Peluca roja, largas pestañas, ropaje de color gris tejido por ella misma, una llave fabricada con goma eva dorada a la espalda y mucha brillantina. Ese es el uniforme del mágico trabajo de Fantazya. ¿Su oficina? La calle Larios de Málaga capital. Esta céntrica vía costasoleña la recibe a diario como artista callejera, una profesión que en ocasiones puede ser dura, pero que le ha dado grandes alegrías tras una vida que ella misma define como una montaña rusa.
De origen húngaro y a sus 49 años, aunque ahora su escenario es la calle Larios, Fantazya, así es su nombre artístico, casi literalmente sobre las tablas de un teatro. Su madre era bailarina clásica y apuró el embarazo hasta el último momento; mientras que su padre siempre estuvo ligado al mundo de la interpretación junto a uno de los productores más conocidos de Transilvania, Fred Astaire.
Fantazya tuvo una vida de ensueño hasta los catorce años, cuando “de la noche a la mañana” un conflicto, cuando solo era una adolescente, la obligó a huir de Transilvania hacia Budapest. “Somos muchos húngaros en Transilvania. Me dijeron que tenía que irme sola, que sería lo mejor, fue algo muy complicado, vi como me vaciaron la casa, se llevaron mi piano. Mi padre estaba en el Centro de Cultura Húngara y vi como los agentes vinieron a exterminar a todos”, lamenta. En un día, insiste, vio como todo lo que habían construido en familia se desmoronaba de golpe.
En Budapest tuvo que construir una nueva etapa de su vida. Allí entró a la Escuela de Baile Internacional y un nuevo colegio y pasó más de medio año sin saber de su padre, quien finalmente sobrevivió. Sin embargo, hizo de tripas corazón y siguió hacia delante, aunque la vida le volvió a dar otro palo en el último año de su carrera.
“Me lesioné. Tuve un accidente y me dañé la espalda. Me dijeron que no iba a poder tener hijos, mucho menos podría seguir bailando. En aquel momento, soy sincera, me quería suicidar, mi vida empezaba a no tener sentido con tanto sufrimiento”, relata Fantazya, algo emocionada, sentada sobre uno de los marmolados bancos de calle Larios.
Lejos de hundirse, trató de buscarse la vida por otros caminos como el de la estética y el maquillaje. De esta forma, podía seguir ligada al mundo del espectáculo, donde esta disciplina es también fundamental. Los trabajos que le iban saliendo los compaginaba, a su vez, con los que obtenía como traductora. Al haber sido una trotamundos, habla muy bien inglés, francés, alemán y español.
Con 18 años se marchó a vivir a París, pues conoció a un productor de películas francés. Allí siguió formándose como maquilladora. Él fue, de hecho, quien le ayudó a encontrar una academia porque veía que le apasionaba el tema de la caracterización. “Sin embargo, el amor se rompió cuando yo quería dar el paso de tener una familia y él no, él tenía otros proyectos”, recuerda.
Así, inició otro proceso vital en solitario hasta encontrar a su marido actual, un serbio del que se enamoró a primera vista. “Yo estaba en Tailandia haciendo una película, cuando de repente llegó él. Necesitábamos a alguien que hiciera la música de la peli y unos amigos me dijeron que lo conocían. Yo tenía ahí unos 33 años. Y así se fue produciendo todo. Primero llegó un bebé y luego un segundo; es el hombre de mi vida”, cuenta.
Tras la maternidad, volvió al maquillaje, pero “más tranquila”. Realizaba trabajos para bodas y otros eventos, algo que agradeció, porque su vida en el mundo del cine era un auténtico caos. “Llegué también a trabajar como cámara, me encargaba de hacer los making off, además del trabajo de maquilladora”, explica.
Amargada por la tristeza parisina y su clima, decidió dar el salto a España con su familia. Primero vivieron en Alicante y luego se trasladaron a Málaga, un lugar donde, dice, “todo el mundo decía que se vivía genial”. Quisieron comprobarlo en primera persona y se mudaron a la Costa del Sol hace ya ocho años.
Aquí sus hijos, que tienen ya 14 y 16 años, están creciendo “felices” y con unos padres muy internacionales que les han enseñado a hablar múltiples idiomas. “Aquí acabé trabajando en una tienda de souvenirs frente al museo Picasso. Fue una oportunidad, porque los números no son lo mío y me enfrenté al reto de estar ante una caja, pero mi contrato acabó y me quedé en la calle”, recuerda.
Por el camino, siempre se topaba con algún artista callejero. Desde el hombre del periódico, pasando por el genio o los chicos que siempre están en el entorno de la calle Granada o Larios con maletas. Llegó a hablar con algunos de ellos para saber cómo era su trabajo, pues le llamaba la atención. Era actuar delante de un público muy variado, lo que siempre le había gustado.
“Recordé que me dijeron que no podía tener hijos y los tuve. Recordé que me dijeron que no cogiera peso y cogía cámaras enormes… ¿Por qué no iba a actuar? Así que probé en diciembre y llevo desde entonces trabajando en el proyecto de Fantazya y no me arrepiento para nada”, comenta.
Para ella, Fantazya es mucho más que ser una mimo callejera. Fantazya también es el personaje con el que hace eventos para niños en cumpleaños, es pintacaras, es animadora en eventos comerciales, es modelo, e incluso profesora de baile… “Ahora gano más que en mi anterior trabajo, perfectamente, y encima estoy más feliz”, asevera.
Hay días en los que le apetece llorar de alegría porque recibe “muchísimo amor” por parte de los malagueños y turistas, sobre todo por parte de los niños, a los que siempre regala una pegatina en forma de corazón para demostrarles que le han robado un poquito del suyo con su sonrisa. “Esto es un chute de emoción en los días malos”, dice.
De hecho, cuando se le pregunta sobre lo peor de trabajar en la calle, responde que cuando no le mira "nadie". Para ella, eso es aún peor que cuando algún energúmeno le roba la recaudación, que alguna vez le ha pasado y, de hecho, durante la entrevista, es algo que sufre otro compañero. “Hay mucho sinvergüenza suelto. Hay que tener un cuidado tremendo, nos avisamos entre nosotros”, explica la mujer.
Para ella Fantazya es todo lo que le gusta. Es un poco de Bárbara Streisand, pero también de Mary Poppins. Es esa muñeca alegre que siempre quiso interpretar en los escenarios del mundo y que ahora Málaga, su nuevo teatro, le ha permitido ser a diario en la calle Larios de la capital.