El Mercado de Atarazanas un martes cualquiera es un pulmón gastado y colapsado que respira con algo de dificultad. Bullicio, conversaciones en voz alta, trasiego de gente por los pasillos. Olor a pescado fresco, fruta, especias y crema solar. Sus altos techos cubiertos a los flancos con las luminosas vidrieras que coronan la entrada han visto desde su inauguración en 1879 todo tipo de historias.

Vidas que se cruzan continuamente. Generaciones que ya se cuentan por la cuarta y quinta que han convivido por décadas detrás de estos mostradores. Un mercado que lleva abasteciendo muchos años las despensas de multitud de familias y también, y cada vez más, un punto clave de la Málaga turística.

Atarazanas es una gran familia, con sus defectos y virtudes. Desde las riñas que surgen entre familias que son competencia dentro del mercado hasta las parejas jóvenes que se crean y que tienen los roces propios del oficio del amor. Ceños fruncidos y “ya hablaremos luego cuando salgamos de trabajar”, no hay nada más orgánico que esto. 

Vidriera del Mercado de Atarazanas Adrián Gámiz

La gente asidua a este mercado de abastos forma parte de la parroquia. Se preguntan cómo están, como le va a su hija en la carrera, qué tal va esa espalda, “¿tu madre se ha recuperado ya de lo del ojo?”. Vidas paralelas que se comparten. Uno de los pocos sitios donde el sentimiento de comunidad todavía mantiene esa llama intacta. Conversaciones reales, relaciones cara a cara y afecto.

La mayoría de los vendedores que residen en el mercado de Atarazanas regentan negocios familiares. “Llevamos desde los años 60, mis abuelos comenzaron este negocio y aquí seguimos todos”, relata el dueño de Frutería Miguel. De los 105 puestos de frutas que había antes, ahora solo quedan 40, y a pesar de mantenerse tantos años, los tiempos cambian y vienen los golpes de realidad.  “Este mercado es muy diferente de los otros. Vive del turismo y de la hostelería. El público local que queda en el centro es muy poquito. Ya existen el Mercadona y la gente no compra aquí. O te adaptas o mueres”, comenta el veterano propietario de la frutería. 



Frutería Miguel Adrián Gámiz

Y es que este es uno de los grandes debates en torno al mercado. Aunque hay tantas historias diferentes como personas que transitan, todas parecen querer hablar sin tirarles mucho de la lengua de lo mismo: el turismo. Esto no es ningún secreto ni un hecho aislado. Basta con darse una vuelta por el mercado para percatarse de que lo raro es encontrarse a alguien que hable español.

El problema que genera el turismo masivo

Algunos propietarios están indignados. “Esto parece cada vez más un circo”, afirma resignado el dueño de la pescadería Belmán, un negocio que lleva cuatro generaciones en Atarazanas. Es muy común que el mercado sea un punto clave para el turismo que viene de los cruceros. Casi todos los días multitudes de más de 100 personas entran de golpe al comercio con el afán de buscar las fotos sin, aparentemente, “mucho respeto por los comerciantes y compradores del mercado”. Colapsan los estantes, hacen que el tránsito por el mercado sea difícil y, lo más importante, no compran en los puestos. “Entiendo que es un mercado bonito de ver y puede ser interesante. Pero no somos un monumento al que estar observando, nosotros trabajamos y comemos de esto”.

Dueño de la pescadería Belmán Adrián Gámiz

Esta situación, informan algunos propietarios, molesta y disuade también a los pocos clientes locales que quedan. El bullicio que se genera dentro y la imagen de “mercado caro y turístico” que transmite este movimiento hace que los malagueños pasen cada vez menos por Atarazanas.

Carnicería Ricardo Adrián Gámiz

Beneficiados por este movimiento

Para los comercios tradicionales como carnicerías, pescaderías o fruterías, esto es una situación difícil de lidiar. Un turista que viene a pasar unos días no consume este tipo de productos frescos de mercado destinados al residente local. Sin embargo, a muchos de ellos este tránsito turístico les favorece. Para los bares que hay dentro del mercado esto es una mina.

“El 80% de los clientes que tenemos aquí son extranjeros”, indica una de las camareras del Bar Número 1, que lleva 10 años en Atarazanas. Los productos frescos del propio mercado que estos restaurantes ofrecen y el gran atrayente que supone el sentarse al sol en la terraza a comer, han hecho que este histórico lugar sea un punto obligatorio más por su restauración que por su venta de género.



Terraza del Mercado de Atarazanas Adrián Gámiz

Con esta subida del turismo también se han incrementado los precios. A pesar de que los comerciantes admiten que los productos no son mucho más caros de lo que lo eran hacen tres años, los hosteleros sí aceptan que han subido sus precios. “El turismo también te empuja a adaptarte al mercado y lo que hay alrededor”, manifiesta uno de los encargados de Medina Bar.

Junto a la gran cantidad de angloparlantes con la cara quemada por el sol, las voces de “niña tengo el pescado más fresco del mercado” y las sonrisas cómplices entre los tenderos de puestos aledaños, hay otro fenómeno que llama poderosamente la atención. Una gran masa de manos sosteniendo vasos de plástico transparentes rellenos de líquidos espesos y coloridos han invadido el espacio. La moda de los zumos naturales con frutas exóticas ha llegado a este tradicional mercado con numerosos puestos ofreciéndolos.

Happy Mango Adrián Gámiz

Este es actualmente uno de los modelos de negocio que mejor funcionan en Atarazanas. Es algo fácil de producir, no demasiado costoso y que se vende muchísimo. “El mercado funciona hoy en día por el turismo, y con el calor que hace en Málaga a todos les apetece un zumo fresco. Es un producto muy global y encima es llamativo también para los locales porque tenemos frutas exóticas como la maracuyá o la pitaya que son difíciles de encontrar”.

Consumidores locales

La globalización ha hecho que los comercios tradicionales y, en este caso, los mercados de abastos se conviertan en espacios en desuso. La comodidad que ofrecen los supermercados y la velocidad a la que viven las nuevas generaciones hacen que no se le dedique mucho tiempo e importancia a la actividad. El resultado de esto es que los pocos consumidores locales que se pueden ver por Atarazanas son personas mayores que llevan toda la vida acostumbrados a ir y que hacen de ello una rutina más.

Interior del Mercado de Atarazanas Adrián Gámiz

María Dolores, una señora de 77 años que lleva desde joven comprando en el mercado, admite que el trasiego de gente añade vidilla, pero le da pena en lo que se ha convertido el histórico Atarazanas. Sin querer hablar mucho y con algo de prisa aqueja que cada vez hay menos puestos de frutas y verduras y que este lugar es desde hace tiempo “un parque temático y no una comunidad”.

A las 14:00 todos los puestos del mercado están echando la cortina. La jornada ha terminado por hoy y los propietarios salen a los pasillos algo menos transitados a hablar de lo que todos hablan: “qué palizón de día”, “con esta calor no sé a dónde vamos a ir”.

A pesar de no ser la intención inicial, se ha puesto de manifiesto el descontento real que existe en el Mercado de Atarazanas. Una comunidad de relaciones humanas que se ha visto forzada a convertirse en un monumento más de la ciudad. Algunos resisten a ello gracias a que esto alimenta la hostelería y, por consiguiente, la venta de productos sigue activa. Sin embargo, el comercio de cercanía está prácticamente extinto. Poco se puede hacer. El Mercado de Atarazanas sobrevive, pero cada vez parece ser más un espacio donde hacer un check en un mapa turístico, que un lugar donde vivir una experiencia humana con tus similares malagueños.

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