El otro día me encontré con un conocido que hacía tiempo que no veía. Sonreímos al vernos, nos dimos un abrazo, que duró un tiempo, y nos quedamos conversando un buen rato, de pie, preguntándonos y contestándonos por todas esas cuestiones que dos personas, sin verse un largo tiempo, hablan y quieren saber del otro… familia, amigos comunes, trabajo, salud y futuro inmediato. Todo resuelto de manera sencilla y amigable.
Nos despedimos sin más, pero no faltó un nuevo abrazo, una nueva sonrisa y un hasta pronto. Ahí quedó la cosa.
Al cabo de unos días me escribió un mensaje concluyente, “no sabes bien cómo me acuerdo de aquel abrazo al vernos. Y no sabes lo bien que me sentó”. Algo muy sencillo, del día a día y que, muchas veces, no le damos importancia o se nos olvida.
Humanizar los abrazos, sentirlos, dar ese paso y tocarse, es algo que necesitamos hacer más a menudo. El ser humano, por naturaleza, depende de estos actos. Desde los orígenes de la humanidad, estamos en este mundo para sociabilizar, hablarnos, escucharnos y contarnos aquello que, aun siendo más o menos trivial, sirve para conectar y conectarnos. Desde aquellos orígenes, las relaciones humanas son vitales y, a veces, olvidamos que es un privilegio que no todas las personas del planeta tienen a su alcance.
No hace mucho (aunque las cosas y los detalles se nos olvidan muy pronto) no podíamos tocarnos, menos abrazarnos o besarnos, como lo veníamos haciendo con anterior naturalidad y, por si fuera poco, casi ni veíamos las expresiones de nuestras caras. Algo nos tapaba y, un atisbo de ese gesto, nos dejaba ver, tímidamente, si acaso, la expresión de los ojos. O, por el contrario, no dejaba mostrar con claridad que la mirada, su expresión, estaba totalmente desconectada del resto.
Hoy, que hemos regresado a la normalidad de entonces, vuelvo a echar de menos ciertos detalles que siempre me han gustado y me gustan. Una llamada, cada vez hacemos menos y las hemos cambiado por un mensaje de Whatsapp o cualquier otra red social (qué triste…), cuando lo bonito e interesante es escuchar la voz del que tenemos enfrente o al otro lado del teléfono. La gente prefiere un correo electrónico y escribirte que hacerte una llamada (más triste todavía…) o ya lo hacen por Teams u otras aplicaciones en vez de hablar, aunque sea para discutir, debatir o expresar nuestras ideas… incluso los emoticonos son cambiados por textos, frases o un bien preciado de nuestra literatura universal y castellana, los refranes.
Si a todo ello le unimos deshumanizar un abrazo, un par de besos en la mejilla o estrechar un buen apretón de manos, apaga y vámonos… (expresión que a veces tiene un tono irónico, para dar a entender que algo o alguien no aporta nada útil a la situación actual, por lo que es mejor dejarlo o no considerarlo).
Decía el bueno de Pau Donés (cantante y artista), “que nos besemos, nos toquemos y nos achuchemos mucho. Que aprendamos a decirnos «te quiero» sin que nos dé vergüenza. Que nos queramos, a los demás y sobre todo a nosotros mismos. Que la tristeza nos dé ganas de reír. Que nos riamos mucho”, entre otras reflexiones, poco antes de su marcha.
Pues eso, humanicemos los abrazos, que nos toquemos mucho y sí, sonrían, por favor. La vida tendrá más chispa y color.