La difícil vida de Sandra Almodóvar: la artista e imitadora de Sara Montiel que vive en Torremolinos
Fue encarcelada y vejada en los 70 por su condición sexual, aunque ha desarrollado una carrera profesional que le llevó incluso a participar en la película 'La mala educación' de Pedro Almodóvar.
24 abril, 2023 05:00Noticias relacionadas
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¿Qué haría si un policía se acercara a usted mientras charla animadamente con sus amigos y le colocara una pistola en la sien a la vez que le llama pervertido y comenta cuánto asco le provoca? Ella se orinó encima. Posteriormente la llevaron a comisaría.
Le exigieron que firmara un papel bajo el pretexto de que tras hacerlo saldría de allí en 10 minutos, pero lo que ella no sabía es que estaba firmando ‘su sentencia’ para entrar en la cárcel de Extremadura.
Ocurrió a principios de los años 70. Si no la conoce y le pregunta cómo fue aquel año y medio que estuvo en la cárcel por la Ley de Vagos y Maleantes, le dirá que lo pasó bien. Como decía Frida Kahlo aun en sus peores instantes, "nada es más valioso que la risa". Pero la realidad es otra y se esconde entre capas de tormento. Sufrió vejaciones inimaginables por parte de la policía:
—Allí si no dejabas que te violaran te hacían la vida imposible—, recuerda.
Hacía balones de reglamento, limpiaba y fregaba a cambio de tres pesetas. Trabajó durísimo para no llamar la atención y simular ser alguien que metió la pata; que no sabía qué hacía. Fingiendo ser la equivocada en vez del mundo en el que vivía.
Así es ella, está acostumbrada a que la vida le ponga la zancadilla y a levantarse después, aunque no del todo ilesa. Porque las estrellas que más brillan en el firmamento han tenido que pasar por mucho. Y el propósito de esta en concreto, de Sandra ‘Almodóvar’, es hacer que la gente sonría, independientemente de cómo se sienta.
El día a día
A las 12 del mediodía de un domingo cualquiera en Torremolinos puede ver a una señora ataviada con un vestido largo o un traje de chaqueta con un sombrero a juego para protegerse del sol, está realizando los quehaceres diarios. Comprando fruta, pan. Sus gestos son delicados y sus palabras, si te acercas a escucharlas, siempre son correctas. Se define sí misma como "una persona educada" y después, realizada como mujer. En una sociedad que está acostumbrada a poner por encima del individuo el género o su orientación sexual resulta, cuanto menos, extraña esta afirmación.
A simple vista no podría distinguirse de cualquier otra señora ya entrada en años. Tiene más de 70 y comienza a intuirse el paso del tiempo en su manera de andar, aunque, cuando lleva zapatos de tacón su pose cambia y sus pasos se vuelven elegantes, más ágiles, convirtiéndola, de nuevo, en esa estrella, en la chica Almodóvar; protagonista de La mala educación (2004); del documental en el que narra sus vivencias, Sandra o Luis (2005) y de algún que otro cameo.
—Y también apareció en La Vida Chipén, de Vanesa Benítez Zamora—, añade José Ramón Fernández Serrano, su mánager, el que le organiza los bolos.
Estamos delante de la mejor imitadora de Sara Montiel.
La duda acecha: ¿por qué imitar a Sara Montiel y no a cualquier otra? Entonces sus ojos se llenan de un amor que no tiene descripción. De alguien que ha tenido algo parecido a una experiencia religiosa o ha presenciado un milagro y, cada vez que lo rememora, vuelve a sentir lo mismo.
—Siempre la he admirado, no había nadie en el mundo como ella—, confiesa.
Su primer encuentro ocurrió hace años, Sandra estaba actuando y entre el océano de asientos Sara se diluía, como si fuera alguien más, como si no lo significase todo para ella.
—Vino a una de mis actuaciones y se me paró el corazón. Cuando recogió el ramo de flores que le di y la tuve tan cerca… Fue mágico.
Quien la conoce la saluda efusivamente, al fin y al cabo es un icono del pueblo, pero mucha gente aparta la vista o susurra vaya usted a saber qué sobre ella. Hay quien simplemente la llama "maricón" o la empuja, como aquella vez que, regresando a altas horas de la madrugada de trabajar, le dieron una paliza. Pero no quiere recordar las cosas malas, los malos momentos.
—Cuando veo que mis canciones o mis chistes hacen que hasta el más gilipollas se ría, sé que merece la pena—, cuenta, mientras se coloca una de sus muchas pelucas y se acicala para zambullirse en la noche. Aunque no le apeteciera hacerlo, tiene que salir, ya que el alquiler de su apartamento no se paga solo. Zeus, su perro, un grandullón mimoso, mueve la cola y se sienta para esperar su regreso.
Esta noche de sábado es fría, probablemente le apeteciera quedarse en casa, calentita, con su bata de satén.
—¿Cómo voy a salir con la bata? No, no. ¿Cuál me pongo hoy? —, pregunta para sí misma, rebuscando en el armario “de trabajo”.
El vestido por el que se decanta es corto y deja entrever sus pechos, los cuales no tiene pudor en mostrar. ¡Sus pechos! Está tan orgullosa de tenerlos. Dice que ya se sentía mujer antes de ponérselos, en 1973, pero hasta entonces habla sobre sí misma en género masculino, por lo que puede leerse entre líneas que significó un antes y un después para ella.
Sandra nació con el nombre equivocado, en el cuerpo equivocado y en el momento equivocado. Visto de esta manera, todo parece una equivocación.
—La vida es una prueba. Ensayo y error, ensayo y error…—, susurra.
Como los vecinos se quejaron del ruido, ya no puede actuar. Hasta hace poco podíamos encontrarla en el bar ‘Pourquoi-Pas?’ de Torremolinos, en todo su esplendor, pero ahora, de miércoles a sábado es su relaciones públicas. Se sienta en un taburete en la entrada o va de aquí para allá contoneándose, arrancando sonrisas a todo aquel que pase por ahí con comentarios subidos de tono. Hablando de su vida. Recolectando monedas para comprarse un paquete de tabaco.
Cuenta que en ocasiones acude al estanco con las monedas que ha reunido y el dueño le pregunta cuánto dinero tiene. Independientemente de lo que tenga, se lo da. Una vez le regaló una camiseta con publicidad por si podía ponérsela cuando saliera y patrocinar el estanco, pero era tan pequeña que le sirve de bufanda.
Se siente muy orgullosa de su trabajo y una amiga que trabaja en un pub cercano enseña un vídeo que oscila entre dos artistas: Sara Montiel y la propia Sandra. La violetera es el trasfondo de un recuerdo que permanece tan vivo que parece que de un momento a otro saldrá de la pantalla.
Matías, un amigo que está sentado cerca, comenta: —Y llega un momento en el que se confunden las escenas y no sabes quién es quién.
Ocurre, llega un instante el que ambas artistas se fusionan en una sola. Los mismos gestos, el mismo vestuario.
Un vistazo al pasado
Mientras tanto, Sandra observa el vídeo como si nunca antes lo hubiera visto. Retrocede a otra época, cuando, siendo niña, ya se vestía de Karina; usaba las sábanas para hacerse vestidos o le quitaba la ropa a su madre. Cree que su madre debía saberlo, porque siempre tuvo tendencias femeninas. La apoyó e incluso le enseñaba cómo debía colocar las manos para que no se le notara. Porque Sandra era Luis delante de su padre, capitán de la legión. Tenía que fingir una voz más árida, debía ensayar gestos masculinos y ponerse ropa ‘de hombres’.
Los recuerdos estallan. Su cuerpo permanece aquí, pero su mente está en otra parte.
El desdén de su padre.
El segundo donde la lágrima que nunca emergió se cristalizó en el tiempo.
Unos labios de los que normalmente emergían malas palabras, pidiéndole perdón por cómo la había tratado.
—¿De verdad me estás diciendo que lo sientes, papá? Claro que te perdono…
Al final de su vida, cuando ya estaba muriéndose, le pidió perdón.
—Lo que él no quería era tener un hijo así… de esta manera…, maricón. Para él lo mío era una enfermedad que debía curar a base de hostias. Quería que yo fuera alguien normal. Cuando regresaba del cuartel yo tenía que fingir doble personalidad. En casa ayudaba a mi madre con las tareas del hogar, yo era la niña de su corazón. Pero cuando venía mi padre lo pasaba mal; quería poner la voz adecuada pero no me salía, así que me ponía las manos detrás de la espalda y me quedaba rígida.
Solo tenía ocho años.
—Yo era por aquel entonces un muñeco muy roto y no guardo rencor porque ya pasó. Aun así, lo llevo dentro de mí. Con 14 años dejé la ciudad donde nací, Melilla, abandonando todo eso, y me vine a Málaga para trabajar como camarero, limpiando. Y poco a poco fui haciéndome un hueco como artista.
Se desvanece la sonrisa y sus habituales chistes cuando rememora, pero dura tan poco que parece una ilusión. Enseguida cambia de tema. Las estrellas tienen que seguir brillando y el dolor las impulsa a convertirse en fugaces. Ella no es fugaz. Como reitera, debe permanecer en la vía láctea hasta el último suspiro de esta.
—Y aquí estamos, luchando en la vida, haciendo un trabajo digno. Y estoy ahora feliz. Tengo a mis amigos, gente que me quiere.
Un círculo con el que puede ser ella misma. Sin maquillaje, sin actuar. Sin importar qué es o su estado de ánimo.
Quien la ha conocido aprecia el halo que la rodea. Quien la ha visto actuar ha podido presenciar cuánto puede brillar. Un brillo que no se puede apagar, ni detener; alumbrando las noches más oscuras de muchas personas que necesitan lo que puede aportar: ver el lado bueno de las cosas. Y para eso, solo tiene que sentarse a su lado y dejarse contagiar por su alegría y afán de hacer de este un mundo mejor, lo que no es poco.
Némesis Fuster es estudiante de la facultad de Periodismo en la Universidad de Málaga y participa en la sección La cantera periodística de la UMA a través de la cual EL ESPAÑOL de Málaga da su primera oportunidad a los jóvenes talentos.