar en políticas de incentivo de la inmigración pasa por crear una nueva narrativa cultural que nos enseñe a no ver al diferente como una amenaza, sino como una solución. Tengo la intuición de que en un futuro no muy lejano veremos campañas de marca urbana encaminadas a atraer inmigrantes productivos en lugar de turistas. Los turistas no cuidan personas mayores ni conducen ambulancias.
Aunque hay quienes se han distanciado tanto de su naturaleza humana como para ver en la infancia una patología que tratar -como el ruido de sus juegos o su demanda de atención- ponerla en el centro obliga a repensar el valor de las tareas de cuidado y el reconocimiento que les otorgamos. La narrativa del crecimiento económico debería dejar paso a la narrativa de la prosperidad, porque ésta incluye también la vida.