Que la evolución inexorable es capaz de dar al traste con cualquier industria, artesanía o técnica es algo que sabemos bien los periodistas. Hay otros ejemplos, claro, de labores que el tiempo ha ido desechando: la de los serenos, esparteros, caleros, mimbreros… Y, si nos apuran, hasta la de los cantantes melódicos. Uno de los trabajos menos conocidos que la tecnología mandó a la porra es el de nevero.
Ahora es bien fácil ir a la cocina, abrir el congelador y sacar hielo para hacernos un margarita con el que ahogar las penas. Pero antes, hasta hace no demasiado tiempo, eso de disfrutar de un cubito de hielo, en verano o en invierno, da igual, era un lujo casi imposible en la mayor parte de la geografía malagueña y andaluza.
Pero poderoso caballero es don Dinero y, aunque es cierto que (todavía) no nos puede procurar un dinosaurio, sí hubo un tiempo en el que, no existiendo ni congeladores ni refrigeradores, nos ofrecía este helado capricho gracias a la ardua labor de los llamados neveros, aquellos intrépidos hombres que se ocupaban de conservar la nieve hasta el límite de su tiempo y hacerla llegar a lugares en el límite de las distancias.
Una ingeniosa industria
La logística que los neveros ponían en marcha para ofrecer este producto giraba alrededor de las altas cumbres malagueñas donde el perenne frío se mantenía a lo largo de las estaciones. En ellas los neveros construían pozos, o aprovechaban simas, donde acumulaban nieve, que se apelmazaba y se protegía con barro y ramas. Cuando las temperaturas subían y el deshielo borraba el blanco de los picos, la nieve aún se mantenía incólume en estos espacios y, así, en pleno verano, podía extraerse y transportarse a lomo de burros y mulas hasta los lugares en los que se demandase.
Obvio, tras sacar el hielo del pozo se iniciaba una carrera contrarreloj que ríete tú de la del Tourmalet; es difícil imaginar una mercancía menos accesible y más perecedera y volátil. Para evitar los efectos del calor a lo largo del camino de bajada, los cucos neveros viajaban de noche.
De esta industria existen referencias ya en tiempo de los árabes, pero sobre todo floreció durante el siglo XVII. En el Catastro de Ensenada correspondiente a la localidad de Canillas de Aceituno se indica que "en Sierra Tejeda hay cinco ventisqueros de nieve propios del convento de religiosos mínimos de San Francisco", algo de lo que en 1837 Boissier volvería a dar testimonio. Un trabajo que se mantendría hasta la primera mitad del pasado siglo.
Una senda homenaje
Como bien sabemos, La Maroma es el mayor de los picos de las sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, y también la cumbre con más cota de altitud de la provincia malagueña. Por tanto, es sencillo deducir que en ella hace un frío que pela casi todo el año y que es un lugar que ni pintado para que los neveros montaran sus pozos de hielo y nieve.
Para alcanzar esta cima existen tres rutas distintas, las cuales ascienden por diferentes vertientes de la montaña. Está el sendero que parte de El Robledal, por su ladera norte, y el que sube por El Alcázar, en la ladera noroeste.
La que vamos a desgranar es, como se indica en el titular, la Ruta de los Neveros, también conocida como la senda de la Casa de las Nieves. Este camino traza su itinerario por la ladera sur o solana, desde el ya mencionado pueblo de Canillas de Aceituno, y, de nuevo es obvio, recibe su nombre porque era el tradicional camino recorrido por los neveros.
Con un recorrido cercano a los once kilómetros, que nos llevará, ida y vuelta, unas diez horas, este sendero tiene una dificultad alta y deja muy a las claras lo dura que era la vida de nuestros antepasados.
Iniciamos la subida en el mismo casco urbano de Canillas de Aceituno, en la plaza principal del pueblo, justo al lado del Ayuntamiento. Por una cuesta se sube por sus serpenteantes y empinadas calles, teniendo ocasión de contemplar uno de los mejores ejemplos de arquitectura morisca conservados en la comarca. De hecho, la localidad canillera es parte de la Ruta Mudéjar de Málaga de la que hace poco dimos cuenta aquí en EL ESPAÑOL de Málaga.
Las indicaciones nos conducen fuera de la localidad, a su parte alta, desde donde tendremos una vista panorámica de la Axarquía, prologando el creciente espectáculo que disfrutaremos a lo largo del camino. A partir de este punto, la senda seguirá siendo reconocible, pues en este tramo todavía se conservan partes empedradas de cuando su uso era cotidiano.
Remontamos zigzagueando, a cobijo de un hermoso pinar, la Lomilla del Albercón, cubierta también por abundante flora entre la que destacando los jaguarzos, el matagallos y los plumeros del esparto, romeros, tomillos, sillerillas, zahareña, matagallos, corregüela, y otras especies.
Seguimos en dirección noreste, por la parte alta de un barranco, viendo a nuestra izquierda el Peñón Grande, una enorme mole de roca que se erige amenazadora sobre el pueblo canillero.
Cuando ya hemos recorrido algo más de dos kilómetros, se suaviza la pendiente y se arriba a la fuente de la Rábita. Gracias a ella la zona es un pequeño oasis de vegetación en el que el ambiente se vuelve refrescante y acogedor.
Cerca hay una cueva con el mismo nombre, aunque también se la conoce como la cueva de los Santones porque fue el centro de enseñanza de tres sufíes, los Morabitos, que supone uno de los rincones más misteriosos de Málaga.
Desde aquí las vistas son espectaculares al quedar a sus pies las tierras bajas de la Axarquía occidental, la vega del río Vélez, las montañas de Periana y Alfarnate y la línea de la costa. Es, por ello, el lugar ideal para realizar la primera parada.
Hacia la Gitana
Tras aprovisionarnos de agua, continuamos en la misma dirección, dejando atrás un desvío que sube por el barranco de los Tajos Lisos y que sigue por detrás del Peñón Grande.
Se asciende, cómodamente ahora, hasta la cresta del tajo del río Almachares, más conocido como el Saltillo, donde se ha instalado un puente que, por mucho que les pese a los canilleros, ya se conoce popularmente como el Caminito del Rey de la Axarquía.
Las vistas aquí son espectaculares por la gran profundidad de la garganta y las asombrosas paredes verticales del pico de La Maroma, que las gentes del lugar conocen como Los Chimeneones.
Caminando, caminando, giramos el rumbo en este tramo hasta encontrarnos cara al norte y nos introducimos en los Tajos Lisos para llegar a la fuente de irregular caudal de la Gitana. El sendero cruza el barranco de las Tejas Lisas e inicia una respetable subida en zigzag, en una zona conocida como Los Charcones, debido a que el arroyo presenta algunas hoyas de erosión que acumulan agua.
Más arriba, alcanzamos el collado de la Gitana que se sitúa a 1.415 metros de altitud. En este tramo el sendero marca un ritmo de frecuentes cambios de dirección para adaptarse al brusco cambio de pendiente, por lo que el lugar es denominado El Encadenao.
Al abrigo de la Casa de la Nieve
Poco a poco, conforme ascendemos, la vegetación arbórea va desapareciendo y encontraremos algunas plantas adaptadas a la alta montaña, como son los piornos, sobre todo tras alcanzar El Torcalillo del Nido. Otros elementos notables de la flora son algunas especies que habitan en la roca como el matorral almohadillado espinoso.
Una interminable subida de más de un kilómetro y medio nos encumbrará hasta el collado donde encontraremos los pocos restos que quedan de la Casa de la Nieve, que no es el escondite de unos narcotraficantes, sino el inmueble donde se cobijaban los neveros durante sus largos periodos de trabajo.
Desde este hito, la llegada al pico de La Maroma se realiza en un trayecto corto de ascenso relativamente suave ya que el último tramo es de poco más de quinientos metros, aunque debemos tener cuidado ya que es bastante pedregoso.
Superándolo se alcanza una bella recompensa: unas vistas increíbles desde el techo de la provincia de Málaga que variarán según la estación del año y las condiciones meteorológicas, pero que, con toda seguridad, nos resultarán de lo más satisfactorias.
El descenso se realiza por la misma senda y, ahora que hemos llegado al final, escribiremos que es peligroso abandonar el camino delimitado y tomar trazados no conocidas, porque como hemos leído abundan los escarpes y acantilados, de manera que es fácil perderse y pegarse una buena tollina.
Además, también se debe tener en cuenta que las épocas recomendadas para realizar esta ruta senderista son la primavera y el otoño. Porque en verano el sol es tórrido, mientras que en invierno los días son cortos y las temperaturas son excesivamente bajas, amén de que existe el riesgo de que se produzcan inesperados bancos de niebla, fenómeno climático que hoy en día no recibe otro nombre que no sea el de taró.