El lunes 20 de enero, El Español de Málaga organizaba otro de sus interesantes Encuentros Tecnológicos: “Málaga, centro mundial de la inteligencia artificial”, con Accenture y Nvidia como estrellas invitadas.

Esa misma mañana, el presidente del gobierno había presentado en Madrid la iniciativa “HispanIA 2040: cómo la IA mejorará nuestro bienestar futuro”, a partir de un documento de 83 páginas elaborado por la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia, pendiente de lectura.

La inteligencia artificial es el tema del momento, y podemos y debemos preguntarnos qué hacer en Málaga y desde Málaga para aprovechar las oportunidades que ofrece y gestionar los riesgos vinculados a su uso, que no son pocos.

Una primera idea tiene que ver con el entorno laboral y el ecosistema empresarial. Dos vertientes de un mismo asunto, que es el impacto de la IA en las empresas y en los trabajadores. Con respecto al ecosistema empresarial, en el terreno de las startups parece evidente que en todo el mundo hay un cierto “apetito por el riesgo” que supone invertir en empresas relacionadas con el desarrollo de este tipo de tecnología.

Al mismo tiempo, también parece evidente que, hoy por hoy, son sobre todo las grandes empresas las que más se están beneficiando de una tecnología que promete ganancias de productividad y cuyo uso por las pymes está siendo mucho más lento, cauto y limitado.

De esta manera, una primera línea a seguir consiste, por un lado, en apoyar con recursos reales el emprendimiento basado en IA (para eso existe el capital riesgo, privado y público), y por otro alentar al tejido empresarial local y regional a explorar qué les puede ofrecer la IA, mediante casos de uso concretos y aplicaciones cuyos resultados puedan ser medidos de manera objetiva.

En todo caso, conviene no perder la perspectiva: ni todo lo relacionado con la IA es mágico, ni todas las organizaciones están preparadas para introducir con éxito la IA en sus vidas. Por eso es importante comenzar a dar los primeros pasos, como en su momento hubo que explorar los nuevos y revolucionarios caminos ofrecidos por internet (como el comercio electrónico) o la digitalización.

Si un territorio apuesta por la IA, y decide convertirse en un espacio geográfico de experiencia y aprendizaje colectivo, hay que pensar entonces en la formación de sus trabajadores y directivos, y también en la creación de redes solventes de intercambio de experiencias.

La formación en IA no sólo incluye a tecnólogos y desarrolladores: también a los usuarios y al público en general. En muchos sitios existe ya una oferta sostenida y rigurosa de formación a medida para empresas y organizaciones que desean incorporar herramientas basadas en la IA para afrontar determinadas tareas o mejorar la productividad.

En los países pioneros existen ejemplos concretos de uso: desde la redacción personalizada de correos electrónicos hasta la ayuda para trabajar con hojas de cálculo, por no hablar de la programación informática o tareas más creativas. Y aquí hay que mirar a las asociaciones empresariales y sindicales, cuya responsabilidad en la difusión de estas herramientas es clave para crear un ambiente de cierta “envidia competitiva”, o sana competencia, en el que empresarios y trabajadores deseen subirse al carro y explorar cómo pueden formar parte de la conversación mundial, con conocimiento de causa.

Finalmente, las distintas administraciones públicas juegan un papel esencial, como modelo a seguir y como espacio de prueba y error, de experimentación. Las aristas de la aplicación de la IA en determinados procedimientos administrativos han sido bien estudiadas y analizadas por los mejores catedráticos y profesores de derecho administrativo.

Es cuestión de conocer las limitaciones y actuar con garantías hacia la sociedad y la ciudadanía. Los riesgos de decisiones sesgadas y arbitrarias si se permite que sean los algoritmos los que decidan han sido ya documentados en Holanda, Dinamarca, Francia o el Reino Unido.

Se trata entonces, conocidos los límites fijados por el derecho administrativo y los riesgos probados, de estudiar qué se puede hacer y hacerlo. Y en el caso de las administraciones públicas malagueñas, se puede pensar desde la creación de un laboratorio GovTech que defina y proponga retos de mejora en la gestión pública utilizando herramientas de IA, hasta la aprobación de unas sencillas guías de uso para facilitar la adopción de esta tecnología por parte de las distintas dependencias administrativas.

En el caso del Ayuntamiento de Málaga, y aunque la FEMP ya está trabajando en la elaboración de una “Guía práctica de uso de la IA en los gobiernos locales”, quizás no haya que esperar si, efectivamente, se quiere estar en vanguardia y marcar el camino a seguir y la agenda. Lo mismo puede exigirse a la Diputación Provincial o a la Universidad de Málaga, que parece más preocupada por el mal uso que ya hacen los estudiantes de herramientas sencillas como ChatGPT que de reflexionar en profundidad sobre el cataclismo que se avecina en el ámbito de la formación académica superior. En todos los casos se trata de actuar con perspectiva, identificando intereses comunes y actuando de manera coordinada y consensuada.

La unión de todos los actores mencionados para exigir inversiones públicas es loable y meritoria. Pero estamos viviendo un momento crucial que también debería provocar una reflexión colectiva en torno al futuro que nos espera como ciudad y como provincia.

Tan importante es hablar del turismo, del agua, del tren litoral y de la vivienda como hacerlo sobre el papel que quiere jugar la ciudad y su ámbito geográfico de influencia en un mundo dominado por la tecnología, donde va a haber ganadores (pocos) y perdedores (puede que demasiados).

Mirar al futuro requiere pensar mucho más allá de los pequeños incendios cotidianos, de la nota de prensa obligatoria, de la respuesta airada en redes sociales al comentario del rival político o futbolístico. Muchos de los cimientos del éxito de Málaga se pusieron hace treinta o veinte años, incluso más. El futuro comienza cada día. El horizonte es la meta de los soñadores, de los audaces.