Es difícil evitar el nudo en la garganta cuando se recuerda la fortaleza y la sonrisa de Pablo Ráez, el malagueño de veinte años que, enfermo de leucemia, utilizó las redes sociales para concienciar a España de que a través de la donación de médula se salvan muchas vidas. Su imagen con el brazo en posición 'Siempre Fuerte', como él decía, dio la vuelta al país y hoy ocupa hasta un espacio en Lagunillas, en Málaga.
Ráez tenía una misión clara. En 2016, cuando hizo su campaña del Reto 'Un millón' a través de su cuenta de Instagram, consiguió que las donaciones de médula aumentaran un 1200% respecto al año anterior en la provincia de Málaga. Un hecho histórico para los malagueños y, sobre todo, para su familia.
Pablo y su hermana eran uña y carne. Y lo siguen siendo aunque él ya no esté. El 26 de marzo de 2015, a Pablo le diagnostican leucemia. Tenía que operarse de una lesión en la rodilla y, en una analítica previa a la intervención, todos sus niveles salieron descompensados. Algo pasaba. Tenía una leucemia mieloblástica aguda.
"Para mí el día que lo diagnosticaron fue uno de los peores días de mi vida. No quiero ni recordar detalles. Fue muy duro", cuenta, emocionada, Esther Ráez, su hermana, a EL ESPAÑOL de Málaga. Pese a que Pablo pasa unos meses recuperado en Londres, tras el trasplante de su padre, en el verano de 2016 los médicos detectan que la leucemia había vuelto a reproducirse. Hacía falta otro trasplante. Todo volvía a empezar.
El 25 de febrero de 2017 Pablo fallece en casa, rodeado de su familia, tras volver a ser trasplantado sin éxito. Este viernes se cumplen cinco años de su muerte y su hermana reconoce que estos días son muy difíciles para todos. "El tiempo pasa y palia un poco el dolor, pero la ausencia se hace más grande conforme pasa el tiempo. Aunque crean que es al contrario, y nadie lo diga, cuanto más tiempo pasa, el ausente se hace más presente. No es al revés", dice.
Esther observa cómo el mensaje de su hermano caló en la sociedad. "Aún perdura la concienciación, lo que mi hermano hizo tuvo un fuerte impacto en nuestra sociedad", explica Esther, que también entiende que muchos no se acuerden del mensaje de Pablo si no se recuerda con frecuencia. "Cada uno tiene sus cosas y la vida pasa", añade.
Esther trabaja en la Fundación Cudeca, en concreto, en el ámbito de la comunicación y la captación de fondos. "Trabajaba desde antes de la enfermedad de mi hermano. Fíjate cómo es la vida de misteriosa. Maribel y Rosa, dos de mis compañeras, cuidaron de mi familia, de mi hermano y de mí", relata.
Por su profesión, acude a colegios a dar charlas a colegios e institutos de la provincia. En los colegios es donde más le preguntan por su hermano, algo que reconoce que a su hermano le daría mucha alegría. "Uno de sus mayores sueños es que los adolescentes cuando llegaran a su mayoría de edad tuvieran la ilusión de hacerse donantes de médula en lugar de sacarse el carné de conducir o comprarse una moto", dice. Tener interacción con estos chavales en el ámbito educativo hace que su hermano "esté con ella siempre".
La labor de Cudeca es incansable. "Estamos a punto de inaugurar nuestro centro de formación y de investigación, un referente a nivel internacional. Somos los únicos que formamos en cuidados cualitativos", cuenta Esther, que cree que formar para concienciar es algo muy importante. "Mi hermano aportó mucho a esta idea", añade.
Su madre
Su madre siguió un proceso terapéutico a través de su duelo. Con él, acabó formándose como terapeuta. Lo hizo, más que por ayudar al resto, para ayudarse primero a sí misma, lo necesitaba. "Por el camino ha terminado dedicándose a algo muy bonito. No se dedica profesionalmente a ello, pero ayuda participando en grupos que acogen a familias que han perdido a sus hijos, familias con las que conecta muy bien", cuenta su hija, orgullosa.
Hace un año, Esther escribía en EL ESPAÑOL algunas palabras que le diría a su hermano si lo tuviera delante de nuevo. En este artículo, recuerda cuáles fueron unas de las últimas palabras de su hermano a su madre: "Acepta los cambios".
"Mi madre ha sido una gran maestra. Se esfuerza cada día en aceptar los cambios. Fue duro y traumático aceptar el diagnóstico. Fue muy duro ver cómo enfermaba. No se lo deseo a nadie. Ver a una persona que quieres enfermar de cáncer hasta morir es horrible. Luego, morirse es horrible. Vivir sin él no sé si es peor aún. Es duro y mi madre está encajándolo de una manera muy calmada. Es un gran ejemplo", declara emocionada.
La actualidad
En 2020 se dejaron de diagnosticar entre el 10 y el 20% de los casos de cáncer por la pandemia, según la Sociedad Española de Oncología Médica. A Pablo, una analítica le permitió conocer que tenía leucemia. En tiempos de pandemia, hay pacientes en España que han visto cómo sus diagnósticos llegaban tarde y el cáncer no les daba opción a vivir, como fue el caso de la periodista Olatz Vázquez.
Sobre esto, Esther considera que es algo "deleznable". Entiende la presión que están sufriendo los facultativos debido a la pandemia, "pero no que la vida de una persona entre en juego porque no se haya visto a tiempo que tenía cáncer, habiendo medios, pero no suficientes".
Hace dos semanas publicábamos en EL ESPAÑOL de Málaga que, en plena sexta ola, alguien había subido al pico de La Concha a destrozar el mosaico que tres chicos habían colocado en honor de Pablo.
Hasta el momento no ha trascendido la identidad del autor de los hechos, pero Esther sabe que el chico que colocó el mosaico va a volver a hacer otro, pero en lugar de usar cerámica, utilizará un material que sea más difícil de romper, como el bronce. "A mí me parece genial, además, representa mucho el ejemplo de lo que mi hermano era. Resiliencia total. Pese a que ocurriera aquello, por horroroso que fuera, el chico no se ha rendido y hará otro", explica.
Si tuviera que quedarse ahora, cinco años después de su fallecimiento, con la lección de vida más grande que le diera su hermano, cree que sería esa que le dijo a su madre, aceptar los cambios que vengan en la vida y que fuesen felices. Cada día trabaja por cumplirlo, por honrar la memoria de su hermano lo más alegremente posible, como él quería.
La ayuda en parte su hija, que tiene dos años y medio. A ella, madre y abuela le hablan del tito Pablo. Esther confiesa que le conmueve mucho pensar que, cuando llegue el momento, y su pequeña tenga una edad, tendrá que responder a sus preguntas y le enseñará vídeos y textos de su tío. "Espero ese momento con ansiedad, pero trataremos de estar a la altura para transmitirle la alegría que debe sentir por ser la sobrina del tito Pablo", zanja.