Saúl Jiménez Fortes pisó tan de cerca los terrenos donde el piso arde que se le acabaron derritiendo los cueros de las manoletinas para fundirse con el albero. Venía de nuevo a La Malagueta tras haber dejado atrás los fantasmas de una tarde pasada regada con el drama del arrojo torero. Esta vez, el estertor de la tragedia quedó abandonado en el viejo y lejano polvo. Esta vez hubo uy, pero también olé. Y pañuelos. Y gritos de qué faenón. Pero esta vez, la puerta grande también se escapó. 

El paso de Fortes por la plaza despertó los versos de Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano: “Tendido de espaldas, bien abiertos los ojos, abandonado durante algunas horas todo cuidado humano, me entregué desde la noche hasta el alba a ese mundo de llamada y de cristal”. 

Creyó el torero malagueño que solo tenía alma y que el cuerpo que la cobijaba era tan solo el mecanismo para hacer posible lo imposible. Desde el principio, abrazó la capa para enfrascarse en verónicas, chicuelinas y galleos airosos que dejaron en suerte a sus oponentes. Especialmente bello el quinto del festejo, que se arrancó raudo al caballo. 

El primero, manso, descastado y sin clase, le permitió construir una faena a base de derechazos templados. La estocada fue certera; tanto que le valió una oreja como compendio a su trabajo. Tanto, que tendría que haber sido esa la de su segundo toro. 

Con Asistente se cruzó y se entregó. Fortes fue tan torero por los rincones del miedo que se olvidó de que la muerte había estado en ese mismo lugar hacía tan solo un año. Cada natural se le iba incrustando a las carnes, erizando unos muslos que han tocado la tragedia… Y esta vez la gloria. La profundidad con la que se enroscó cada pase agitó al respetable, rendido al diestro de la tierra y a la verdad con la que respondió. 

La espada se quedó pendiendo de los huesos del toro y entró a la segunda. Se esfumó la puerta grande, pero se queda el recuerdo de la tarde en la que Saúl dejó retazos de su alma en el coso malagueño.

Roca Rey 

Andrés Roca Rey, ante su tercer toro. Lances de futuro

Caminaba Andrés Roca Rey entre el rumor de la tarde tibia; sus pasos calaban sordos en el albero malagueño y retumbaban en la algarabía de los tendidos. El murmullo acompañó a su sombra, extendiéndose el cuchicheo de la expectación por toda la plaza antes de que el peruano saliera ante sus toros. Puso la bandera en La Malagueta y el coso quedó rendido a su mando. Dueño y señor de tierras conquistadas para la posteridad. 

Las faenas se enroscaron en el valor desmedido como colofón a una lidia de distinta hechura. En la primera de ella se desenvolvió en tandas de trazo largo y enganchones varios, más próximas al público que al toro. Sirvió el resultado, y el absoluto poderío de Roca logró asentarse entre el respetable. La estocada, fulminante, le valió su primera oreja. 

Más de una hora después, con el brillo de la noche cobijando el cielo malagueño, sacó el capote para someter a Verbena desde el comienzo. Luego, con la muleta, se brindó en favor de la locura y del desacato. No había quien se mantuviera en los asientos ante cada arrimón imposible. Las leyes de la física todavía no pueden explicar por qué entre pitón y muslos no había espacio y, sin embargo, entremedias estaba pasando todo. Los ay, los gritos de torero, torero, la pica en el centro del ruedo y el final que si intuía. 

Todo el mundo sabía que si la espada entraba, los dos pañuelos acabarían asomando por la presidencia. Así fue. Después de varias tandas por la derecha y un arrimón rubricado con la muleta en el suelo y los brazos en alto, Roca Rey volvió a hacerlo, abriendo una vez más la puerta grande Manolo Seguro y saliendo en volandas entre los jóvenes que coreaban su nombre. ¡Roca, Roca!

Manzanares

Manzanares, con el cuarto. Lances de futuro

El primero de Daniel Ruiz fue un toro anovillado con mucha cara. El cuarto del festejo, igual pero sin esos pitones. Abría cartel José María Manzanares, que anda formidable con la espada hasta el punto de que le valió la primera oreja del festejo. Vendrían más. Artesano no dijo nada en los primeros tercios y poco durante la faena de muleta. Algunas tandas de pocos muletazos y, como referíamos, un espadazo certero le valió el trofeo tras una petición más que dudosa.

El segundo del lote no fue protestado pese a las hechuras con las que saltó al ruedo, aunque el pozo de nobleza que acompañó al festejo también dejó emanar cierta movilidad enclasada que le sirvió al alicantino. Ahora sí vino el toreo en redondo, danzando entre los reflejos de una tarde mortecina que resistía para no perderse la elegancia del diestro. 

Al natural fue todavía más fino en sus embestidas, regalando un cambio de mano tan sutil como una caricia de enamorado, de cintura quebrada, de olé afilado para cortar las emociones. Cada pase con la franela movía el albero del ruedo igual que las espumas mediterráneas. Fue bueno el chico de Daniel Ruiz, igual que la faena de Manzanares. La estocada entró tendida y Emperador tardó en caer. Pasaron unos segundos que no lograron olvidar lo sucedido. El público sacó los pañuelos y el presidente respondió a la petición.

Ficha del festejo

Manzanares, de sangre de toro y oro

Oreja Oreja

Fortes, de azul marino y plata

Oreja Oreja

Roca Rey, de caldera y oro                       

Oreja Dos orejas

Incidencias: Reaparecía Andrés Roca Rey después de su cornada el 5 de agosto en El Puerto de Santa María. Antes de comenzar el festejo recibió el premio Estoque de plata (de la Diputación de Málaga) y Capote de paseo (del Ayuntamiento de Málaga) por su tarde en 2022.

Entrada: no hay billetes. 

Toros: encierro de Daniel Ruiz, desigual y justos de presentación. Nobles y de buen juego. 

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