Buscar una excusa para visitar un entorno tan majestuoso como el Torcal de Antequera es facilísimo: por ejemplo, nosotros proponemos acudir a este paraje para contemplar un árbol. Un sencillo árbol. Aunque si lo pensamos un segundo, los árboles no son nada sencillos y, entre sus muchísimos atributos, poseen la capacidad de catalogar a las personas: por un lado, las que aman a estos seres vivos; y, por otro, a las que más bien les traen al pairo.
El cineasta John Waters decía que si vas a casa de alguien y resulta que no tiene libros, lo mejor es no acostarse con esa persona (Waters, claro, no lo expresó con tanta delicadeza). Pues lo mismo habría que hacer con las personas que no aman los árboles, la verdad.
El caso es que en el Torcal de Antequera hay un espécimen de Acer monspessulanum (vulgo arce de Montpelier) que ha crecido en mitad de este dédalo de piedra, agarrado a las rocas como si le fuera la vida en ello (que le va). Y, con sus más de diez metros de altura proporciona, además de abundante oxígeno y una buena sombra bajo la que cobijarnos, una perspectiva de la vida y del paso del tiempo que no se la salta un galgo. Si ante este árbol que ha luchado por clavar sus raíces en un suelo más duro que un ripio no aprendemos nada sobre la existencia, ¿dónde lo vamos a aprender?
El arce de Montpellier pertenece a una subdivisión de expansión más amplia que el Acer opalus, una subespecie granatense, pero igual de sensible a los cambios en su hábitat. Es por ello que, siendo un tipo arbóreo muy vulnerable, está incluido en Libro rojo de la flora silvestre amenazada de Andalucía, que no tiene nada que ver (en principio) con el Libro Rojo de Mao.
De esta forma, si la propia especie se ha de cuidar, este ejemplar, que sirve de excusa para visitar el Torcal antequerano, es prioritario por su valor ecológico, patrimonial y su extraordinaria rareza de superviviente empecinado.
Como el parlanchín árbol de Pocahontas
Ahora, en lugar de colores en el viento descubrir, vamos a ponernos científicos: este tipo de arce, con una copa en forma de cúpula, ancha y densa, gracias a su tronco lleno de ramas, es un árbol caducifolio de la familia de las aceráceas que por regla general no supera los doce metros de altura.
Su corteza es de color gris marronáceo y, al igual que los seres humanos, durante sus primeras décadas se mantiene lisa, pero al envejecer se cuartea y queda dividida en pequeñas placas. Lo dicho, para muchos visitar este árbol será como mirarse en un espejo. En cuanto a sus frutos, tienen una curiosa forma ya que están compuestos por dos nueces aladas, o sámaras, que contienen una semilla cada una. Las alas apuntan hacia abajo en ángulo agudo, lo que propicia su dispersión gracias al viento, explicando la presencia de este ejemplar en semejante lugar.
De todos modos, no es raro encontrar esta especie en barrancos protegidos y umbrías, sobre suelos pobres, pedregosos, calizos y no demasiado ácidos, pero lo cierto es que esto probablemente no refleja una verdadera preferencia de hábitat, sino que la actividad humana la ha relegado a lugares marginales.
Como curiosidad, escribir que se trata de una especie muy apreciada en jardinería y para hacer de ella bonsáis. Además, su madera densa y muy dura fue ampliamente usada en tornería y ebanistería en el pasado.
El mejor camino para contemplarlo
La mejor forma de llegar hasta las raíces de este árbol es emplear la senda conocida como Ruta Verde del Torcal de Antequera.
Este es un trazado circular de chichinabo con una extensión de tan sólo kilómetro y medio. Se tarda en recorrer tres cuartos de hora como máximo ya que, lógicamente, discurre por un terreno muy pedregoso e irregular, lo que supone un reto para aquellos de tobillo flojo, todavía más si está húmedo. Por ello es necesario el uso de botas de montaña; dejemos las zapatillas para correr que nuestros chiquillos nos regalaron, y que sólo hemos usado para ir a comprar el pan, para una ocasión más propicia.
La Ruta Verde forma parte, junto con la Ruta Amarilla y la Ruta Naranja, o de subida al Torcal Alto, de la red de senderos de uso público que se entremezclan por el paraje natural. De libre acceso, estas rutas son gratuitas y están señalizadas para que cualquier persona las pueda recorrer sin necesidad de autorización ni reserva previa.
En este paraje hay caminos para todos: incluso, en el caso de familias con niños pequeños o personas con movilidad reducida, existen otros senderos accesibles especialmente diseñados para ellos. Eso sí, se recomienda no abandonar los senderos señalizados, ya que es un terreno donde es muy fácil desorientarse.
La senda que nos ocupa comienza en el Centro de Visitantes Torcal Alto y desciende también hasta el Hoyo de la Burra, un punto estratégico para los amantes de la meditación y Miguel Bosé por su fuerte concentración energética.
La Ruta Verde permite conocer la morfología del entorno, al tiempo que nos muestra algunas figuras significativas como la Esfinge, el Indio o el Vigía que, junto al famoso Tornillo, el Sombrerillo, el Camello, la Jarra, la Aguja, los Binoculares, el Macetón, el Tótem, y un largo, etc., conforman el especial bosque de piedra antequerano.
Un paisaje de otro planeta
Si la serie de ciencia ficción Star Trek se hubiera rodado en España, el Torcal de Antequera, sin duda, hubiera formado parte de sus escenarios exteriores ya que es un paisaje complejo que parece salido de un mundo extraterrestre y que fue declarado Paraje Natural en el año 1989 gracias a su importancia ecológica.
Y es que más de 660 especies de plantas y más de 115 especies de animales se reparten entre sus 20 kilómetros cuadrados de superficie donde también habitan las sinuosas formaciones minerales que la caracterizan. Un paisaje onírico en el que estas dolinas o torcas, pétreas y kársticas, como salidas de la cueva de Medusa, zarandean nuestra imaginación.
Un paisaje donde un sencillo árbol que ha luchado toda su vida por agarrarse en roca viva proporciona un punto de vida inusitado para ese visitante que busca algo más que una mera foto para subir a Instagram.