Antonio Parrillas tiene 80 años, pero ya "galopa" hacia los 81, que cumplirá este 2024. Aunque está muy delgado, camina rápido y calza zapatillas modernas, las arrugas que esconde tras sus gafas de ver indican que aún con sus pintas de chaval, ya guarda cientos de historias en su mochila vital. Desde muy joven, ha trabajado como carpintero, fotógrafo, comercial, obrero, profesor... Pero, en la actualidad, la palabra que más define a este jubilado malagueño es la de "acompañante", algo que le enorgullece.
Aunque Antonio Romero, de 81 años, prefiere denominarle como "un ángel caído del cielo". La Fundación Harena le puso a Parrillas en su camino hace algo más de año y medio. Esta organización malagueña lucha cada día para erradicar la soledad de los mayores. Más de 70.000 ancianos viven solos en Málaga deseosos de tener a alguien con quien compartir sus días y ellos actúan de mediadores. Lo que no es habitual es que un anciano se ofrezca a acompañar a otros.
Romero vive en la céntrica calle San Juan de Málaga, una vía que le vio nacer y, asegura, le verá morir. "Ya no me echan de aquí, soy de los antiguos, aquí fui hasta carnicero", apostilla. Como cada martes, Parrillas está temprano en su portal para acompañarle a dar un paseo en el que aprovechan para hacer unas compras, disfrutar del sol y tomar un buen "vinito" en la Casa del Guardia, "como buenos malagueños".
Antonio Parrillas es el voluntario más mayor de la Fundación Harena. Acompaña a ancianos como su tocayo, del que podría ser --y ya es-- colega. Hace 10 años, Parrillas se separó de su pareja. La relación estaba muy desgastada y, expresa, "no iba a ninguna parte". En un momento de su vida en el que se sentía muy vacío, pasó por delante de Anfremar, un comedor social de El Palo que ofrece prácticamente un centenar de comidas diarias.
"Entré a ver si podía ayudar y allí comencé a ir todos los días. Pelaba patatas, hacía bocadillos, tiraba la basura... A mí no se me caían los anillos. Soy un todoterreno y le echaba mano a todo", explica Parrillas. Sin embargo, llegó un momento en el que su voluntariado le comenzó a agobiar, pues empezaba a verlo como un trabajo.
Además, en ocasiones, grupos de estudiantes acudían al comedor a ayudar y sentía, por su edad, que era más una molestia que una ayuda. "Me di cuenta de que yo lo que quería era ayudar a la gente. Así que me fui a la Seguridad Social, donde pedí que me dijeran una sociedad donde yo pudiera ayudar directamente a personas, lo consideraba más positivo", declara.
Y allí escuchó por primera vez el nombre de la Fundación Harena, una organización donde ayuda y le ayudan. Pese a su alma joven, él también, en ocasiones, se siente solo y ayudando a los demás obtiene muchísima compañía. "Este hombre es de lo más noble que he conocido yo nunca", dice mirando a Antonio Romero, que le devuelve una sonrisa bajo su bigote y sus gafas.
Ambos caminan lentamente por la plaza de Camas para entrar al supermercado Preba, en la calle Fernán González. "¡Hombre, mi Antonio!", dice la jovencísima cajera, que ya conoce a Romero, cuando le ve entrar. Este le devuelve un cariñoso "¿qué hace hoy mi niña?". Tras el saludo, los Antonios se adentran en el supermercado, de estrechos pasillos. El voluntario le recuerda lo que suele comprar y Romero le va diciendo si lo necesita o no.
"Igual que hoy está tan dicharachero, otros días no ocurre. Y yo lo respeto. A veces no tiene ganas de hablar y yo pues simplemente le acompaño en el paseo, para que no se caiga, porque le cogió miedo. No puede quedarse en casa. Eso es lo peor que puede hacer", explica el voluntario octogenario.
Al salir del supermercado, tratan de coger las calles por donde menos corre el viento, para que Romero no coja frío en la garganta. No se ha abrigado demasiado. A los dos les encanta tirar por la calle Marqués. El motivo es que en una tienda hay un adorable perro que siempre sale a saludarles. "Hoy parece que no, debe estar dormido, pero es una cosita bellísima", dice Romero, con tono tierno.
En la misma calle encuentran un local vacío. Antonio Romero, que lleva un andador, se frena de golpe. Como Parrillas le lleva cogido del brazo, también para. "¿Qué pasa, Antonio?", le dice el voluntario. "Mira, mira, aquí podemos montar la discoteca, vamos a medias", le responde el hombre entre risas, que dibuja otra sonrisa en el rostro de su tocayo.
La agenda semanal de Parrillas es muy amplia, pues no solo colabora con Harena, sino que también forma parte de otras organizaciones. Los lunes por la mañana, acude al comedor de El Palo para ayudar en lo que haga falta y por la tarde va a San Juan de Dios para clasificar ropa de segunda mano. Los martes, acompaña a Antonio por las mañanas y por la tarde acude a la vivienda de otra anciana en Portada Alta. Los miércoles, los tiene libres, pero es su día "comodín", por si alguien lo necesita ese día en lugar del día que tienen establecido.
Los jueves acude al comedor social de El Palo por la mañana y por la tarde acude a la casa de otro anciano, Pepe, en La Trinidad. El viernes va a Las Flores, para estar con otra señora; y los sábados, por la mañana acude a Cudeca, también a clasificar ropa, y, por la tarde, va a La Palma, a hacerle compañía a otra persona mayor.
"Y los domingos se va a la discoteca hasta que cierra", prosigue Romero, en tono jocoso tras escuchar atentamente la larga lista de planes de su acompañante. "Entiendo que la vida debe servir para ayudar a los demás. Estar solo todo el día es muy malo para uno", reconoce Parrillas, que no ha tenido una vida sencilla.
Aunque siempre fue un buscavidas, hilando trabajos y adaptándose a la situación que la vida le ponía en cada momento, lo que le mantuvo muy entretenido; la jubilación y la separación le vinieron prácticamente de golpe. "Pese a todo, cada domingo voy a casa de mi exmujer a verla. Le propuse irme a vivir con ella para arreglarle la casa, que está fatal, pagándole una habitación de alquiler, pero no quiso", lamenta.
Ella vive con uno de sus hijos, que tiene problemas de drogadicción, cuenta Antonio. Así, también tienen a otro hijo varón y una chica, que vive en Alemania y que le ha dado dos nietas. "El que vive con mi exmujer tiene también una niña, pero llevo tres años sin verla, me da mucha pena, por problemas de él y la madre de la niña", comenta.
Pese a todo, saca fuerzas de donde no las hay para levantarse cada día y poder aportar su mejor versión, ya sea con cada anciano a los que visita para echarles una mano, o en las asociaciones en las que trabaja como voluntario. "Gracias a Dios, todo se va superando", dice.
Es muy creyente y todos estos gestos que realiza le recuerdan lo bonita que es la vida depende de cómo la mires. Aunque padece una lesión vascular en una pierna y vive en El Palo, no le pesa tener que recorrerse Málaga entera para cumplir en cada una de sus citas diarias. "A veces, me tengo que parar 10 minutos para seguir, pero a mí esto me viene muy bien", asevera.
"Este tipo de acciones solidarias deberían ser obligatorias, sobre todo cuando se hacen cosas mal. Nada de cárcel, la cárcel malea y los hacen más rebeldes. Mi hijo ha estado dos veces y le ha hecho peor. Deberían pagar haciendo voluntariado, les cambiaría la vida, como a mí me la ha cambiado", dice.
Interrumpe la charla Antonio Romero, a la altura de la plaza Félix Sáenz, después de que el voluntario le subiera la compra a casa. "¿Un vinito, Antonio?", le pregunta. "Pues un vinito", le responde. "Por nosotros, claro que sí", dicen una sonrisa.
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