Corría un caluroso día de agosto del año pasado cuando me pasaron en el hospital, desde el servicio de atención al paciente, una petición de cita con una familia que parecía angustiada. El encuentro tuvo lugar al día siguiente. Durante su explicación, el padre y la madre me transmitieron su preocupación por su hija de 12 años, en la que habían notado una progresiva bajada en el rendimiento escolar y porque presentaba cuadros de insomnio pertinaz.
Como consecuencia de ello, tenía una difícil sociabilidad con la gente que la rodeaba y, especialmente, con su familia, presentando un mal humor continuo y frecuentes e intensos dolores de cabeza. Durante un tiempo pensaron que ese comportamiento estaba relacionado con el inicio de la adolescencia. Pero admitían que la situación había rebasado los límites de lo que pensaban razonable.
En la conversación, me contaron que era habitual que cuando se acostaba lo hiciese con el móvil o el iPad, alargando su uso durante parte de la noche. Algo que, por lo que señalaron, era cada vez más acentuado.
A medida que profundizamos en la situación familiar, me fui encontrando con una familia con altas necesidades de utilización de tecnología digital. La madre trabajaba en una multinacional, lo que le obligaba a conectarse diariamente y durante muchas horas a su ordenador. El padre dirigía una empresa, necesitando utilizar con frecuencia el IPAD, el ordenador y realizar videoconferencias. Incluso realizaba parte de las tareas desde su teléfono móvil. “Lo compré con pantalla grande para poder conectarme con facilidad”, me reconoció.
Cuando indagué sobre la adolescente, me contaron que decía que le costaba mucho seguir con atención las clases y que estudiar era una sobrecarga difícil de superar. Con el objetivo de encontrar una explicación a lo que estaba ocurriendo, acudieron a una consulta de Oftalmología, pensando que podrían ser problemas visuales. El especialista les dijo que el cuadro de astigmatismo que presentaba la menor había empeorado llamativamente. Sin embargo, eso no justificaba todos los problemas que ellos contaban.
Diversos estudios han demostrado que interactuar con dispositivos electrónicos antes de acostarse provoca insomnio crónico, considerándose una de las grandes patologías del siglo XXI. Un reciente trabajo publicado en una prestigiosa revista científica alerta de la capacidad de estos dispositivos de "hiperalterar el cerebro"; es decir, emiten información de manera compulsiva y nuestro ojo se ve obligado a asimilarla a un ritmo frenético. Esto hace que el cerebro siga con una alta actividad.
Para dormirse, nuestro cuerpo debe liberar melatonina, la hormona inductora del sueño, y esta solo se produce si creamos un entorno propicio para ello: oscuridad, silencio, cuerpo relajado, párpados cerrados. La luminiscencia de la pantalla es un factor que lucha contra nuestro descanso. El uso de cualquier dispositivo emisor de luz acaba por retrasar la conciliación del sueño y retarda la fase REM, que es la más profunda y reparadora.
Actualmente, los niños y adolescentes hacen uso de las pantallas para todo: leer, estudiar, entretenerse, relacionarse con amigos, compañeros y familiares, a veces de forma desmesurada, incluso con medias de hasta cinco horas diarias, y esto puede alterar su salud. Un uso excesivo puede originar, entre otros efectos, déficit de atención, problemas de sueño, hiperactividad, agresividad, menor rendimiento académico y dificultades en el desarrollo del lenguaje y de la adquisición de vocabulario.
Por ello, se recomienda a las familias establecer un orden y unas normas para su adecuado uso y bajo supervisión. Es aconsejable recomendar el entretenimiento mediante lectura y juegos tradicionales, pues potencian la resolución de problemas, la creatividad y el ejercicio físico.
El uso de las nuevas tecnologías puede ser muy bueno y estimulante para los jóvenes. Son herramientas de conexión y aprendizaje. Sin embargo, con frecuencia se sobrepasan los límites de su correcta utilización. Lo más importante es ser conscientes de que un mal uso puede crear adicciones y muchos jóvenes pierden la dimensión de la realidad y se les intensifica el riesgo de aislamiento social.
De esta manera, se crea un riesgo social y emocional: cada vez necesitaremos más tiempo de uso del dispositivo para obtener el mismo nivel de satisfacción, manifestándose en limitaciones de la conducta social, cambios en las relaciones familiares y en el rendimiento académico.
En muchas ocasiones, la adicción que generan las pantallas lleva a utilizarlas a todas horas, alterando incluso las horas de sueño. El riesgo se encuentra en usar el móvil o la tablet como desconexión, como preparativo al sueño, sin tener en cuenta la dependencia virtual que conllevan y la disminución de la calidad del sueño.
Estudios sobre el uso excesivo
La Fundación Nacional del Sueño de Estados Unidos demostró, a través de una encuesta, que chatear es la actividad más frecuente cuando estamos en posición horizontal, acostados. Un 20% realiza esta actividad prácticamente cada noche y un 69,5% de ellos son menores de 30 años. La encuesta también emitió un dato preocupante en relación con la interferencia del sonido del móvil: alrededor de un 16% de los encuestados admitió que se despertaba por la noche a causa de los sonidos del teléfono.
Además, hay otras patologías o complicaciones asociadas al uso excesivo de las pantallas, como son los diferentes riesgos visuales. Los niños cuentan con gran plasticidad en su sistema visual, adaptándose a las circunstancias y al medio en el que crecen; de ahí que, si pasan mucho tiempo visualizando una pantalla muy reducida y cercana a la vista, su sistema de enfoque se podrá ver alterado.
Otra de las consecuencias de la sobreutilización de estas pantallas es que podrían salir a la luz defectos de graduación, como la hipermetropía, el astigmatismo o, incluso, algunos tipos de estrabismo. El uso de pantallas de cualquier tipo disminuye la cantidad de veces que parpadeamos por segundo, produciendo una reducción de la calidad de las lágrimas, por lo que el ojo se enrojece, dando sensación de sequedad o cuerpo extraño y visión borrosa y, al mismo tiempo, puede agravar trastornos como la alergia, la atopia ocular y la blefaritis.
También aumentarán las lesiones musculares y el sedentarismo, al estar sentado en posiciones inadecuadas durante un largo tiempo puede generar contracturas y lesiones en músculos y tendones, además de patologías en manos, muñecas y brazos por el uso continuado de los dedos en los mandos y en el ratón de ordenador; sin contar con el riesgo de obesidad y diabetes que otorga el pasar de jugar y correr en la calle, a divertirse a través de una pantalla.
La prevención de todo abuso es fácil de formular, pero muy difícil de ejecutar. En el caso de las nuevas tecnologías lo es más, puesto que se trata de "un invitado" permanente en todos los hogares; una herramienta útil para todas las edades, que nos facilita muchas acciones en el día a día y que usamos además para entretenernos y conectarnos con los demás.
Para evitar el uso indebido, los especialistas han definido una serie de pautas claras a implementar por los padres, para limitar la tecnología por parte de sus hijos. Los dispositivos tecnológicos no pueden estar en la habitación del niño o del adolescente, sino en una habitación de tránsito, como el salón o un despacho. Además, tiene que haber una persona adulta presente cuando el menor esté utilizando la tecnología para que controle el tiempo de exposición, así como los contenidos, medios y redes sociales que se visitan y la información que se recibe.
Algo que se tiene muy poco en cuenta, pero que es fundamental, es que las contraseñas de acceso a las redes sociales y otros canales no deben de estar sólo en posesión del niño, sino que los padres también deben conocerlas. A esto hay que añadir siempre la limitación del uso de diferentes pantallas (móvil, ordenador, tablet, consola…) y pactar con los hijos en qué circunstancias se pueden utilizar y cuándo no, como es el caso del colegio o de las reuniones familiares.
A esto hay que añadir la desconexión obligatoria a la hora de dormir: el dispositivo se tiene que encontrar fuera de la habitación, en silencio. Si se necesita algún hábito de desconexión para iniciar el sueño, lo mejor es leer. Será muy importante fomentar las actividades al aire libre y los juegos tradicionales como forma de entretenimiento, ya que "el juego debe convertirse en una fuente de salud y no en una dificultad para el bienestar presente y futuro del niño".
En definitiva, los padres salieron concienciados de la necesidad de modificar diversas conductas de comportamiento de su hija adolescente y de la familia: sueño, uso de pantallas, sedentarismo, etc. Y que por la dificultad añadida que supone la adolescencia necesitarán el apoyo de un grupo de profesionales avezados en la asistencia a este tipo de situaciones. Si bien la resolución es difícil y lenta, los resultados podrán cambiar la vida de esos jóvenes y sus familias.