Al pensar en momias muchas personas se trasladan al Antiguo Egipto, otros viajan hasta la antigua China o Sudamérica con los incas y los mayas, pero también llegaron a España y no se olvidaron de Málaga. Concretamente, en Alpandeire, un municipio de la Serranía de Ronda, conserva dos momias en su iglesia

A tan solo 120 kilómetros de Málaga capital, un pequeño pueblo de 280 habitantes  se alza en pleno Valle del Genal, en la Serranía de Ronda. Se encuentra al pie de la Sierra de Jarastepar. 

A su alrededor hay numerosos balcones naturales, donde se pueden observar alguna de las cimas, entre las que se encuentran las de Jarastepar, los tajos del Canalizo e Infiernillo, el Cerro de los Frailes o el nacimiento del arroyo Laza. 

El municipio es conocido por Fray Leopoldo, un fraile que vivió entre los siglos XIX y XX. Su casco urbano está formado por un laberinto de calles en cuesta, donde se encuentra la iglesia parroquial dedicada a San Antonio de Padua, construida a mitad del siglo XVI por el arzobispo de Sevilla, Diego de Deza. En el interior de este templo es donde se conservan dos cuerpos sin una identificación concreta. 

Las leyendas urbanas se ciernen sobre esta historia. En el municipio cuentan que podría tratarse de un matrimonio que financió la construcción de esta iglesia, también conocida como La Catedral de la Serranía. 

Tampoco se sabe cuál es la antigüedad de estas misteriosas momias. Cierto es que las informaciones apuntan a que podrían tener alrededor de 300 años dando por bueno el que se trate del matrimonio que pagó el centro. 

Los cadáveres fueron hallados en un compartimento más amplio y diferente al del resto de cuerpos que se encuentran en el sótano de la iglesia. Ese sitio se supone que fue el primer camposanto del pueblo y es conocido como "El Panteón".

En relación a su momificación, las hipótesis sugieren que las técnicas son similares a las del Antiguo Egipto y notoriamente distintas a las usadas en otras áreas cercanas.

A estas momias se les tuvo un enorme respeto durante un tiempo, hasta tal punto de que antiguamente entre los niños se referían al lugar que las resguarda como la "habitación prohibida", porque los cuerpos estaban apoyados en una pared y la deteriorada puerta de acceso permitía la entrada al singular camposanto.

Más tarde, por los años 70, el cardenal Herrera Oria, ordenó que los cuerpos debían enterarse, después de conocer que eran accesibles al público. En cambio, en los 80 se desenterraron y se colocaron en una cripta con una cristalera para que pudieran ser observados.

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